Al igual que muchos venezolanos de la época, Cipriano Heredia Angulo se mudó a Caracas en 1935 para poder cursar estudios superiores. La UCV era además el gran punto de encuentro nacional en un país cuyas regiones tenían escaso contacto entre sí. Cada quien llegaba despidiéndose de su “patriecita” y descubriendo un mundo nuevo.
En el caso de mi padre, dejaba atrás a su querida Guanare, el terruño de sus padres, la ciudad de la casa colonial en que nació, del primer Liceo Federal de Venezuela y de la histórica Catedral, la tierra de sus inicios como dirigente estudiantil y escritor, el escenario de sus aventuras juveniles y de los primeros amores.
Su partida de Guanare hacia Acarigua fue en “carro de mula”, allí cayó víctima del paludismo que azotaba al país, y ya recuperado siguió a Caracas en una maratónica travesía que incluía el paso en chalana de varios ríos.
Llegó a la capital cargado de sueños e influenciado por figuras familiares que lo marcaron desde niño: el abuelo General en la Guerra Federal; el padre General revolucionario contra Castro y luego Presidente de la Corte Suprema de Portuguesa; y el tío Angulo Ariza, insigne jurista del s.XX.
Con esa estirpe, el país a punto de ebullición y la UCV como escenario, no tardaría en empezar a escribir su propia historia, que es la de los forjadores de la democracia venezolana.
Fue alumno sobresaliente. Estudiaba de noche bajo el farol de una Plaza. Tuvo como profesores a Uslar Pietri y Edgar Sanabria, entre otros, pero se incorporó de lleno a la lucha estudiantil. Participó en las jornadas de 1936 contra López Contreras, y en febrero de 1937 fue detenido en la Universidad junto a Ruíz Pineda y Luis Augusto Dubuc. Todos llevaban sus carnets de la FEV mojados con la sangre de Eutimio Rivas, el compañero acribillado minutos antes.
Se gradúa en 1941 y regresa a su tierra a ejercer, ganándose una estimable clientela en los llanos occidentales y la inusual reputación de ser honesto y eficaz a la vez, pero vuelve a Caracas en 1944 buscando la dinámica citadina.
Es designado suplente del Tribunal de Responsabilidad Administrativa tras la Revolución de 1945. Solía recordar que el Dr. Biaggini, el fallido sustituto medinista de Escalante, pidió ser interrogado por él para evitar el trato humillante de otros miembros del Jurado. Lo condenó a resarcir a la Nación patrimonialmente, pero lo trató con respeto. Esa actitud lo distinguiría para siempre en su desempeño como Juez.
A finales de los 40 establece un bufete con Jóvito Villalba, pero pronto vuelve la bota militar al Poder. Alterna la profesión con las actividades clandestinas contra el Régimen. Es persona de confianza de Jóvito y Ruiz Pineda, con quienes colabora permanentemente. Protege a las familias de ambos en los duros momentos del asesinato del último y el exilio del primero. Es puesto preso por su lealtad y su lucha en la SN y la cárcel Modelo.
Con la caída de la penúltima dictadura venezolana, se reincorpora a la UCV como profesor de Medicina Legal y es electo Senador por su estado natal. Firma la Constitución de 1961, es orador de orden el 05 de Julio de 1962, preside la Comisión de Hidrocarburos del Senado e integra varias misiones parlamentarias al exterior.
No busca la reelección y rechaza la oferta de Leoni de ser embajador y luego primer rector de la Simón Bolívar. Ha fundado un hogar en 1964 y quiere dedicarle tiempo a la familia, deseo que cumple abnegadamente.
Tuvo hábitos de vida estrictos: se levantaba a las 05:30am, comía a sus horas y siempre en casa, no fumaba, no tomaba más de dos tragos y se acostaba temprano. Llevaba una vida austera. Sentía orgullo de que cada flux le había durado al menos 20 años. Disfrutaba montar a caballo, mecerse en hamaca y mojar el pan en el café con leche. Rara vez dejó de pasar un día de Santa Rosa con su hermana y siempre ayudó a los familiares y amigos necesitados.
Como magistrado de la Corte Suprema de Justicia vivió un período intenso. Fue Vice-pdte de la Sala Penal y ponente en sentencias de gran relevancia. No aceptaba recusaciones por “amistad íntima” con colegas o procesados, porque decía con severa hilaridad que él no tenía ese tipo de relación con ningún hombre.
Fue un tribuno afamado. Pronunció discursos memorables –sin papel- como el del bicentenario de Páez en la CSJ y el del cuatricentenario de Guanare en el Congreso. Dejó una vasta obra en temas históricos, publicó centenares de artículos e incursionó en la poesía. Era un conversador ameno y disfrutaba compartir detalles que guardaba en su prodigiosa memoria.
