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miércoles, 15 de diciembre de 2010

EL SECRETO DE LA FELICIDAD. ALBERTO MEDINA MENDEZ (DESDE ARGENTINA)

Muchos se arrogan el derecho a IMPONER un camino a la felicidad. No saben, aun no entendieron ni descubrieron que solo la libertad nos conduce hacia ella.

Por simple que parezca, los políticos contemporáneos se esmeran en el arte de hacer y deshacer y de pretender convertirse en los intérpretes de la sociedad.

Espero que el texto sirva para ser leído, dispare la reflexión y permita ser difundido.

Queda claro que la manipulación del lenguaje es una de las mayores habilidades de la política moderna. Han conseguido deformar conceptos, destruir vocablos, cambiarles el significado a muchas palabras que fueron respetables y hoy son aborrecidas.

Pero si un término ha sido vapuleado por la dirigencia de este tiempo es justamente LIBERTAD. En nombre de ella se han cometido las peores atrocidades, múltiples genocidios y se han derribado derechos esenciales bajo el argumento de defenderla. Las más perversas ideologías, han abusado de su utilización para justificar calamidades.

Lo cierto es que existe un pánico universal a la libertad, un temor que ni siquiera es asumido como tal, y en ese proceso los miedosos se arrogan derechos que no tienen. Pretenden imponer un modelo de felicidad a los demás, amparados en la concentración de poder que les facilita el Estado del Bienestar como herramienta para sojuzgar a los individuos. En realidad, la libertad lleva implícita la búsqueda de la felicidad. Se trata justamente de eso, de que cada ser humano encuentre de modo personal e indelegable su rumbo, su sendero, que lo elija y que asuma sus propios riesgos.

No existen garantías para ser feliz, ni fórmulas mágicas, ni manuales que orienten. Se trata de la vida misma, de intentar, de probar, de ensayar, de descartar y seguir, de tropezar y levantarse, de llorar y reír, de disfrutar y sufrir. La libertad supone que cada uno construya su recorrido, explore su camino y se haga cargo de sus decisiones, lo que incluye las consecuencias, las deseadas y las otras.

Cuando la política contemporánea, la hegemónica ideología reinante, la visión dominante, habla de felicidad, resuelve por la gente, y para ello la despoja de derechos y bienes, suponiendo que hará feliz a todos estableciendo un modelo único que se ajusta a la mirada del que lo impone. Se interpone entre los individuos y sus derechos, se los arrebata para reemplazarlo en las decisiones y así le pone restricciones, lo acorrala, pero siempre encuentra justificación a cada limitación a la libertad que desea establecer.

La política de hoy, dice hacerlo para alegrar a la sociedad. Para ello diseña previamente un concepto de felicidad que establece el poderoso, el mandamás, que supone saber exactamente que quiere cada uno, que es lo mejor para el otro, como si cada individuo no supiera elegir por si mismo. Algún extraño mecanismo le hace creer a este burócrata que está mejor preparado que el resto para resolver lo que es mejor para ellos.

La paradoja de estos políticos modernos, de estos dirigentes de hoy, de los tecnócratas de siempre, es que ellos pretenden libertad para si mismos, y tienen la soberbia de suponer lo que es mejor para los demás. Aceptan quitar recursos, limitar derechos, fijar reglas, pero esas son solo validas para “los otros” y no para ellos mismos. Una asimétrica visión de la ética los obnubila indefinidamente.

Ellos no quieren quitarse del camino para que la gente tome decisiones. Lo que pretenden es convertirse en intérpretes de la sociedad, reemplazarla en sus decisiones, porque eso les permite, con la anuencia tácita de muchos incautos, asignar los recursos económicos y legales, con absoluta impunidad, en forma arbitraria y siempre opinable, para imponer ese “modelo” de felicidad.

Ellos dicen saber que es lo que la gente quiere, y para eso expolian a los ciudadanos para administrar sus recursos vía impuestos, y así aplicar discrecionalmente los mismos, decidiendo por la gente lo que es mejor para ellos.

En realidad temen a la libertad. No entienden, o prefieren ignorarlo, que cada ser humano es distinto, único, inimitable, y que por lo tanto la libertad no se puede negociar, porque es parte central de la esencia humana.

En el fondo, y sin que lo reconozcan porque va a contramano de las ideologías que dicen defender, tienen una visión clasista, sectaria, de casta. Ellos, íntimamente creen que los que menos recursos tienen, no saben lo que quieren y es por eso precisan de iluminados, de gente sabia e inteligente que decida en su reemplazo. Se creen personas de una condición superior, de una categoría superlativa, que por algún extraño atributo que identifican en si mismos, pueden decidir por otros.

Estos genios, predestinados a hacer feliz a los demás, le quitaran los recursos a la gente, sobre todo a los que menos tienen, para ejecutar su visión mesiánica, esa que les posibilita administrar mejor que esa “pobre gente”. Construyeron para ello, un andamiaje argumental que los coloca en el pedestal de los “protectores”, esos que cuidarán a la sociedad de cuanta desgracia merodee. Se amparan en la supuesta ignorancia de la comunidad, pero asumen una sabiduría indemostrable que los define.

El sistema ha generado mecanismos perversos para sostener indefinidamente esta estructura de ideas, que parece contar con el beneplácito de las mayorías organizadas, institucionalizando el saqueo de recursos y esta discrecional forma de administrarlos.

La libertad es una sola, implica que los individuos pueden decidir por si mismos. La única limitación la imponen idénticos derechos que goza el resto de la comunidad. Lo que sigue, la mejor o peor utilización de recursos, las determinaciones individuales, con aciertos y errores, corren por cuenta de cada uno y no es territorio de los funcionarios.

Nadie tiene derecho a decidir por nosotros, por loables que parezcan sus fines, por generoso y altruista que sean las intenciones que los convocan. Y en ese contexto, en el de la libertad, solo cabe la idea de que cada individuo procure la búsqueda de la felicidad. Cualquier intromisión que implique detraer recursos, quitar derechos, para ofrecer bonanza a cambio, será un avasallamiento a los derechos ciudadanos y una barrera para que cada ser humano busque su felicidad según la entienda.

Los individuos no necesitan intérpretes para el ejercicio de su libertad. Solo deben saber que toman decisiones personales, y que las mismas generan consecuencias, esas que luego  no podrán endilgarle a otros, porque la libertad se ejerce con responsabilidad.

No existen pociones mágicas, ni receta que pueda explicar, no se trata de una ciencia exacta y su complejidad es infinita. Por mucho que se esmeren los destructores de siempre, solo la libertad puede conducirnos al secreto de la felicidad.

Alberto Medina Méndez
amedinamendez@gmail.com
Skype: amedinamendez
www.albertomedinamendez.com
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