A su edad, Luis Miquilena continúa en lucha y merece respeto.
No muchos como él enfrentaron persecuciones, cárceles, torturas en las que se bate el cobre y salieron moralmente ilesos. Eso obliga, en nuestro caso, a admirar su coraje, pero no a compartir sus decisiones políticas, salvo cuando entendió la necesidad de detener el Frankestein que el mismo revivió en desgracia del país y de Latinoamérica.
Para sorpresa –Don Andrés Bello diría que el sorprendido es él y nosotros estamos asombrados- Miquilena y un grupo de políticos, varios de ellos vinculados a los golpes militares, celebran el décimo aniversario de la “constituyente” una de las mayores tragedias de la política venezolana en el siglo XX, y de la Constitución peor aprobada -y peor escrita- del mundo civilizado, devenida hoy la hoja de parra que nos separa del totalitarismo.
Una especie de misa negra, como si alguien propusiera celebrar el golpe de Carujo, el 4 de febrero, el fusilamiento de Piar, el castigo de Valencia por Boves, el asesinato de Ruiz Pineda o cualquier otra trastada de nuestra pobre historia. Un periodista que hacía atolondradas crónicas políticas los domingos, cruzado de la constituyente, me iluminó entonces con una verdad de diamante: “la constituyente no es para hacer una constitución sino para acabar con los partidos”.
Y ciertamente, confabuladas la derecha sifrina, la derecha tradicional y la izquierda confusa, paralizaron los partidos de centro para luego degollarlos, únicos obstáculos a la avanzada dictatorial. Lágrimas de vinagre debían llorar sus autores y los que los apoyaron, por destruir cuarenta años de convivencia política civilizada y ponernos hacia una dictadura totalitaria que avanza devorando sus propios hijos y los de los demás.
Más que gozos, les saldría caminar azotándose entre ellos las espaldas de aldea en aldea, como los penitentes medievales. La constituyente de hoy, el tiro de gracia a los desvencijados partidos, es la “tarjeta única”, como la constituyente de ayer, síntesis de ingenuidad, viveza, buena intención, insensatez, necesidad-de-un-nuevo-liderazgo, en vías a una (nueva), contundente desgracia.
Faltaría que resucitaran los “notables” y convencieran a los partidos políticos de aprobarla, para que después de las elecciones tuvieran que salir a recoger firmas. La política en manos de abstencionistas, antipolíticos, analistas, barberos, taxistas, damas de mira-alta, caballeros de orden, asesores, locutores, -oficios muy respetables- exactamente como el 11 de abril y cuando “el paro”, pero básicamente en manos del Capataz. Triunfo de la revolución.
A “comer y callar”, como, según Don Luís, los que no se alzaron el 4 de febrero, ni el 27 de noviembre y no apoyaban a Chávez.
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