EL MENSAJE
Suele decirse, desde la atalaya en la que se colocan los gurúes de varias encuestadoras, que a la oposición le falta mensaje. El efecto de esta noticia suele ser una hemorragia de declaraciones en las cuales, en lo fundamental, los dirigentes muestran su preocupación por los desvalidos y ofrecen soluciones a la desventura que los posee. El intento de obturar la falta se traduce en una intensa agitación discursiva destinada a rellenar de "mensaje" la acción política y, por esa vía, superar la carencia anotada. El lenguaje sobre los pobres y los desamparados ha pasado a formar parte del léxico opositor, con cierta conciencia culpable ya que quien habría descubierto a los pobres sería Hugo Chávez. No deja de haber una mal disimulada admiración por este Colón de la pobrecía, que fue quien puso de relieve -de acuerdo con portavoces de la disidencia- el drama social del país.
Desde acá se piensa que esa visión es equivocada y, por sobre todo, perjudicial. La forma de entender el asunto del "mensaje" es profundamente desatinada, tanto como la de intentar apropiarse o, al menos, compartir el descubrimiento que el Caudillo habría hecho de los pobres en una tarde de su desamparada infancia barinesa. Puede que por allí, como quien no quiere la cosa, se mueva un cierto despiste a la hora de precisar estrategias y de manejar lenguajes. Acá se intentará contribuir a estas clarificaciones.
Del Dicho al Hecho. A la oposición no le falta mensaje sino épica; o, en todo caso, un mensaje práctico, con hechos visibles que sean capaces de enganchar no solo el respaldo, sino la emoción ciudadana. A Chávez lo respaldó la mayoría de la sociedad venezolana no por la crítica que hizo a los partidos y a la corrupción -tema popular en ese momento-, sino porque se alzó en armas y a través de un hecho sangriento transmitió su determinación de cambiar el país. No es la épica de Fidel Castro, ni hay Sierra Maestra, ni esfuerzo sistemático, sino que es la volada de una apuesta exitosa, en la que sin duda el apostador puso toda la carne en el asador, tal vez asustado y al final rendido sin pelear, pero con sabor de aventura y atrevimiento.
La mayor parte de los dirigentes opositores -hay excepciones significativas- se resbala en un ritual semanal de declaraciones que son como oír llover, sin que transmitan decisiones audaces y novedosas que sean seguidas de atrevimientos. Son promesas de compromiso con los pobres y de críticas al gobierno que transmiten, ante todo, un inmenso fastidio porque ni siquiera las adornan frases ingeniosas. No siempre es así. Antonio Ledezma y César Pérez Vivas tienen momentos y gestos; el primero es un batallador que desde el fondo se proyectó como dirigente y el país le reconoce que se ha fajado; el segundo se enfrenta con coraje a la cayapa miserable. El radicalismo de Ismael García y de Henry Ramos a veces comunica la idea de que viene un hasta aquí y un más nunca. Sin embargo, son destellos que se apagan rápido, que no sobreviven al tedio de una oposición que hace esfuerzos, pero no encuentra el tono.
El camino de la épica no es un salto al vacío (a veces puede serlo), sino el de una ruptura radical con un orden que quiere mantener a la oposición con sus declaraciones de los domingos o lunes, prometiendo que ahora sí va la vencida. Elecciones sí; pero como horizonte único es falso porque ofrece lo que no puede garantizar. Prometer una mayoría electoral, como se sabe, no depende de tener la mayoría de los votos, sino la capacidad de derrotar la manipulación, el ventajismo y el fraude. El mensaje que transmite la oposición hoy no son las palabras de esperanza que dice, sino el burocratismo en las negociaciones que practica y que puede terminar en un reparto de candidaturas entre dirigentes, una porción de las cuales podría no ser representativa.
El tema que la oposición no aborda, sobre la base de la idea de que es absurdo por aventurado y aventurero, es el de la salida de Chávez del poder. Eso es lo que elude para evitar que la llamen golpista y que sea presentada ante el planeta como un movimiento político de derecha; por esa vía desestima la total legitimidad democrática de promover la revocación del mandato presidencial o un movimiento por la renuncia de Chávez, planteamientos que son de indudable raigambre institucional. No se hacen estos planteamientos no porque exista la íntima convicción de que el reemplazo de Chávez ocurrirá en 2012 por la vía electoral, sino porque tocar el tema esquiva la acusación de golpistas que, de todos modos, el gobierno enarbola sin cesar.
