Que sean los países del ALBA, y básicamente, su líder, el teniente coronel, Hugo Chávez, los que llevan a cabo la feroz campaña contra la instalación de presuntas bases militares norteamericanas en Colombia, no es sino otra prueba de lo bien sintonizados que están los intereses de la subversión colombiana con sus aliados de Sur, Centroamérica y el Caribe.
Para empezar a situarnos, no habría que recordar sino la frase espetada hace año y medio por Chávez -y desempolvada hace una semana por Correa para aplicarla al Ecuador- de “que Venezuela no limita en su frontera norte y suroccidental con Colombia, sino con las FARC”.
Audacia que también explica, por qué Chávez y sus socios dan como un hecho, que de existir las fulanas bases norteamericanas en Colombia, no sería para dirigirlas exclusivamente contra las FARC y otro enemigos internos del país de Nariño, sino contra ellos mismos.
Y la pregunta es: ¿por qué tanto miedo? ¿es que existen relaciones peligrosas, peligrosísimas, y no confesas entre Chávez, Correa, los países del ALBA y las FARC a un extremo, que de instalarse las presuntas bases, sería imposible que el conjunto de países socialistas, autoritarios y totalitarios no terminen chocando con los ejércitos de Uribe y Barack Obama?
A este respecto, admito que un descreído y escéptico como yo abrigó sus dudas… pero solo hasta que el gobierno colombiano reveló el video en que “El Mono Jojoy” dijo ante un grupo de guerrilleros “que las FARC habían contribuido con 300 mil dólares a la campaña electoral de Correa”, y, días después, un comunicado del Ejército colombiano soltó la perla “de que 3 lanzacohetes antitanques que pertenecían a la FAN venezolana habían sido encontrados en un campamento de las FARC”.
Todo lo cual me llevó a la tesis que sostengo actualmente: toda la alharaca que vociferan en este momento Chávez, Correa y sus socios del ALBA contra la instalación de bases norteamericanas en Colombia, es por encargo de las FARC, que son los únicos amenazados porque tales bases contribuyan con el gobierno de Álvaro Uribe y de quienes le sucedan, a darles la estocada final a las guerrillas más añejas del continente.
Objetivo estratégico y fundamental para el presente y futuro del país neogranadino, que sería imposible alcanzar a menos de contar con la ayuda y cooperación de sus “hermanos” -vecinos o no- democráticos e iberoamericanos, pero que al serle escamoteada esta, le ha sido inevitable no recurrir al único país del continente con recursos y disposición para dárselas: los Estados Unidos de Norteamérica.
En este sentido, es de una mala fe sin precedentes en las relaciones internacionales de este y otros continentes, no admitir los esfuerzos del liderazgo colombiano porque Venezuela, Brasil, Perú, Chile y Argentina se involucren, o contribuyan más, en la derrota de la subversión interna, recibiendo, apenas, la indiferencia, y cuando no, la hostilidad de países de vocación subversiva y totalitaria como la Venezuela de Chávez y el Ecuador de Correa.
De modo que, las opciones de Uribe son pocas, poquísimas: o se apoya en la ayuda de Estados Unidos o en cuestión de años Colombia se unirá a la continental del miedo, el terror, la desigualdad extrema, la miseria horizontal y la ruina sin contén que promueven los hermanos Castro, Chávez y sus aliados.
En otras palabras: que los que se oponen a la llamada “injerencia” militar norteamericana en Colombia, en una política que no es otra cosa que la continuidad y reforzamiento del “Plan Colombia”, no son sino aliados de las FARC, y demás jinetes apocalípticos de la subversión colombiana, apostando a su recuperación del mal momento que viven después de las muertes de Raúl Reyes, Manuel Marulanda y el rescate de 50 rehenes encabezados por Ingrid Betancourt.
Bosque donde coexisten, desde “tontos útiles” como Lula, los esposos Kirchner, y Tabaré Vásquez, hasta indiferentes como la señora Bachelet, el cura Lugo y Felipe Calderón, pero que, básicamente, está poblado por quienes corrieron a distraer el esfuerzo de guerra del gobierno y el Ejército colombianos por ponerle el guante a Timoleón Jiménez, Grannobles, “Jhon 40″, “El Mono Jojoy” y Alfonso Cano.
Y para ello, del lado del gobierno de Uribe, es imprescindible la ayuda militar de un gobierno como el de Estados Unidos… Y para las FARC, y demás tentáculos de la subversión, todo cuanto puedan ofrecerle los aliados que por afinidad ideológica, u odio contra el país líder de la democracia mundial, estén dispuestos a darle una última mano, para sobrevivir al cerco, recuperarse y continuar su obra de ruina, destrucción y muerte.
A este respecto, es indiscutible que la guerra civil colombiana está como nunca decidiéndose en los escenarios continentales, pues, será el factor que derrote o neutralice el apoyo que necesita el otro para triunfar, el que logrará a la postre imponerse.
