Si usted echa un vistazo a las potencias occidentales, en casi todas va a encontrar estados gigantescos y sobre endeudados, en muchos casos al borde del colapso. La crisis financiera, cuya peor parte aun no hemos visto por cierto, lejos de ser la causa, ha dejado expuesta la cruda verdad sobre las sociedades de nuestro hemisferio: el mito del estado de bienestar, es decir, la fantasía de que es posible vivir mejor trabajando menos, está llegando a su fin. Así lo declaran ya abiertamente algunos. En Alemania, por ejemplo, el ministro de relaciones exteriores Guido Westerwelle ha calificado la situación del país como una de “decadencia romana”. Y tiene buenas razones para ello, pues desde 1990 el ingreso real de los alemanes se ha estancado y en los últimos años incluso ha disminuido producto de un estado voraz que ha condenado a las próximas generaciones a una calidad de vida dramáticamente inferior a la de sus padres.
En Estados Unidos, en tanto, de 1990 a 2007, el ingreso real de la familia promedio aumentó un ínfimo 7%. La deuda total del estado, en cambio, ya alcanza la demencial cifra de 100 billones – millones de millones- de dólares, es decir, más de siete veces el producto. Así, los políticos, en nombre de los derechos sociales, han endeudado a cada familia del país del norte en más de 1,2 millones de dólares. Según Niall Ferguson, profesor de Harvard, es claro que en el futuro el gobierno va a caer en default respecto a sus obligaciones en materia de seguridad social y salud. Y es que, como bien dijo Margaret Thatcher, el problema del socialismo es que en algún momento se le acaba el dinero ajeno. Y a los políticos en Estados Unidos se les acabó. La situación fiscal es hoy tan desastrosa que por cada dólar que gasta el gobierno, más de 40 centavos son prestados.
Usted podrá preguntarse cómo le pudo pasar esto a la economía más formidable del planeta. Del mismo modo que a los europeos: los políticos de izquierda y de derecha se unieron en la deshonestidad prometiéndole a sus votantes que, cual demiurgo, el estado puede hacerles la vida más segura y agradable sin que ellos tengan que esforzarse. Y en ese proceso – ojo Chile-, destruyeron lo que Alexis de Tocqueville identificara como la fuente de la prosperidad norteamericana: la ausencia de estado. Las cifras le dan la razón al pensador francés: si Estados Unidos se convirtió en la primera potencia mundial con un gobierno que no gastaba más de un 8% del producto, en su actual etapa de decadencia, el gobierno es un monstruo que gasta más del 40% del producto.
La decadencia económica occidental, a no dudarlo, es una consecuencia de la decadencia moral de sus líderes, quienes en su indecente afán por retener el poder a cualquier costo, han prometido un paraíso sobre la tierra que hoy amenaza con convertirse en un infierno. La realidad – véase Grecia- ya comienza a imponerse frente a la ideología y la deshonestidad política, enseñando violentamente que el bienestar no puede imprimirse en los bancos centrales ni repartirse desde las chequeras fiscales. Esperemos que Ferguson, uno de los pocos en predecir la crisis de 2008, se equivoque en otra de sus predicciones y la sangre no llegue a las calles.
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