Es un hecho lamentable: Todos los días la guerra es noticia en cualquiera de sus manifestaciones. Muere un soldado o un policía prestando sus servicios a la patria, pierde la vida un joven para quitarle los zapatos o un celular, alguien es atacado con un arma de fuego para robarle el carro, otro resulta agredido en cualquier circunstancia, hay maltrato en el interior de los hogares…
Es terrible que tanto los campos como las ciudades del país se hayan transformado en el escenario natural y permanente de la violencia en las más diversas y terribles modalidades. Lo más atroz es que hasta las instituciones educativas, que deberían ser templos de armonía y convivencia, estén siendo espacios para la agresividad… Hay algunas que en verdad se esmeran por ser oasis de paz y lo logran, instituciones que trabajan con denuedo para ser el modelo a escala de la sociedad pacífica que deberíamos construir, donde todos los estamentos: directivos, docentes, administrativos, estudiantes, padres y madres de familia, cuidan la armonía existente en su interior, la preservan y hacen de la relación humana una oportunidad para la fraternidad; sin embargo, no ocurre de la misma manera en el ciento por ciento de los casos. Asombrosa y entristecedora en grado sumo la noticia que escuchamos recientemente, en la cual dos chicas de una institución se agredieron salvajemente (sí, tal como quedó escrito, no hay otra palabra para describirlo) causándose daño físico y emocional, por una causa cualquiera, tan tonta e irrelevante como la mayoría de las que generan este tipo de conductas. No se trata de responsabilizar a nadie, ni de abrogar culpabilidades que en nada contribuyen a la solución del problema.
No es un asunto de políticas públicas educativas (creo que en el marco del desarrollo de competencias ciudadanas ellas son acertadas), no es tampoco un hecho que corresponda de manera directa a las autoridades (¿cómo puede un Secretario de Educación o incluso un rector responder por la conducta de los miles y miles que habitan las aulas de todos los establecimientos? Es imposible), tampoco corresponde a los docentes quienes seguramente hacen su mejor esfuerzo por inculcar en sus discípulos valores imprescindibles como respeto, tolerancia, comprensión y aceptación entre otros…
Lo que ameritan hechos como estos no es en modo alguno hacer señalamientos, que resultan improcedentes e inútiles, creo que lo que urge, es una reflexión ciudadana, porque culpables somos todos, la sociedad completa… La indiferencia colectiva, la falta de amor que nos afecta (¿o quién puede afirmar que ama lo suficiente, que lo que hace en beneficio de su prójimo basta?), el rompimiento de la institución familiar en el cual cada uno tiene que ver, la ausencia de padres y madres (física o espiritual, de la cual no se salva ninguna clase social…
Los más pobres porque están buscando como subsistir y los más ricos, porque sus “negocios” les copan todo el tiempo… En fin…Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra). Todos tenemos que ver y definitivamente no es un hecho aislado. Hay violencia en prácticas deportivas, en encuentros lúdicos, en los patios de recreo, en los salones… Violencia que se expresa en palabras bruscas, en ademanes poco cordiales y a veces en gritos y golpes… Violencia que no es otra cosa que el reflejo triste de la falta de afecto y la ausencia de un buen ejemplo, del maltrato, de las tantas omisiones, de una guerra interna que consume a niños, adolescentes y jóvenes en dimensiones que asustan. ¿Qué vamos a hacer para que ésta locura colectiva frene? ¿Cómo vamos a construir una convivencia auténtica y duradera? ¿Cómo vamos a lograr que dejemos de hacernos daño y empecemos a amarnos más? Sabiamente lo dijo Gandhi: “No hay camino para la paz, la paz es el camino”.
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