"El Gobierno intenta impedir la protesta pues sabe que ya no puede competir en la calle" - Cuando los oficiales, cabos y milicianos bolivariados creen observar alguna guarimba entran en estadio de estreptococos epilépticos; se engrinchan y chillan: "¡golpistas! ¡Golpistas!". No hay palabra que convoque más al miedo de los próceres que la de guarimba.
Aunque vinculada a los juegos infantiles, en los tiempos del bolivaricidio y si este narrador no recuerda mal, Robert Alonso la puso de moda por Internet como mecanismo de resistencia defensiva vecinal; sin embargo luego adquirió un contenido subversivo radical. Se acusó a Alonso en el ridículo caso de los paramilitares colombianos -los "paracachitos"- que habían invadido a Venezuela hasta El Hatillo sin que nadie se diera cuenta.
Antes, el 27 de febrero de 2004, hubo una inmensa manifestación de protesta con ocasión de la reunión del Grupo de los 15 en Venezuela, a la cual asistieron varios presidentes democráticos mezclados con el bandido Robert Mugabe. Se quiso entregar un documento y las brigadas represivas de la PM y la GN se apostaron en la avenida Libertador, reprimieron a más y mejor, pero se inició un combate callejero que duró varios días, apagado progresivamente por el Gobierno y por los dirigentes de la oposición que creyeron ver en esa rebelión una aventura sin destino.
Las últimas llamas de cauchos y escombros se vieron en urbanizaciones del este caraqueño, aunque habían estado encendidas en otros sectores de la ciudad. A esa explosión ciudadana, bastante espontánea, se le llamó guarimba. Surgió el verbo guarimbear. Los guarimberos se convirtieron en aquellos radicales, jugadores libres, que -según sus críticos- pretendían tumbar a Chávez mediante la creación de focos de insurrección urbana.
La Cortina de Palabras. La guarimba fue imprecada como desvarío por los jefes del Gobierno y por los de la oposición. Pasó a ser mala palabra. Tanto, que los trabajadores que hacen protestas lo primero que aseguran es que no son guarimberos. Así lo afirman, graves, dirigentes de la disidencia: son demócratas; no guarimberos.La palabra ha corrido la suerte de otras cuyo significado se ha alterado esencialmente.
Los golpistas ahora son los que manifiestan en las calles y no los que se alzaron y asesinaron ciudadanos, soldados y policías en 1992. Revolucionarios son los que les dan palo a los obreros y a los estudiantes en fábricas y universidades.
Se acusa de traidores a la patria a quienes se oponen a la invasión cubana y no a quienes la apadrinan. Provocadores son las víctimas porque se le atraviesan sin consideración a las balas y garrotes bolivarianos. Demócratas son los que manejan el país como su hacienda y no quienes son electos para cargos de representación popular desde posiciones disidentes.
El giro de las palabras no es inocente. Tiene el propósito de apropiarse del léxico políticamente correcto en el escenario internacional para lograr la cobertura retórica como demócratas. Hablar de democracia, de justicia social y de desarrollo económico, exime de su logro, al menos por un rato. La cortina de palabras puede ser tan poderosa como la de hierro; Chávez la ha usado hasta el escarnio.
Los Gemelos Represivos. Carlos Meza, director de la Policía Metropolitana, y el coronel Antonio Benavides Torres, del Comando Regional No. 5 de la Guardia Nacional son las dos figuras que en Caracas encabezan la represión contra la protesta ciudadana.
El primero ha dicho que "no permitiremos más guarimbas", después de la demostración del sábado pasado; además el rústico oficial tiene una teoría sobre los manifestantes y sus dirigentes, llegó a afirmar que "tratan de trabajarle la mente a un grupo de personas"; claro, esto no debe pasar y para prevenirlo están Meza y sus secuaces, celosos y puntuales en impedir a palo, gases y perdigones, ese "trabajo" de los opositores sobre lo que supone son las maleables mentes en blanco de los ciudadanos.
Por su parte el siniestro Benavides desembucha su voluntad represiva cuando afirma que los manifestantes del 22 de agosto no protestaban contra la Ley de Educación sino que esgrimían consignas como "fuera Chávez". Este personajillo estima que no puede permitir una manifestación con esas consignas y, por tanto, habrá que tener en cuenta para próximas oportunidades, no sólo la ruta sino lo que puede ser dicho, no vaya a ser que Benavides se ponga bravo otra vez en su desesperada carrera al generalato.
