Convencido de que es portador del mensaje, de las reformas y el modelo capaz de borrar velozmente tres décadas de infortunios, en 2004 Hugo Chávez voceó a través de la televisión y las emisoras de radio la estrategia para esparcir prosperidad y bienestar como nunca antes.
Bastaría un plan de crédito a los agricultores y a los industriales, financiado con cuatro mil millones de dólares de las reservas internacionales, porque "perfectamente podemos en dos años eliminar totalmente la importación de textiles" y reducir al mínimo "las importaciones de comida".
Lleno de fe sumó a la lista al "sector automotor, ¿no podemos producir computadoras? ¡Claro que podemos! Vehículos, línea blanca, televisores, neveras, lavadoras, mobiliario. Podemos producir todo eso pero hace falta que continuemos y afiancemos el cambio de paradigma".
La providencia depararía al Presidente mucho más de lo que aquel 12 de abril de 2004 reclamaba enérgicamente al directorio del Banco Central, encargado de administrar las reservas internacionales de la República. El precio de la cesta petrolera venezolana, estacionado ese entonces en 22 dólares, iniciaría una escalada inimaginable que lo llevaría a un promedio de 32,22 dólares ese año, 45,32 al siguiente, 55,21 en 2006, 64,74 en 2007 y hasta la cúspide, impensable, de 88,74 dólares en 2008. Todo estaba dispuesto para encender la música e iniciar la fiesta petrolera.
La creencia en que rápidamente puede alcanzarse la diversificación de la economía no albergaba, a pesar del énfasis de Hugo Chávez, nada novedoso. Rómulo Betancourt, dirigente emblemático de lo que la Revolución Bolivariana sueña con dejar atrás, describe así el pensamiento que puso en marcha Acción Democrática en 1946: "Venezuela debía empeñarse en producir la mayor cantidad posible de lo que consumía, tanto en productos de la tierra como elaborados. Teníamos la ventaja de que la renta petrolera nos capacitaba para acelerar un proceso industrialista, más lento y difícil en otros países subdesarrollados".
Carlos Andrés Pérez, sumergido en el apogeo petrolero de 1975, declararía voz en alto que "éste será un gran año nacional, todas las políticas para el desarrollo auténtico del país, para rescatar de la miseria a los millones de venezolanos que la padecen, para convertir al campo en el gran centro de la producción, para desarrollar las industrias auténticamente nacionales, todas esas políticas están en marcha".
Las cifras oficiales demuestran que al igual que en el pasado el objetivo de diversificar la economía está muy lejos de alcanzarse, 95 de cada 100 dólares que ingresan al país provienen del petróleo y el país muestra con rudeza las miserias del rentismo.
Los estudios de Terry Lynn Karl (The Paradox of Plenty), Michael Ross (¿Does oil hinder democracy?), Asdrúbal Baptista (El capitalismo rentístico), Jeffrey Sachs y Andrew Warner (National resource abundance and economic growth) describen claramente el ciclo empobrecedor en que suelen empantanarse los países petroleros y Venezuela encaja perfectamente en el modelo.
Una característica típica es que cuando el precio del barril aumenta de forma estelar una enorme cantidad de divisas ingresa a los países petroleros; esto tiende a incrementar el valor de la moneda, las importaciones se abaratan y sectores como la agricultura y la manufactura pierden competitividad.
Otra constante es que el chorro de petrodólares infla las metas y el tamaño del Estado, disparando el gasto público y desencadenando una serie de efectos: la economía crece rápidamente por el aumento del consumo, pero la falta de producción para atender la demanda impulsa la inflación.
El incremento del gasto suele salirse de control y entonces es común la aparición de déficit en el presupuesto y mayor endeudamiento.
Junto a los problemas económicos, los petroestados tienden a generar una estructura que mina el desarrollo de la democracia. El Gobierno es en buena medida autónomo, no requiere de la sociedad para mantenerse por el enorme ingreso que recibe, lo que da pie a una asimetría de poder que induce al autoritarismo. El Ejecutivo no necesita negociar ni escuchar.
Además, existe lo que se ha llamado el "efecto gasto". El ingreso petrolero puede ser utilizado para incrementar dádivas, transferencias, retrasar la formación de grupos independientes y ahogar las presiones por una mejor democracia.
Al poder que recibe por el monopolio de la renta petrolera, el Gobierno venezolano ha sumado el control de los precios, las tasas de interés, la asignación de divisas y la formación de grupos que dependen exclusivamente del dinero que fluye desde Miraflores.
Las posibilidades de instrumentar nuevas políticas en países con estas estructuras no encuentran un camino despejado. La sociedad tiende a organizarse para captar porciones de la renta petrolera, mediante subsidios, créditos baratos, contratos y el vínculo que tienen con el Estado los lleva a reforzar la "petrolización" como una vía para obtener sus demandas.
¿Tiene la oposición venezolana un modelo distinto? Aun no ha sido capaz de articular una propuesta que le explique a la población que la posibilidad de construir una democracia exitosa pasa por romper la ruina circular alimentada con barriles de delirio.
Twitter: @vsalmeron
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