Muriel James escribió “Nacidos para Triunfar”, un hermoso libro donde explica que el ser humano viene dotado de capacidades innatas y del potencial necesario para ser un triunfador, siendo auténtico, confiado en sí mismo y sin echarle la culpa a otros por sus desgracias.
La educación en Uruguay no prepara a nuestros jóvenes para triunfar; los prepara para fracasar.
Primero: no los entrenan para ser autónomos, ni emocional ni económicamente.
Aprenden la interminable lista de derechos que tiene un empleado y cómo reclamarlos, pero no saben lo que es un emprendedor. Nadie les enseñó que si primero no hay un emprendedor jamás existirá un trabajador. Les plantean sólo la opción de ser dependientes.
Tampoco los preparan emocionalmente para enfrentar la vida. No los hacen competir. Parece que la competencia hace daño. Nada de premiar públicamente a los mejores. No sea cosa que los mediocres se frustren. Pero apenas salen del salón de clases empieza la competencia “salvaje” “en el mundo real”: compiten por la chica más bonita, por el mejor asiento en la “bañadera” o por la titularidad en el equipo de fútbol. ¡Perder aquí sí que es frustrante! Pero los docentes no los preparan para manejar estas situaciones.
Segundo: después de 12 años de estudios ininterrumpidos, los bachilleres son unos verdaderos inútiles, no sirven para hacer casi nada útil en la vida:
•Aprendieron a resolver ecuaciones de segundo grado, pero no saben calcular los intereses que le cobran en una tarjeta de crédito. No saben si les conviene más comprar algo en cuotas que aprovechar un descuento por pago contado•No saben cómo funciona el motor de una motito. De repararlo, ni hablamos,
•Recitan de memoria la Tabla Periódica de los Elementos, pero no tienen ni idea qué hacer para mejorar el ph del jardín y lograr que crezca una planta
•Hablan de botánica, pero no saben cultivar un huerto orgánica
•Gracias a que saben manejar un celular, llaman al “delivery” para pedir una pizza cuando tienen hambre. Producirla ellos mismos es una asignatura pendiente
•Tienen varias horas de “computación”, pero no saben escribir una carta en Word, combinar correspondencia o manejar BIEN una planilla Excel
•Nunca vieron un cheque. No saben cómo funciona un banco. Ni las opciones de financiamiento que pueden tener para un proyecto o una idea propia.
•Aprovechan la enseñanza del Derecho Público para “pasarles línea”. Pero no les enseñan cómo proteger una innovación, como hacer una empresa o cómo manejarse financieramente.
Tercero: no saben trabajar. No les exigen calidad. Presentan los trabajos domiciliarios con una falta de buen gusto, orden y prolijidad que asustan. Luego me sorprendo cuando les ponen una nota aceptable (8 en 12 digamos). Además me la “refriegan” en la cara. “¿Viste”? –me dicen - Yo tenía razón”. ¿Y cómo les hago entender que cuando dentro de unos pocos años le presentan una propuesta a un cliente con ese mismo nivel de inmundicia, ni siquiera se la van a leer?
Los dejan ir vestidos como harapientos, sucios como un minero y sin peinarse como un pordiosero. Luego los chicos se sorprenden cuando no los llaman a una entrevista de trabajo al que se postularon. Es que usaron la misma foto y el mismo formato desprolijo que le aceptaron como buenos en la Bedelía del Colegio, pero que no aceptan en ninguna oficina de personal.
Cuando discuto con mis hijos para que vayan limpios, prolijos y ordenados, parece que los hago quedar como “giles”. Como a todos les toleran ir mal vestidos, asistir como corresponde pasa a ser una rareza. Y nadie quiere ser el raro de la clase. Menos a esa edad.
Cuarto: no les inculcan el espíritu emprendedor. Los llevan a visitar museos, no empresas. Les hablan de los líderes políticos, no de los empresariales. Parece que la historia la hicieron sólo los políticos y los militares, no los empresarios. No saben quien fue Francisco Piria, ni los Carrau, ni los Castells. Entran en el paquete de “los comerciantes”, o “la burguesía”.
Entonces, ¿para qué mundo los preparan? Para un mundo que no existe. Les enseñan la teoría que no funciona en la práctica. Les premian la memorización, no el pensamiento racional. No les hacen disfrutar del estudio, y luego - ya adultos - no disfrutan del trabajo.
¿El gran culpable de todo esto? El Estado leviatán uruguayo. Con su afán de controlar programas, métodos de estudio y enseñanzas, impiden la flexibilidad educativa y la diferenciación entre colegios, ya que todos “venden” el mismo producto. Vender educación es como vender combustibles: no importa que usted cargue en Petrobrás, Ancap o Esso: es la misma nafta que sale de la misma absurda, obsoleta y burocrática refinería de Ancap.
Nuestro actual sistema educativo (tanto público como privado) está preparando a nuestros hijos para fracasar. Tendrán que pasar muchos años para que nuestros muchachos puedan descubrir sus talentos, realzar sus virtudes y poner a trabajar ambas en pro de sus proyectos y sus pasiones.
Y si algún día lo logran, ése día llegará igualmente tarde.
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