La Nuez del Asunto. La manifestación del 22 de agosto sorprendió al Gobierno, a la oposición y a los ciudadanos. Fue una sorpresa que en vacaciones, sin dirigentes, sin ninguna propaganda masiva, sin autobuses, sin nada diferente a la voluntad de cada quien, se diera una inmensa manifestación como la que tuvo lugar en ese día. A esa sorpresa se sumó otra: el Gobierno no pudo hacer nada, después de haber prometido una contramanifestación. Cuatro gatos, varios de los cuales estaban alumbrados por los bebitivos que les proporcionaron para "trabajar" sus mentes.
Pero hubo una sorpresa adicional: los ciudadanos que protestaban marcharon a pesar de saber que el Gobierno reprimiría, lo cual habla de un proceso que vagabundea por allí, en el cual la rabia puede ser tan poderosa que supere el miedo que producen las venganzas rojas. La disidencia democrática ha sido mayoría muchas veces y sin duda ahora lo es.
Lo nuevo de la situación es que el frente de Chávez se desmorona desde abajo y desde adentro.. La represión a los contrarios es la cara pública de la represión hacia sus propias mesnadas, las cuales además tienen que hacer votos de silencio a cambio de no hacerlos de pobreza, de castidad o de honradez. Lo que se propone el Gobierno es impedir toda protesta porque sabe que ya no puede competir en la calle. Hasta hace poco era diferente: a una fenomenal marcha opositora oponía otra que, con la ayuda del presupuesto público, la presión a los empleados y unas tomas cerradas de VTV, podía aparecer como equivalente o mayor.
Ahora todo es diferente. No logran reunir a los suyos y lo que es peor, no entienden por qué. A veces piensan que son los medios de comunicación; dan manotones contra éstos y no solucionan la cuestión. En otras oportunidades se imaginan que hay traición entre los suyos, entonces los purgan y los reducen. Ven conspiraciones en cualquier resquicio; vigilan los cruces de miradas, graban las conversaciones, fotografían los encuentros, espían los cuarteles; pero no ven lo que tienen enfrente: el descontento masivo, el cansancio, el hasta cuándo que retumba. Chávez puede perseguir a los diferentes, lo que no pudo evitar es su propia metamorfosis.
De la promisora crisálida bolivariana brotó una peluda mariposa enferma de poder. La promesa redentora que encarnaba se convirtió en un bostezo. Ahora representa la fatiga; el amor a juro que desea imponer el carnoso y besuqueador personaje. Chávez, convertido en un fastidio, se apresta a vengarse del desamor. El despecho, cuando enloquece, sólo ve guarimbas y puede hacerse homicida.
Aunque vinculada a los juegos infantiles, en los tiempos del bolivaricidio y si este narrador no recuerda mal, Robert Alonso la puso de moda por Internet como mecanismo de resistencia defensiva vecinal; sin embargo luego adquirió un contenido subversivo radical. Se acusó a Alonso en el ridículo caso de los paramilitares colombianos -los "paracachitos"- que habían invadido a Venezuela hasta El Hatillo sin que nadie se diera cuenta.
Antes, el 27 de febrero de 2004, hubo una inmensa manifestación de protesta con ocasión de la reunión del Grupo de los 15 en Venezuela, a la cual asistieron varios presidentes democráticos mezclados con el bandido Robert Mugabe. Se quiso entregar un documento y las brigadas represivas de la PM y la GN se apostaron en la avenida Libertador, reprimieron a más y mejor, pero se inició un combate callejero que duró varios días, apagado progresivamente por el Gobierno y por los dirigentes de la oposición que creyeron ver en esa rebelión una aventura sin destino.
Las últimas llamas de cauchos y escombros se vieron en urbanizaciones del este caraqueño, aunque habían estado encendidas en otros sectores de la ciudad. A esa explosión ciudadana, bastante espontánea, se le llamó guarimba. Surgió el verbo guarimbear. Los guarimberos se convirtieron en aquellos radicales, jugadores libres, que -según sus críticos- pretendían tumbar a Chávez mediante la creación de focos de insurrección urbana.
La Cortina de Palabras. La guarimba fue imprecada como desvarío por los jefes del Gobierno y por los de la oposición. Pasó a ser mala palabra. Tanto, que los trabajadores que hacen protestas lo primero que aseguran es que no son guarimberos. Así lo afirman, graves, dirigentes de la disidencia: son demócratas; no guarimberos.La palabra ha corrido la suerte de otras cuyo significado se ha alterado esencialmente.
Los golpistas ahora son los que manifiestan en las calles y no los que se alzaron y asesinaron ciudadanos, soldados y policías en 1992. Revolucionarios son los que les dan palo a los obreros y a los estudiantes en fábricas y universidades.