Sin un mensaje que responda a la pregunta central que el grueso de la oposición de a pie se plantea (el relevo de Chávez en el poder) y sin una épica que permita constituir un liderazgo alternativo, la oposición se mantiene en el esfuerzo de expropiar al Presidente de su discurso a favor de los pobres, jugando su juego que se sostiene en la idea de que antes que él nadie se había ocupado de los desamparados, lo cual es históricamente falso.
Véase la Unidad. Hasta hace unos años la movilización callejera era un elemento esencial en la conformación de las políticas. En su marco salió Chávez del poder el 11 de abril, se produjeron el paro cívico y el referéndum revocatorio y la abstención de 2005. Después los partidos retomaron el control, evitaron las primarias para seleccionar el candidato presidencial y se fue a las elecciones con Rosales, luego se ganó el referéndum de 2007, se llegó a los triunfos y a las derrotas de 2008, y a la derrota del 2009. El movimiento de masas se convirtió en lateral; aunque potente en los casos del estudiantado para inclinar, junto a los militares, el reconocimiento de la derrota oficialista de 2007, no ha cumplido la misma función en el diseño de políticas que tuvo aquel inmenso movimiento que llegó hasta 2005.
Al salir las masas del escenario y quedarse la dirección en manos de algunos partidos, tal como querían, lo que han logrado es perder la sintonía con un vasto sector que los aprecia como ajenos; y, peor aún, se ha perdido la presión que los forzaba a entendimientos y renuncias. La unidad, deseable como es, no se muestra como una labor esperanzada y alegre, sino como el ejercicio de un ajedrez de sofisticada factura. Las primarias, en vez de ser enunciadas como instrumento predilecto, van a quedar como el refugio después de todas las peleas, una vez que no se logre consenso.
El mensaje que en realidad se transmite, fuera del que irradian algunos púgiles solitarios de la oposición, es el de que les cuesta mucho entenderse y que no discuten de cara al país, precisamente para que este rostro feo no se conozca demasiado. Ni un asomo de autocrítica les perturba el ánimo; siempre han tenido razón. Saben que muchos terminarán votando y se entusiasmarán un tiempo, pero las estadísticas y las curules parlamentarias jamás sustituyen la epopeya que requiere emoción y pasión.
http://www.tiempodepalabra.com/
Suele decirse, desde la atalaya en la que se colocan los gurúes de varias encuestadoras, que a la oposición le falta mensaje. El efecto de esta noticia suele ser una hemorragia de declaraciones en las cuales, en lo fundamental, los dirigentes muestran su preocupación por los desvalidos y ofrecen soluciones a la desventura que los posee. El intento de obturar la falta se traduce en una intensa agitación discursiva destinada a rellenar de "mensaje" la acción política y, por esa vía, superar la carencia anotada. El lenguaje sobre los pobres y los desamparados ha pasado a formar parte del léxico opositor, con cierta conciencia culpable ya que quien habría descubierto a los pobres sería Hugo Chávez. No deja de haber una mal disimulada admiración por este Colón de la pobrecía, que fue quien puso de relieve -de acuerdo con portavoces de la disidencia- el drama social del país.
Desde acá se piensa que esa visión es equivocada y, por sobre todo, perjudicial. La forma de entender el asunto del "mensaje" es profundamente desatinada, tanto como la de intentar apropiarse o, al menos, compartir el descubrimiento que el Caudillo habría hecho de los pobres en una tarde de su desamparada infancia barinesa. Puede que por allí, como quien no quiere la cosa, se mueva un cierto despiste a la hora de precisar estrategias y de manejar lenguajes. Acá se intentará contribuir a estas clarificaciones.
Del Dicho al Hecho. A la oposición no le falta mensaje sino épica; o, en todo caso, un mensaje práctico, con hechos visibles que sean capaces de enganchar no solo el respaldo, sino la emoción ciudadana. A Chávez lo respaldó la mayoría de la sociedad venezolana no por la crítica que hizo a los partidos y a la corrupción -tema popular en ese momento-, sino porque se alzó en armas y a través de un hecho sangriento transmitió su determinación de cambiar el país. No es la épica de Fidel Castro, ni hay Sierra Maestra, ni esfuerzo sistemático, sino que es la volada de una apuesta exitosa, en la que sin duda el apostador puso toda la carne en el asador, tal vez asustado y al final rendido sin pelear, pero con sabor de aventura y atrevimiento.
