Utilizada para negar algo con contundencia, además de caracterizar la ocurrente genialidad del venezolano para rechazar ofertas engañosas o pretensiones que suenen amargas o perversas, constituye una efusiva salida de una difícil situación.
La jerga popular es prolífica, oportuna y acertada. Más, cuando se trata de calificar toda circunstancia en la que tome partido el hombre ante sus problemas. Sin sacrificar el buen humor, el lenguaje del pueblo ha sabido referir cualquier situación a fin de hacerla más llana y tajante de cara a las realidades que demandan mayor atención. De ahí que existen ciertas expresiones cuya sonoridad retumba en cualquier ambiente. Sobre todo, en condiciones que lucen apremiantes.
Una de ellas es: “ni de vaina”. Utilizada para negar algo con contundencia, además de caracterizar la ocurrente genialidad del venezolano para rechazar ofertas engañosas o pretensiones que suenen amargas o perversas, constituye una efusiva salida de una difícil situación. Aunque no deja de ser ingeniosa en virtud del condicionado negado que muestra su sintaxis, no encubre insolencia alguna.
Es así como ante la repugnante pretensión gubernamental de amenazar a quien hable en nombre de las crudas realidades que acontecen en medio de la crisis política venezolana, habrá que decir: “ni de vaina”. Particularmente cuando la población con conciencia de lo que representa vivir hostigado por la coacción gubernamental, se vería forzada a aceptar los abusos que el régimen comete bajo el amparo de leyes contaminadas por la poca o nula vergüenza de legisladores arrodillados o arrastrados.
Las libertades políticas pasan por este tamiz. Sobre todo, las relacionadas con el derecho a la información que constitucionalmente debe exhortarse a través del sentido crítico, del juicio reflexivo. Pero con la mirada puesta en el devenir más cercano. Más cuando en medio de los actuales revuelos creados por las constantes mentiras pronunciadas por agentes del régimen ante el cuadro de salud del presidente de la República, tanto como ante la ola de violencia suscitada por causa de la corrupción en los predios del Centro Penitenciario de El Rodeo, a los funcionarios de Conatel les da por inducir más embrollo alrededor de un nuevo proceso sancionatorio posible contra el único canal de noticias que le queda al venezolano: Globovisón. Todo ello por complacer el asedio infundido por el oficialismo tropical enquistado en la Asamblea Nacional.
Tan absurda intención, sólo refleja incultura, atraso y oscurantismo en pleno siglo XXI. A desdén de la democracia que requiere las nuevas realidades políticas, sociales y económicas, el gobierno nacional sigue actuando equivocadamente convencido de que así podrá controlar y acallar la protesta y reclamo que siente la sociedad venezolana ante la tendencia del régimen por dominar todo. Pues “ni de vaina” que por esa vía podrán silenciar el ruido que surge desde todos los rincones de este país ante el acecho marcado por el espantoso centralismo que precede y preside toda decisión gubernamental.
Las fuerzas del desarrollo han convocado con el mayor esfuerzo a resistir todo arreglo que le arrebate libertades y derechos al país. Así que ante tan obscena propuesta de arrebatarle al venezolano su legítimo derecho a informarse y comunicarse, habrá que decir: ¡ni de vaina!
VENTANA DE PAPEL
El rumor como contrapoder
Dice un sabio aforismo: “tanto da el agua en la piedra hasta que la quiebra”. Esto refiere exactamente lo que ha vivido el país frente al juego demagógico emprendido por altos funcionarios del régimen ante las realidades generadas por las falsedades proferidas a través de los medios de comunicación sobre la salud del presidente Chávez. Pero como explica el proverbio, la fuerza del rumor actuó como factor de quiebre de la situación política impuesta a fuerza de amenaza transfigurada en propaganda gubernamental a manera de insistir en el endiosamiento del líder. Finalmente se impuso la verdad aunque expresada de forma incompleta pero que puso al descubierto la manida táctica de toda dictadura de manipular la información con base en aborrecibles engañifas como las hartas pronunciadas por tan rojizos personajes. El rumor que sacudió las redes sociales actuó como factor de contrapoder desencajando la declaración con ínfulas de ridícula afirmación pues ya todo era del pleno dominio público. De manera que por mucho que alguien se afane, siempre hay quien le gane. Y en este caso, no fue otra causa que la verdad oteada por el sentimiento popular.