Y esto lo saben mejor que nadie los hermanos Castro, Chávez y el resto de títeres del ALBA, enfrascados en una cruzada para evitar la continuidad y reforzamiento del “Plan Colombia”, con el pretexto de que se trataría del establecimiento de bases militares en Colombia que presuntamente apuntarían al resto de países de Sudamérica y de la región.
O sea, que ignoran, adrede, que tales bases, de existir, difícilmente serían utilizadas contra gobiernos y países desafectos a los intereses norteamericanos y contrarios al establecimiento jurídico internacional y regional representado en la Carta Democrática Interamericana.
Sobre todo, después del fin de la Guerra Fría, cuando colapsados el comunismo y el fin del Imperio Soviético, los Estados Unidos se encontraron sin enemigos que los amenace con un arsenal de armas nucleares dirigidas a enfrentar y pulverizar a la potencia norteamericana, como era el caso de la URSS.
Pero no son detalles que interesen a los países del ALBA que lideran los hermanos Castro y Chávez, puesto que a quien están defendiendo, no es a los países de la región, sino a las FARC; y su enemigo, no es primer afrodescendiente presidente de los Estados Unidos, sino Uribe.
Para comprobarlo la rapidez que se tomaron Chávez y su comparsa para abandonar la frontera nicaraguense-hondureña desde donde planeaban la reinstalación de su compinche, Manuel Zelaya, en el poder, para regresar al sur, prender la llama de los enfrentamientos contra Uribe, y aliviar la presión que desde hacía meses sostenía el Ejército neogranadino contra los campamentos de “John 40″, “El Mono Jojoy” y Alfonso Cano.
Y es que de otra manera, no se explicaría que el “héroe” que hasta pocas horas antes era presentado como portador de las banderas de la revolución y el socialismo en las tierra de Morazán, Manuel Zelaya, fuera dejado de la mano de dios y al arbitrio de lo que pudiera hacer por él el otro socio de la pandilla: José Miguel Insulza.
Maniobra que los primeros en morder fueron el presidente Uribe, el ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos y el Comandante General de las Fuerzas Militares de Colombia, Freddy Padilla León, al pasar a la ofensiva y demostrar que Chávez y Correa no estaban actuando por preocupación frente a la soberanía de los países de Sudamérica y el continente, sino por solidaridad con las FARC.
Acusación que fue desmentida por Chávez en un comienzo de manera rotunda, que dio origen a una crisis diplomática que al parecer va a disolverse como otra crisis venezolana-colombiana más, cuando ordenó al embajador venezolano, Gustavo Márquez, que regresara a Bogotá.
Para empezar a situarnos, no habría que recordar sino la frase espetada hace año y medio por Chávez -y desempolvada hace una semana por Correa para aplicarla al Ecuador- de “que Venezuela no limita en su frontera norte y suroccidental con Colombia, sino con las FARC”.
Audacia que también explica, por qué Chávez y sus socios dan como un hecho, que de existir las fulanas bases norteamericanas en Colombia, no sería para dirigirlas exclusivamente contra las FARC y otro enemigos internos del país de Nariño, sino contra ellos mismos.
Y la pregunta es: ¿por qué tanto miedo? ¿es que existen relaciones peligrosas, peligrosísimas, y no confesas entre Chávez, Correa, los países del ALBA y las FARC a un extremo, que de instalarse las presuntas bases, sería imposible que el conjunto de países socialistas, autoritarios y totalitarios no terminen chocando con los ejércitos de Uribe y Barack Obama?
A este respecto, admito que un descreído y escéptico como yo abrigó sus dudas… pero solo hasta que el gobierno colombiano reveló el video en que “El Mono Jojoy” dijo ante un grupo de guerrilleros “que las FARC habían contribuido con 300 mil dólares a la campaña electoral de Correa”, y, días después, un comunicado del Ejército colombiano soltó la perla “de que 3 lanzacohetes antitanques que pertenecían a la FAN venezolana habían sido encontrados en un campamento de las FARC”.
Todo lo cual me llevó a la tesis que sostengo actualmente: toda la alharaca que vociferan en este momento Chávez, Correa y sus socios del ALBA contra la instalación de bases norteamericanas en Colombia, es por encargo de las FARC, que son los únicos amenazados porque tales bases contribuyan con el gobierno de Álvaro Uribe y de quienes le sucedan, a darles la estocada final a las guerrillas más añejas del continente.
Objetivo estratégico y fundamental para el presente y futuro del país neogranadino, que sería imposible alcanzar a menos de contar con la ayuda y cooperación de sus “hermanos” -vecinos o no- democráticos e iberoamericanos, pero que al serle escamoteada esta, le ha sido inevitable no recurrir al único país del continente con recursos y disposición para dárselas: los Estados Unidos de Norteamérica.
En este sentido, es de una mala fe sin precedentes en las relaciones internacionales de este y otros continentes, no admitir los esfuerzos del liderazgo colombiano porque Venezuela, Brasil, Perú, Chile y Argentina se involucren, o contribuyan más, en la derrota de la subversión interna, recibiendo, apenas, la indiferencia, y cuando no, la hostilidad de países de vocación subversiva y totalitaria como la Venezuela de Chávez y el Ecuador de Correa.
