Lo primero que salta a la vista es que Lula está motivado al éxito, al punto de que para alcanzarlo todo puede ser sacrificado.
Si a alguien se parece es al diminuto gigante Den Xiaoping, cuyo más celebrado apotegma lo pinta de cuerpo entero: que el gato sea pardo o negro no importa, lo que importa es que cace ratones. Den pasó a la historia con notas merecidamente altas porque sacó a China del horror del maoísmo y porque de la manera más tajante la metió en el capitalismo, valiéndose de un imposible teórico: el socialismo de mercado.
El mercado es la antítesis del socialismo y por lo tanto es inconcebible un socialismo de mercado, tanto como un capitalismo sin él. Para dar un paso tan aventurado, Den partió del hastío de sus compatriotas: la siniestra revolución cultural, las vejaciones, la pobreza y el repugnante culto a la personalidad del Gran Timonel. Aprovechando esa coyuntura, pero deseoso de calmar a los viejos comunistas, Den, sin el menor rigor teórico, sumó la idoneidad del capitalismo para generar riqueza con la hegemonía política del Partido Comunista. No será recordado como ideólogo o líder ético, pero sacó a su inmensa nación de un pantano insondable. Fue un gran triunfo gatuno.
Lula encontró un país en la buena ruta, no inventó nada. Su antecesor, Fernando Henrique Cardozo, había consagrado ya la apertura de Brasil al libre mercado, con base en el consenso. Por eso los gatos de Lula son más modestos que los de Den, aunque también tengan su mérito. Lula llegó al poder al frente de una fuerte alianza de izquierda. Por consiguiente, debía hacer profesión de fe fidelista. No hubiera sido candidato si se hubiese permitido ligerezas en ese aspecto. Sin embargo, continuó a Cardozo y a Den: capitalismo y mercado libre, globalización basada en la competencia, reciprocidad y concierto internacional, mas en el escenario latinoamericano, ratificación de amor fidelista y otras yerbas aromáticas. Incluso, todavía un poco mejor que Den, porque en lo interno, en lugar del monopolio del poder para su partido ha respetado escrupulosamente el pluralismo democrático, cual un Cardozo cualquiera. Esa astucia muy propia de su manera de ser, le permitió pasar reformas que la izquierda hemisférica condenaba ruidosamente con el sambenito de neoliberales.
Lula fue artífice de alianzas insólitas, dotado de una gran capacidad para hacerse necesario sin definirse. Cada vez que se presentaba un conflicto social grave, las miradas se volteaban hacia el gran componedor. Tanto lo quieren los pragmáticos empresarios y las multinacionales, que han propuesto un pacto de continuidad de su política, de cara a las próximas elecciones. No obstante, sus virtudes son sus defectos. En función del logro no se siente moral ni ideológicamente limitado. Cualquier temperamento más cultivado, por muy dúctil que sea, encuentra barreras que no puede sobrepasar. No es ese el caso de Lula, y de allí su despreciable posición frente a Zapata Tamayo, Guillermo Fariñas y las Damas de Blanco.
¿Por qué declaró de manera tan abominable? Porque aspira a la secretaría general de la ONU para ser fontanero del universo. Pero lo de Honduras le salió pésimo; se le quemó el conejo israelí por salvar el iraní; su silencio frente a las violaciones de derechos humanos en Venezuela es insostenible. Y si piensa influir en la Cuba posfidelista, alabar al caudillo y despreciar a sus perseguidos es lo peor que podía ocurrírsele. En la encuesta de Datafolha Lula llega al 76%, pero su candidata, Dilma Rousseff, detuvo su ascenso. Serra subió a 36% y Rousseff descendió a 27%
Lula encontró un país en la buena ruta, no inventó nada. Su antecesor, Fernando Henrique Cardozo, había consagrado ya la apertura de Brasil al libre mercado, con base en el consenso. Por eso los gatos de Lula son más modestos que los de Den, aunque también tengan su mérito. Lula llegó al poder al frente de una fuerte alianza de izquierda. Por consiguiente, debía hacer profesión de fe fidelista. No hubiera sido candidato si se hubiese permitido ligerezas en ese aspecto. Sin embargo, continuó a Cardozo y a Den: capitalismo y mercado libre, globalización basada en la competencia, reciprocidad y concierto internacional, mas en el escenario latinoamericano, ratificación de amor fidelista y otras yerbas aromáticas. Incluso, todavía un poco mejor que Den, porque en lo interno, en lugar del monopolio del poder para su partido ha respetado escrupulosamente el pluralismo democrático, cual un Cardozo cualquiera. Esa astucia muy propia de su manera de ser, le permitió pasar reformas que la izquierda hemisférica condenaba ruidosamente con el sambenito de neoliberales.
Lula fue artífice de alianzas insólitas, dotado de una gran capacidad para hacerse necesario sin definirse. Cada vez que se presentaba un conflicto social grave, las miradas se volteaban hacia el gran componedor. Tanto lo quieren los pragmáticos empresarios y las multinacionales, que han propuesto un pacto de continuidad de su política, de cara a las próximas elecciones. No obstante, sus virtudes son sus defectos. En función del logro no se siente moral ni ideológicamente limitado. Cualquier temperamento más cultivado, por muy dúctil que sea, encuentra barreras que no puede sobrepasar. No es ese el caso de Lula, y de allí su despreciable posición frente a Zapata Tamayo, Guillermo Fariñas y las Damas de Blanco.
¿Por qué declaró de manera tan abominable? Porque aspira a la secretaría general de la ONU para ser fontanero del universo. Pero lo de Honduras le salió pésimo; se le quemó el conejo israelí por salvar el iraní; su silencio frente a las violaciones de derechos humanos en Venezuela es insostenible. Y si piensa influir en la Cuba posfidelista, alabar al caudillo y despreciar a sus perseguidos es lo peor que podía ocurrírsele. En la encuesta de Datafolha Lula llega al 76%, pero su candidata, Dilma Rousseff, detuvo su ascenso. Serra subió a 36% y Rousseff descendió a 27%
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