Convaleciente en su habitación de los últimos años, recibía con afecto a familiares y amigos. A veces no podía hablar o no reconocía, pero cordial y galante hasta el final, siempre estrechó la mano de los caballeros y besó la de las damas que se acercaron a saludarle.
En el caso de mi padre, dejaba atrás a su querida Guanare, el terruño de sus padres, la ciudad de la casa colonial en que nació, del primer Liceo Federal de Venezuela y de la histórica Catedral, la tierra de sus inicios como dirigente estudiantil y escritor, el escenario de sus aventuras juveniles y de los primeros amores.
Su partida de Guanare hacia Acarigua fue en “carro de mula”, allí cayó víctima del paludismo que azotaba al país, y ya recuperado siguió a Caracas en una maratónica travesía que incluía el paso en chalana de varios ríos.
Llegó a la capital cargado de sueños e influenciado por figuras familiares que lo marcaron desde niño: el abuelo General en la Guerra Federal; el padre General revolucionario contra Castro y luego Presidente de la Corte Suprema de Portuguesa; y el tío Angulo Ariza, insigne jurista del s.XX.
Con esa estirpe, el país a punto de ebullición y la UCV como escenario, no tardaría en empezar a escribir su propia historia, que es la de los forjadores de la democracia venezolana.
Fue alumno sobresaliente. Estudiaba de noche bajo el farol de una Plaza. Tuvo como profesores a Uslar Pietri y Edgar Sanabria, entre otros, pero se incorporó de lleno a la lucha estudiantil. Participó en las jornadas de 1936 contra López Contreras, y en febrero de 1937 fue detenido en la Universidad junto a Ruíz Pineda y Luis Augusto Dubuc. Todos llevaban sus carnets de la FEV mojados con la sangre de Eutimio Rivas, el compañero acribillado minutos antes.
Se gradúa en 1941 y regresa a su tierra a ejercer, ganándose una estimable clientela en los llanos occidentales y la inusual reputación de ser honesto y eficaz a la vez, pero vuelve a Caracas en 1944 buscando la dinámica citadina.
Es designado suplente del Tribunal de Responsabilidad Administrativa tras la Revolución de 1945. Solía recordar que el Dr. Biaggini, el fallido sustituto medinista de Escalante, pidió ser interrogado por él para evitar el trato humillante de otros miembros del Jurado. Lo condenó a resarcir a la Nación patrimonialmente, pero lo trató con respeto. Esa actitud lo distinguiría para siempre en su desempeño como Juez.
A finales de los 40 establece un bufete con Jóvito Villalba, pero pronto vuelve la bota militar al Poder. Alterna la profesión con las actividades clandestinas contra el Régimen. Es persona de confianza de Jóvito y Ruiz Pineda, con quienes colabora permanentemente. Protege a las familias de ambos en los duros momentos del asesinato del último y el exilio del primero. Es puesto preso por su lealtad y su lucha en la SN y la cárcel Modelo.
Con la caída de la penúltima dictadura venezolana, se reincorpora a la UCV como profesor de Medicina Legal y es electo Senador por su estado natal. Firma la Constitución de 1961, es orador de orden el 05 de Julio de 1962, preside la Comisión de Hidrocarburos del Senado e integra varias misiones parlamentarias al exterior.
No busca la reelección y rechaza la oferta de Leoni de ser embajador y luego primer rector de la Simón Bolívar. Ha fundado un hogar en 1964 y quiere dedicarle tiempo a la familia, deseo que cumple abnegadamente.
Tuvo hábitos de vida estrictos: se levantaba a las 05:30am, comía a sus horas y siempre en casa, no fumaba, no tomaba más de dos tragos y se acostaba temprano. Llevaba una vida austera. Sentía orgullo de que cada flux le había durado al menos 20 años. Disfrutaba montar a caballo, mecerse en hamaca y mojar el pan en el café con leche. Rara vez dejó de pasar un día de Santa Rosa con su hermana y siempre ayudó a los familiares y amigos necesitados.
Como magistrado de la Corte Suprema de Justicia vivió un período intenso. Fue Vice-pdte de la Sala Penal y ponente en sentencias de gran relevancia. No aceptaba recusaciones por “amistad íntima” con colegas o procesados, porque decía con severa hilaridad que él no tenía ese tipo de relación con ningún hombre.
Fue un tribuno afamado. Pronunció discursos memorables –sin papel- como el del bicentenario de Páez en la CSJ y el del cuatricentenario de Guanare en el Congreso. Dejó una vasta obra en temas históricos, publicó centenares de artículos e incursionó en la poesía. Era un conversador ameno y disfrutaba compartir detalles que guardaba en su prodigiosa memoria.
Convaleciente en su habitación de los últimos años, recibía con afecto a familiares y amigos. A veces no podía hablar o no reconocía, pero cordial y galante hasta el final, siempre estrechó la mano de los caballeros y besó la de las damas que se acercaron a saludarle.
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