Hace unas semanas, en vísperas de las elecciones–y en desesperado intento por mostrar algún índice positivo para un gobierno incapaz de poner un ladrillo sobre otro-, los voceros oficialistas echaron mano de un reciente informe de la Unesco según el cual “Venezuela es el segundo país de América Latina con mayor matrícula universitaria”.
Las cifras eran aporte directo del gobierno nacional. Eso explica que en la citada medición, Venezuela se cuenta entre los primeros cinco países con mayor matriculación universitaria del mundo, por encima de Estados Unidos, Israel, Francia, Japón y China, por mencionar a los gigantes. ¿De dónde salió este embeleco?
El ministro de Educación Sperior, Edgardo Ramírez, habla de una cobertura de 83%. Un fraude más. Baste tomar en cuenta que, para 2005, según cifras oficiales, la cobertura de educación superior para jóvenes entre 18 y 14 años, era de 22,34%. Desde luego, eso puede haber aumentado en 5 años por la apertura frenética de cupos en la Misión Sucre, la Universidad Simón Rodríguez, la Bolivariana y la Unefa; es posible que haya subido hasta 30%. Pero 83% es una cifra que, como vimos, no tienen ni los países más desarrollados.
Según me explicó la experta Mabel Mundó (UCV), para garantizar la seriedad de la utilización universal de sus informes, las agencias multilaterales (Unesco, Banco Mundial y OCDE) han acordado la estandarización de los procesos de formulación y alcance de los indicadores. Pero las declaraciones del ministro de Educación Superior evidencian su campante desaprensión frente a estas exigencias; y se permite, entre otras lisuras, confundir porcentajes con tasas.
Una vez embalados en el tobogán de las arbitrariedades, los funcionarios echan mano de lo que sea para inflar los números. Y para eso están las misiones, no por descuidadas menos útiles a la hora de hacer bulto. El conteo de estudiantes de la Misión Sucre, por ejemplo, no está normalizado en atención a las normas de Unesco. Mientras las universidades nacionales se ciñen a totalizar sus inscritos en el primer mes del año escolar, la Misión Sucre declara como matrícula los ingresos de cada semestre del año escolar, con lo que si un estudiante se inscribe en dos semestres es contabilizado dos veces.
Lo otro es que esas cifras, armadas con retazos picoteados, no contemplan la deserción, que en esos centros de educación “superior”, es sumamente alta. Hay una matrícula pero no sabemos cuál es la prosecución. Para jactarse de que las políticas de inclusión en educación son exitosas, además de la información que dimensiona el acceso sin discriminación, es imprescindible atenerse a indicadores confiables en aspectos fundamentales, como: asistencia, permanencia, egreso y, primordialmente, idoneidad de la formación. Mariano Herrera, conocido estudioso del asunto, pone en entredicho la calidad de las universidades pergeñadas con fines demagógicos. “Entrevistas personales con estudiantes y egresados de la Misión Sucre, Unefa y la Bolivariana”, dice Herrera, “revelan que hay un gran descontento y frustración por la pobreza de la enseñanza. Hasta el punto de que sus egresados son rechazados sistemáticamente en las pruebas de selección, cuando solicitan empleo.
Las cifras, sin duda altas pero no tanto, de cobertura en educación superior, esconden dos problemas severos: 1) la estafa académica, cuyas víctimas son los estudiantes de las improvisadas universidades; y 2) el crecimiento matricular supone un número de profesores proporcional. ¿De dónde salen? Probablemente, de mecanismos de selección mediocres y clientelares, con especial merodeo en el sector militar”.
Se sabe de estudiantes que egresan de la educación superior con materias exoneradas o comprimidas en semestres de mentirita. En junio de este año, Asalia Venegas, secretaria permanente del Consejo Nacional de Universidades, recibió una carta donde se le exponia el desastre curricular de UNEARTE-CECA-Caño Amarillo, donde se estableció un “semestre intensivo”, que terminó impartiendo materias en tres semanas (los semestres regulares allí son de 14 semanas) con un total de 9 horas de clase. Piense el lector en cualquier materia de sus estudios e imagine tener que asimilarla en 9 horas académicas.
En otra entrega reflexionaremos sobre el hecho de que si fuera cierto que Venezuela es el aula universitaria del mundo, los gobernantes tendrían el mandato impostergable de crear fuentes de trabajo para esos millones de graduados. ¿Alguien ve al régimen comprometido con ese imperativo?
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