Así como aquí los venezolanos somos una cosa y este gobierno es otra, afortunadamente el pueblo español es una y sus autoridades otra. Mucho gusto nos dio saber que, mientras Zapatero y el Rey sonreían al lado del dictador venezolano a cuanta cámara los apuntaba, los españoles dignos protestaban, junto a los compatriotas radicados allá, su presencia en las calles de Madrid. No deja de ser un alivio constatar que los gobernantes pueden ser desatinados y los gobiernos interesados, pero los pueblos están cada vez más conscientes de lo que les conviene y lo que no.
Cuando los gobernantes se importan a sí mismos y los pueblos nos importamos nosotros la cosa va mal. Esa realidad precede al fin de las democracias y caracteriza con mayor fiereza a las dictaduras. Por eso los mandamases gobiernan hasta que el pueblo los saca. Después de lo ocurrido con Honduras no es posible dudar de cuán solos estamos aquellos que sufrimos a los sátrapas. Mientras existan negocios que cuadrar, ¿qué puede importarle a un rey el tema de los derechos humanos de ciudadanos que vivimos al otro lado del charco? ¿Qué puede importarle a Zapatero las penalidades del pueblo venezolano, si le llega Moratinos con la cartera full de convenios y contratos que envía en bandeja el mandante venezolano?
Honduras deja la única lección que es preciso aprender: no nos demos mala vida por la comunidad internacional. Ella siempre extenderá la alfombra roja a quien atienda el teléfono en Miraflores. Es la nueva guerra fría, la que desconoce instancias mediadoras que no existen, instituciones de adorno y diplomacias de cartón, que se bambolean a la primera brisa que huela a dólar... o a euro. Puedo suponer la condena de cada ciudadano hondureño a la autista OEA, la profunda decepción que deben sentir ante un Oscar Arias, así no le quepa en el pecho la banda de “Nobel de la Paz” y la indignación ante la doña Clinton, que se cree con patente de corso para darle órdenes a un país soberano desde su despacho en Washington. Hay que tomar nota para estar bien claros acerca de lo que hay que sacudirse cuando llegue la hora. A fin de cuentas, terminarán con las piernas flojas delante del portafolios petrolero más temprano que tarde. Tenía razón aquél que dijo que por negociar, negociarían hasta la cuerda con que serían ahorcados.
Aún no han entendido de lo que se trata. La influencia del eje del mal, crece cada día en poder y espacio gracias a los gilipollas que le hacen los honores a cambio de beneficios puntuales. Avanza sobre alfombras rojas que los gobernantes despliegan a su paso, haciendo oídos sordos a sus pueblos que les gritan avisando el peligro. Como los músicos del Titanic, Zapatero y su rey encajan con Chávez como piezas de rompecabezas, mientras España sufre los rigores de la ETA, amiguita del dictador, y se deja penetrar hasta la cacha por el radicalismo islámico que no tardará en jugarles otra de las suyas, igualmente panitas del que les acabo de contar. ¿O no estaban todos en el sarao forajido de Trípoli? Pero “bussines are business”.
Cuando los gobernantes se importan a sí mismos y los pueblos nos importamos nosotros la cosa va mal. Esa realidad precede al fin de las democracias y caracteriza con mayor fiereza a las dictaduras. Por eso los mandamases gobiernan hasta que el pueblo los saca. Después de lo ocurrido con Honduras no es posible dudar de cuán solos estamos aquellos que sufrimos a los sátrapas. Mientras existan negocios que cuadrar, ¿qué puede importarle a un rey el tema de los derechos humanos de ciudadanos que vivimos al otro lado del charco? ¿Qué puede importarle a Zapatero las penalidades del pueblo venezolano, si le llega Moratinos con la cartera full de convenios y contratos que envía en bandeja el mandante venezolano?
Honduras deja la única lección que es preciso aprender: no nos demos mala vida por la comunidad internacional. Ella siempre extenderá la alfombra roja a quien atienda el teléfono en Miraflores. Es la nueva guerra fría, la que desconoce instancias mediadoras que no existen, instituciones de adorno y diplomacias de cartón, que se bambolean a la primera brisa que huela a dólar... o a euro. Puedo suponer la condena de cada ciudadano hondureño a la autista OEA, la profunda decepción que deben sentir ante un Oscar Arias, así no le quepa en el pecho la banda de “Nobel de la Paz” y la indignación ante la doña Clinton, que se cree con patente de corso para darle órdenes a un país soberano desde su despacho en Washington. Hay que tomar nota para estar bien claros acerca de lo que hay que sacudirse cuando llegue la hora. A fin de cuentas, terminarán con las piernas flojas delante del portafolios petrolero más temprano que tarde. Tenía razón aquél que dijo que por negociar, negociarían hasta la cuerda con que serían ahorcados.
Aún no han entendido de lo que se trata. La influencia del eje del mal, crece cada día en poder y espacio gracias a los gilipollas que le hacen los honores a cambio de beneficios puntuales. Avanza sobre alfombras rojas que los gobernantes despliegan a su paso, haciendo oídos sordos a sus pueblos que les gritan avisando el peligro. Como los músicos del Titanic, Zapatero y su rey encajan con Chávez como piezas de rompecabezas, mientras España sufre los rigores de la ETA, amiguita del dictador, y se deja penetrar hasta la cacha por el radicalismo islámico que no tardará en jugarles otra de las suyas, igualmente panitas del que les acabo de contar. ¿O no estaban todos en el sarao forajido de Trípoli? Pero “bussines are business”.
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