El mejor profeta del futuro es el pasado. John Sherman.
En el juego de la historia, muchos han sido los movimientos de piezas en el tablero, pero siempre se podrá encontrar un patrón que se repite; siempre estará la jugada que se consolida en el tiempo. La jugada se consolida por una sola razón: no importa cuántas veces se repite, sigue demostrando su efectividad en el juego. Así es la tiranía en la política; una repetición de formas y modos de acción que reunidos en un solo encauce producen el efecto atroz de Dahau, Auschwitz y muchos otros más centros de exterminio. La tiranía es un patrón que se repite en la historia, en diferentes latitudes geográficas, culturas, idiomas y de lados políticos. Es por esta razón que encontrar similitudes con el National-Sozialismus alemán, no es un ejercicio ilógico.
Se confirma en la obra de Ingo Müller titulada “Furchtbare Juristen” que hubo un gran apoyo doctrinal, jurisprudencial y legal, para la construcción del III Reich alemán. Primeramente, el apoyo doctrinal fue vital para crear en el imaginario jurídico de la época una aceptación de la voluntad del Führer, por medio de una creación lógico-formal de un sistema de argumentos que incisivamente creara la aceptación de juristas, jueces y ciudadanos de a pie de esa voluntad única, disfrazada bajo la pretensión de un derecho histórico reprimido por los acontecimientos de la República de Weimar y la Primera Guerra Mundial. La tiranía utilizó el dolor del pueblo y lo convirtió en “La voluntad del Volk”, para justificar el quiebre de todo un sistema de justicia anterior que ocasionaba molestias burocráticas internas e internacionales, para las pretensiones de poder del partido Nazi.
Los doctos de las universidades alemanas empezaron a desasociar la justicia del derecho; en cambio, sustituyeron ese vínculo natural por otro un poco más pragmático: Adaptación de la ley a la política. Diseccionaron el derecho, para desvincularlo de una justicia objetiva para enlazarlo con una justicia subjetiva y sentimental. Se buscaba el romanticismo político, el engañar a la razón con la sentimentalidad nazi. La justicia sería lo que dijera el Führer y el partido, porque se debía hacer lo necesario para el triunfo de la raza Aria sobre las razas inferiores que amenazaban el progreso. El juez en su fallo no podía buscar la justicia en unas leyes contaminadas de procesos antiguos y que no obedecían a la filosofía del nuevo movimiento; sería traicionar al Reich. La justicia debía ser sentida, como una expresión intestina que brota de un fanatismo irracional. El Derecho debía estar sumiso al Estado.
Así las cosas, en el presente tiempo, se ve cómo también el Derecho se aferra a las faldas del Estado para articular todos sus planes. El Derecho pasa de ser objetivo a obedecer un programa improvisado. Se trata de construir un sistema político “novedoso” para la aseguración de la felicidad. La verdad es que se está disfrazando la involución histórica más notable de los útimos tiempos, bajo el progreso de un plan de gobierno determinado. Las leyes cada día son aprobadas con más celeridad y solo en consideración de los intereses de un sector político. La ley cada día es interpretada de una forma que seguramente E.J Sieyés hubiese condenado. Es claro que no vivimos en un Estado donde “todo lo que no está en la Ley, está permitido”, sino en contra sensu, todo lo que no está en la Ley, está prohibido. La tiranía busca englobar todo ámbito de libertad del individuo para controlarlo y regularlo. La ley es un marco ordenador básico para garantizar la libertad innata del individuo, no es el marco ordenador para permitir el uso de la libertad por parte de los individuos.
El Estado de Derecho sufrió grandes consecuencias en la reforma doctrinal Nazi. Se pensaba que era un concepto hijo de un sistema abrazado por la República de Weimar que destruyó la dignidad del pueblo alemán, y por lo tanto, debía ser modificado. Es así como, según Ingo Müller, se empezó la alteración semántica de los conceptos. Ya no sería el Estado de Derecho, sino el “Estado de Derecho de Adolfo Hitler”. De la misma manera se atacó a los derechos humanos y al derecho penal. Eran límites para el poderío del Estado frente al individuo y por eso debían ser modificados, porque se tenía que proteger al Estado de los individuos. ¿Es posible que un plan político vaya por encima de sus propios individuos? No hablo de instituciones legales o políticas, sino de ideologías. América Latina está conformada por países que aún buscan su definición ideológica y de eso es prueba que la ideología política de un país Latinoamericano, varíe con el periodo presidencial. En una región así, ningún plan político puede ir por encima de sus individuos.
El sistema penal nazi fue determinante para la exterminación de la oposición política de la época. Los crímenes cometidos contra el movimiento nazi, amenazaban al pueblo alemán, por lo que los perpetradores ya no estarían protegidos por el Derecho y el Estado; eran anulados de su condición de ciudadanos. Por supuesto, la consecuencia del argumento era que la persona no era un ciudadano, por lo que carecía de derechos y su muerte era la resolución justa de un ser alienado de la sociedad.
El Derecho aplicado por el Estado es discriminador, porque apretará en la medida de un color. La lealtad es una vil virtud en la política, porque ciega al fanático con la ilusión de obediencia. Peor aún es cuando la lealtad es confundida con sumisión, porque se estará entregando el intelecto.
Por último, viene la falsificación histórica. Los alemanes utilizaron todos los medios posibles para falsificar o borrar el pasado. Ingo Müller nombra a este respecto una frase de Goebbels donde dice que el cometido del nazismo era “borrar el año 1789 de la historia alemana”. Por otro lado, con la eliminación de facciones políticas y de grupos intelectuales, se estaba borrando una generación que garantizaba la diversidad de ideas y por lo tanto, la dialéctica histórica, única para poder encontrar la verdad en el pasado. Es por esto que debemos rescatar el concepto aportado por Nietzche: Fuerza plástica. Este concepto se entiende como la capacidad de un individuo de superar la historia y suspender sus malos acontecimientos, si se amplía a la sociedad, es la respuesta a la falsificación histórica. Una sociedad será débil cuando no puede transformar la historia en su beneficio para superar las tiranías, sino que permite que éstas la utilicen como herramienta de legitimización. La fuerza plástica debe servir para la sociedad para pasar a ser una sociedad de acción y suprahistórica, donde ella sea la que pueda redireccionar la historia y su devenir.
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