La mayor parte de los dirigentes opositores -hay excepciones significativas- se resbala en un ritual semanal de declaraciones que son como oír llover, sin que transmitan decisiones audaces y novedosas que sean seguidas de atrevimientos. Son promesas de compromiso con los pobres y de críticas al gobierno que transmiten, ante todo, un inmenso fastidio porque ni siquiera las adornan frases ingeniosas. No siempre es así. Antonio Ledezma y César Pérez Vivas tienen momentos y gestos; el primero es un batallador que desde el fondo se proyectó como dirigente y el país le reconoce que se ha fajado; el segundo se enfrenta con coraje a la cayapa miserable. El radicalismo de Ismael García y de Henry Ramos a veces comunica la idea de que viene un hasta aquí y un más nunca. Sin embargo, son destellos que se apagan rápido, que no sobreviven al tedio de una oposición que hace esfuerzos, pero no encuentra el tono.
El camino de la épica no es un salto al vacío (a veces puede serlo), sino el de una ruptura radical con un orden que quiere mantener a la oposición con sus declaraciones de los domingos o lunes, prometiendo que ahora sí va la vencida. Elecciones sí; pero como horizonte único es falso porque ofrece lo que no puede garantizar. Prometer una mayoría electoral, como se sabe, no depende de tener la mayoría de los votos, sino la capacidad de derrotar la manipulación, el ventajismo y el fraude. El mensaje que transmite la oposición hoy no son las palabras de esperanza que dice, sino el burocratismo en las negociaciones que practica y que puede terminar en un reparto de candidaturas entre dirigentes, una porción de las cuales podría no ser representativa.
El tema que la oposición no aborda, sobre la base de la idea de que es absurdo por aventurado y aventurero, es el de la salida de Chávez del poder. Eso es lo que elude para evitar que la llamen golpista y que sea presentada ante el planeta como un movimiento político de derecha; por esa vía desestima la total legitimidad democrática de promover la revocación del mandato presidencial o un movimiento por la renuncia de Chávez, planteamientos que son de indudable raigambre institucional. No se hacen estos planteamientos no porque exista la íntima convicción de que el reemplazo de Chávez ocurrirá en 2012 por la vía electoral, sino porque tocar el tema esquiva la acusación de golpistas que, de todos modos, el gobierno enarbola sin cesar.
Sin un mensaje que responda a la pregunta central que el grueso de la oposición de a pie se plantea (el relevo de Chávez en el poder) y sin una épica que permita constituir un liderazgo alternativo, la oposición se mantiene en el esfuerzo de expropiar al Presidente de su discurso a favor de los pobres, jugando su juego que se sostiene en la idea de que antes que él nadie se había ocupado de los desamparados, lo cual es históricamente falso.
Véase la Unidad. Hasta hace unos años la movilización callejera era un elemento esencial en la conformación de las políticas. En su marco salió Chávez del poder el 11 de abril, se produjeron el paro cívico y el referéndum revocatorio y la abstención de 2005. Después los partidos retomaron el control, evitaron las primarias para seleccionar el candidato presidencial y se fue a las elecciones con Rosales, luego se ganó el referéndum de 2007, se llegó a los triunfos y a las derrotas de 2008, y a la derrota del 2009. El movimiento de masas se convirtió en lateral; aunque potente en los casos del estudiantado para inclinar, junto a los militares, el reconocimiento de la derrota oficialista de 2007, no ha cumplido la misma función en el diseño de políticas que tuvo aquel inmenso movimiento que llegó hasta 2005.
Al salir las masas del escenario y quedarse la dirección en manos de algunos partidos, tal como querían, lo que han logrado es perder la sintonía con un vasto sector que los aprecia como ajenos; y, peor aún, se ha perdido la presión que los forzaba a entendimientos y renuncias. La unidad, deseable como es, no se muestra como una labor esperanzada y alegre, sino como el ejercicio de un ajedrez de sofisticada factura. Las primarias, en vez de ser enunciadas como instrumento predilecto, van a quedar como el refugio después de todas las peleas, una vez que no se logre consenso.
El mensaje que en realidad se transmite, fuera del que irradian algunos púgiles solitarios de la oposición, es el de que les cuesta mucho entenderse y que no discuten de cara al país, precisamente para que este rostro feo no se conozca demasiado. Ni un asomo de autocrítica les perturba el ánimo; siempre han tenido razón. Saben que muchos terminarán votando y se entusiasmarán un tiempo, pero las estadísticas y las curules parlamentarias jamás sustituyen la epopeya que requiere emoción y pasión.
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