Se acusa de traidores a la patria a quienes se oponen a la invasión cubana y no a quienes la apadrinan. Provocadores son las víctimas porque se le atraviesan sin consideración a las balas y garrotes bolivarianos. Demócratas son los que manejan el país como su hacienda y no quienes son electos para cargos de representación popular desde posiciones disidentes.
El giro de las palabras no es inocente. Tiene el propósito de apropiarse del léxico políticamente correcto en el escenario internacional para lograr la cobertura retórica como demócratas. Hablar de democracia, de justicia social y de desarrollo económico, exime de su logro, al menos por un rato. La cortina de palabras puede ser tan poderosa como la de hierro; Chávez la ha usado hasta el escarnio.
Los Gemelos Represivos. Carlos Meza, director de la Policía Metropolitana, y el coronel Antonio Benavides Torres, del Comando Regional No. 5 de la Guardia Nacional son las dos figuras que en Caracas encabezan la represión contra la protesta ciudadana.
El primero ha dicho que "no permitiremos más guarimbas", después de la demostración del sábado pasado; además el rústico oficial tiene una teoría sobre los manifestantes y sus dirigentes, llegó a afirmar que "tratan de trabajarle la mente a un grupo de personas"; claro, esto no debe pasar y para prevenirlo están Meza y sus secuaces, celosos y puntuales en impedir a palo, gases y perdigones, ese "trabajo" de los opositores sobre lo que supone son las maleables mentes en blanco de los ciudadanos.
Por su parte el siniestro Benavides desembucha su voluntad represiva cuando afirma que los manifestantes del 22 de agosto no protestaban contra la Ley de Educación sino que esgrimían consignas como "fuera Chávez". Este personajillo estima que no puede permitir una manifestación con esas consignas y, por tanto, habrá que tener en cuenta para próximas oportunidades, no sólo la ruta sino lo que puede ser dicho, no vaya a ser que Benavides se ponga bravo otra vez en su desesperada carrera al generalato.
La Nuez del Asunto. La manifestación del 22 de agosto sorprendió al Gobierno, a la oposición y a los ciudadanos. Fue una sorpresa que en vacaciones, sin dirigentes, sin ninguna propaganda masiva, sin autobuses, sin nada diferente a la voluntad de cada quien, se diera una inmensa manifestación como la que tuvo lugar en ese día. A esa sorpresa se sumó otra: el Gobierno no pudo hacer nada, después de haber prometido una contramanifestación. Cuatro gatos, varios de los cuales estaban alumbrados por los bebitivos que les proporcionaron para "trabajar" sus mentes.
Pero hubo una sorpresa adicional: los ciudadanos que protestaban marcharon a pesar de saber que el Gobierno reprimiría, lo cual habla de un proceso que vagabundea por allí, en el cual la rabia puede ser tan poderosa que supere el miedo que producen las venganzas rojas. La disidencia democrática ha sido mayoría muchas veces y sin duda ahora lo es.
Lo nuevo de la situación es que el frente de Chávez se desmorona desde abajo y desde adentro.. La represión a los contrarios es la cara pública de la represión hacia sus propias mesnadas, las cuales además tienen que hacer votos de silencio a cambio de no hacerlos de pobreza, de castidad o de honradez. Lo que se propone el Gobierno es impedir toda protesta porque sabe que ya no puede competir en la calle. Hasta hace poco era diferente: a una fenomenal marcha opositora oponía otra que, con la ayuda del presupuesto público, la presión a los empleados y unas tomas cerradas de VTV, podía aparecer como equivalente o mayor.
Ahora todo es diferente. No logran reunir a los suyos y lo que es peor, no entienden por qué. A veces piensan que son los medios de comunicación; dan manotones contra éstos y no solucionan la cuestión. En otras oportunidades se imaginan que hay traición entre los suyos, entonces los purgan y los reducen. Ven conspiraciones en cualquier resquicio; vigilan los cruces de miradas, graban las conversaciones, fotografían los encuentros, espían los cuarteles; pero no ven lo que tienen enfrente: el descontento masivo, el cansancio, el hasta cuándo que retumba. Chávez puede perseguir a los diferentes, lo que no pudo evitar es su propia metamorfosis.
De la promisora crisálida bolivariana brotó una peluda mariposa enferma de poder. La promesa redentora que encarnaba se convirtió en un bostezo. Ahora representa la fatiga; el amor a juro que desea imponer el carnoso y besuqueador personaje. Chávez, convertido en un fastidio, se apresta a vengarse del desamor. El despecho, cuando enloquece, sólo ve guarimbas y puede hacerse homicida.
CARLOS BLANCO GARCIA
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