En un trabajo titulado “Lo peor de lo Peor” de la revista Foreign Policy (“The Worst of the Worst”, july-august 2010), George B N Ayittey, Presidente de la Fundación Free África, presenta a los 24 peores gobernantes autoritarios del planeta.
En este “Hall de la fama” bochornoso y repugnante, se encuentra el señor Hugo Chávez en el puesto 17º. En el texto que se refiere a éste se lee: “el líder charlatán de la revolución bolivariana que promueve una doctrina de democracia participativa en la cual él es único que participa, ha encarcelado a líderes de oposición, extendido su mandato indefinidamente, y clausurado medios independientes.”
Salir reseñado en esta importante publicación con tal calificación no es poca cosa. Es la exteriorización de lo que en casi todo el mundo ya es una opinión extendida. Chávez es un tirano, un déspota, un dictador, para lo cual no hacen falta muchas pruebas.
Obviamente, Chávez muestra unas características formales, adjetivas, que lo diferencian de otros fenómenos autoritarios tradicionales, pero en el fondo, sin lugar a dudas, es lo que es.
Para algunos, incluso partidarios de él de la primera hora, hasta hace poco no lo catalogaban de tirano. Le daban el beneficio de la duda. Es un poco alocado, atrabiliario, sin modales políticos; es militar, tenemos que llevarlo a pulso, canalizar sus ímpetus, pero no es un déspota que quiera acabar con la democracia y la libertades, decían estas buenas almas.
Pero para los que lo combatimos desde aquella mañana de febrero en que salió por vez primera en tv, el desastre al que hemos llegado no nos resulta una gran sorpresa.
Ya se le veía entonces por donde quería llevarnos. Su discurso nos resultaba demasiado familiar al de la izquierda anacrónica y fracasada, para no percatarnos de sus fines solapados.
Sin ser pitonisos, el devenir de los acontecimientos, desgraciadamente, ha confirmado nuestras reservas y temores.
Así las cosas, el otro elemento que corrobora todas nuestras aprensiones son las amistades internacionales que se ha buscado el líder de la revolución, a saber: Sadam Hussein, Qadaffi, Mugabe, Ahmadinejad, Fidel Castro y Lukashenko, todos incluidos en la lista de Foreign Policy.
Pero hay uno que vale la pena mencionar de manera especial porque pesa sobre él un mandato de arresto por la Corte Penal Internacional: OMAR HASSAN AL-BASHIR de Sudán.
Al gobierno de Venezuela no le ha importado nada que esté acusado de los más horrendos crímenes de guerra y de lesa humanidad, y ha permitido la apertura de una Embajada de aquel país en el nuestro y ha abierto una venezolana en Darfur.
Cualquier lector se preguntará ¿cuales son los negocios comerciales que ha tenido o tiene Venezuela con Sudán? ¿Se justifica, pragmáticamente hablando, abrir una embajada nuestra allá?
¿Que razones de interés nacional pueden apoyar tal decisión?
¿Un gobernante serio ligaría su ejecutoria diplomática a un movimiento como éste, que lo vincula a un gobernante impresentable y perseguido por la justicia internacional?
¿Que explicación podemos dar a esto, sino la de otra aberración motivada por una ideología demencial que supone que con ello se golpea al imperialismo?
¿Cómo es posible que nos prestemos a darle aire a un gobierno de asesinos permitiendo que abran operaciones diplomáticas desde nuestro país, cuando lo que deberíamos hacer es contribuir a su aislamiento?
No nos extraña entonces que a Chávez lo pongan en el mismo saco de lo peorcito de este mundo. Ha ganado “credenciales” para ello.
emilio.nouel@gmail.com
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