¿Y qué decir de la salud del país?
Ante el alboroto que se ha armado por causa de las contestaciones, debates, altercaciones y réplicas entre los representantes del oficialismo y la opinión libre expresada por la sociedad demócrata, la salud del país pareciera no contar para nada. No importa cuántos mueren en Venezuela por culpa de la violencia desatada, muchas veces en complicidad con funcionarios policiales. No importa cuántos mueren por complicaciones de salud ante el desgano gubernamental en importar reactivos para la producción de medicinas. No importa cuántos mueren al día por la desidia del gobierno para mantener las vías de comunicación en óptimo estado y evitar así los graves accidentes automovilísticos que ello causa. Y qué decir entonces de la salud económica fuertemente afectada por la indolencia, la corrupción, las donaciones a foráneos y por el perverso endeudamiento. Entonces no importa lo que significa la salud de una población cuyos males se acentúan a medida que la electricidad deje de funcionar debidamente. Y ni hablar de la salud política. ¿Cómo queda el país frente a todo esto? Al traste su salud, agónica desde que la revolución está por encima de cualquier necesidad social y económica nacional.
“Venezuela: hoy y mañana”
“Venezuela hoy, con un escenario político dominado por la incertidumbre, en el cual las paradojas abundan y el cinismo viste sus mejores galas”. Así refiere Jesús Alfonso Osuna Ceballos su preocupación sobre un gobierno que “despilfarra a manos llenas recursos de la nación, para ayudas foráneas, como expresión de solidaridad, ausente para quienes aquí viven en interminable espera”. En la concepción del distinguido académico Osuna Ceballos, quien con su tacto de investigador médico, reconoce que, contradictoriamente, “nos convertimos de la noche a la mañana, de país libre, a la condición sui generis de país ocupado”. Terrible paradoja ésta la que revela Venezuela ante el concierto de países que hoy se enfrascan en una lucha frontal por superar realidades a las que Venezuela busca volver aunque en contra de la historia y del desarrollo. A decir de Osuna, estos problemas podrían evitarse de considerar “la educación como soporte fundamental, para así generar una riqueza, sustentada en el conocimiento y en el cultivo de saberes. Esta es una empresa posible y necesaria que nos convoca a todos, evitando que nuestros sueños queden registrados como la oportunidad perdida.
Entre adulantes y camorreros
En vista de la calamitosa situación que vive el país a consecuencia de la crítica salud del presidente, lo cual hay que lamentar y clamar al cielo por su pronta recuperación, la adulancia se convirtió paradójicamente en razón de ascenso y reconocimiento político. las últimas horas han sido escenario para alabar de manera exagerada la figura del líder militar. No es de sentido común y menos racional, que se atrevan a nivelar la persona de Bolívar con la de Chávez sólo por ser “el único presidente que ha amado a su pueblo”. Mientras del otro lado de la acera, hay quienes buscan incitar la violencia alegando que “lo que viene es fuerza y respuesta de calle para esta derecha que pretende enfermar a Chávez”. El colmo de todo esto lo constituye la exaltación de lo absurdo. Sobre todo, cuando el vicepresidente pretende ilusamente convocar a la juventud a sumarse a la revolución. Si esto fuese posible, de verdad el futuro del país estaría condenado a la ruina. El chavismo no es obligado. Menos por “defecto”. Decir que existen razones para ser “chavistas”, es tan vacío como decir que hay razones para convertirse en “suicida”. Estos días, son de peligro si acaso es de vernos entre furibundos sin consciencia de lo que significa gobernar en democracia. O sea, entre adulantes y camorreros disfrazados de verde castro o de diablo rojo.
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