De modo que, las opciones de Uribe son pocas, poquísimas: o se apoya en la ayuda de Estados Unidos o en cuestión de años Colombia se unirá a la continental del miedo, el terror, la desigualdad extrema, la miseria horizontal y la ruina sin contén que promueven los hermanos Castro, Chávez y sus aliados.
En otras palabras: que los que se oponen a la llamada “injerencia” militar norteamericana en Colombia, en una política que no es otra cosa que la continuidad y reforzamiento del “Plan Colombia”, no son sino aliados de las FARC, y demás jinetes apocalípticos de la subversión colombiana, apostando a su recuperación del mal momento que viven después de las muertes de Raúl Reyes, Manuel Marulanda y el rescate de 50 rehenes encabezados por Ingrid Betancourt.
Bosque donde coexisten, desde “tontos útiles” como Lula, los esposos Kirchner, y Tabaré Vásquez, hasta indiferentes como la señora Bachelet, el cura Lugo y Felipe Calderón, pero que, básicamente, está poblado por quienes corrieron a distraer el esfuerzo de guerra del gobierno y el Ejército colombianos por ponerle el guante a Timoleón Jiménez, Grannobles, “Jhon 40″, “El Mono Jojoy” y Alfonso Cano.
Y para ello, del lado del gobierno de Uribe, es imprescindible la ayuda militar de un gobierno como el de Estados Unidos… Y para las FARC, y demás tentáculos de la subversión, todo cuanto puedan ofrecerle los aliados que por afinidad ideológica, u odio contra el país líder de la democracia mundial, estén dispuestos a darle una última mano, para sobrevivir al cerco, recuperarse y continuar su obra de ruina, destrucción y muerte.
A este respecto, es indiscutible que la guerra civil colombiana está como nunca decidiéndose en los escenarios continentales, pues, será el factor que derrote o neutralice el apoyo que necesita el otro para triunfar, el que logrará a la postre imponerse.
Y esto lo saben mejor que nadie los hermanos Castro, Chávez y el resto de títeres del ALBA, enfrascados en una cruzada para evitar la continuidad y reforzamiento del “Plan Colombia”, con el pretexto de que se trataría del establecimiento de bases militares en Colombia que presuntamente apuntarían al resto de países de Sudamérica y de la región.
O sea, que ignoran, adrede, que tales bases, de existir, difícilmente serían utilizadas contra gobiernos y países desafectos a los intereses norteamericanos y contrarios al establecimiento jurídico internacional y regional representado en la Carta Democrática Interamericana.
Sobre todo, después del fin de la Guerra Fría, cuando colapsados el comunismo y el fin del Imperio Soviético, los Estados Unidos se encontraron sin enemigos que los amenace con un arsenal de armas nucleares dirigidas a enfrentar y pulverizar a la potencia norteamericana, como era el caso de la URSS.
Pero no son detalles que interesen a los países del ALBA que lideran los hermanos Castro y Chávez, puesto que a quien están defendiendo, no es a los países de la región, sino a las FARC; y su enemigo, no es primer afrodescendiente presidente de los Estados Unidos, sino Uribe.
Para comprobarlo la rapidez que se tomaron Chávez y su comparsa para abandonar la frontera nicaraguense-hondureña desde donde planeaban la reinstalación de su compinche, Manuel Zelaya, en el poder, para regresar al sur, prender la llama de los enfrentamientos contra Uribe, y aliviar la presión que desde hacía meses sostenía el Ejército neogranadino contra los campamentos de “John 40″, “El Mono Jojoy” y Alfonso Cano.
Y es que de otra manera, no se explicaría que el “héroe” que hasta pocas horas antes era presentado como portador de las banderas de la revolución y el socialismo en las tierra de Morazán, Manuel Zelaya, fuera dejado de la mano de dios y al arbitrio de lo que pudiera hacer por él el otro socio de la pandilla: José Miguel Insulza.
Maniobra que los primeros en morder fueron el presidente Uribe, el ministro de la Defensa, Juan Manuel Santos y el Comandante General de las Fuerzas Militares de Colombia, Freddy Padilla León, al pasar a la ofensiva y demostrar que Chávez y Correa no estaban actuando por preocupación frente a la soberanía de los países de Sudamérica y el continente, sino por solidaridad con las FARC.
Acusación que fue desmentida por Chávez en un comienzo de manera rotunda, que dio origen a una crisis diplomática que al parecer va a disolverse como otra crisis venezolana-colombiana más, cuando ordenó al embajador venezolano, Gustavo Márquez, que regresara a Bogotá.
Pero que no incide en absoluto en la decisión de los hermanos Castro, Chávez y sus aliados del ALBA de destruir la democracia y la libertad en Colombia y que Álvaro Uribe ha optado defender con el apoyo y cooperación del único país del mundo que le ha ofrecido ayuda: los Estados Unidos de Norteamérica.
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