*SIXTO MEDINA ESCRIBIÓ: ¿PARA QUE SIRVE EL PODER?
Algunos datos de nuestra realidad política actual, como las declaraciones presidenciales, resultan preocupantes. Y obligan a priori, que los venezolanos nos formulemos, de tanto en tanto, dos preguntas esenciales: ¿Para que sirve la política y para que los hombres públicos aspiran a ejercer el poder?
Nos hacemos también otras preguntas. Por ejemplo ¿A quien le sirve que el presidente Chávez se manifieste con exabruptos y actitudes provocativas antes que con gestos pacíficos y racionales? ¿Por qué desde las más altas esferas del poder se insiste en llevar a la sociedad a divisiones o conflictos innecesarios? ¿Por qué en el gobierno nacional nadie parece trabajar orgánicamente con el pensamiento puesto en Venezuela? Por qué no se tiene interés en diseñar políticas de Estado para mejorar la educación, sino más bien se busca ideologizar y secuestrar la mente de los niños y jóvenes
Es comprensible que los hombres públicos se esfuercen por alcanzar determinadas cuotas de poder. En definitiva pensar en política sin afán de poder seria no pensar. Pero hay un momento en que debemos formular seriamente la pregunta ineludible: ¿Poder para que? Se supone que el político aspira a tener poder para hacer servir al bien común. El paso siguiente, es preguntar cual es el concepto que cada uno de nosotros tiene del bien común.
Cuando sólo piensa en gobernar para ganar elecciones a como dé lugar-o peor aún, para durar toda la vida o un tiempo ilimitado en el poder- no se esta pensando en el bien común. Quienes gobiernan con esa obsesión no están pensando en gobernar sino en lo contrario: están pensando en no gobernar o están pensando en usar el poder para lo peor.
Cambiar la leyes en función de las apetencias personales de quienes gobiernan es, en definitiva, avasallar el espíritu democrático y republicano; es vivir al margen de lo que la Constitución y la sociedad pretende, es retrotraer la vida en sociedad a la vida en la selva.
Suponer sin más que la gobernabilidad exige la perenne continuidad de un presidente o de un partido único, que no contempla otras alternativas en el ejercicio del poder, es apostar en un nivel muy bajo de vida político- institucional. Sin embargo ese es el horizonte que se nos propone hoy en nuestro país. Por eso la oposición venezolana, hoy esta obligada a concurrir a las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes con un sólo candidato, que no sea por supuesto, impuesto por un partido o partidos políticos para impedir que se imponga la barbarie en nuestra nación.
Hemos dicho en varias oportunidades que el peligro del populismo esta de nuevo entre nosotros. Un populismo que, por definición pretende una sociedad sin contradicciones, sin disenso y sin pluralidad. Un populismo donde todo debe confluir en un poder unipersonal, que anhela la hegemonía y se resiste a la competencia y a la crítica.
En algunos momentos el bien común exige renuncias y abnegaciones. Y el bien común-ya lo hemos dicho- es el objetivo que debe movernos si realmente abrigamos un genuino sentimiento de patria. Todos, hombres y mujeres- y hoy los jóvenes- sabemos cuanto le ha costado a la nación venezolana la democracia.
Amar al país supone pensar la política con grandeza. Y esa actitud moral no abunda hoy, por cierto, en la clase dirigente. Si la prudencia, como querían los clásicos, es la gran virtud del gobernante, tenemos mucho por modificar y mejorar. Siempre se esta a tiempo de lograrlo, pero es indispensable una firme voluntad política de marchar en esa saludable dirección. No se avanza hacia ese objetivo cuando se desdeña la prudencia y se la sustituye con los arrebatos y las provocaciones innecesarias. Tampoco se va a esa dirección cuando se vive la política como una carrera para acumular más y más poder.
sxmed@hotmail.com
Algunos datos de nuestra realidad política actual, como las declaraciones presidenciales, resultan preocupantes. Y obligan a priori, que los venezolanos nos formulemos, de tanto en tanto, dos preguntas esenciales: ¿Para que sirve la política y para que los hombres públicos aspiran a ejercer el poder?
Nos hacemos también otras preguntas. Por ejemplo ¿A quien le sirve que el presidente Chávez se manifieste con exabruptos y actitudes provocativas antes que con gestos pacíficos y racionales? ¿Por qué desde las más altas esferas del poder se insiste en llevar a la sociedad a divisiones o conflictos innecesarios? ¿Por qué en el gobierno nacional nadie parece trabajar orgánicamente con el pensamiento puesto en Venezuela? Por qué no se tiene interés en diseñar políticas de Estado para mejorar la educación, sino más bien se busca ideologizar y secuestrar la mente de los niños y jóvenes
Es comprensible que los hombres públicos se esfuercen por alcanzar determinadas cuotas de poder. En definitiva pensar en política sin afán de poder seria no pensar. Pero hay un momento en que debemos formular seriamente la pregunta ineludible: ¿Poder para que? Se supone que el político aspira a tener poder para hacer servir al bien común. El paso siguiente, es preguntar cual es el concepto que cada uno de nosotros tiene del bien común.
Cuando sólo piensa en gobernar para ganar elecciones a como dé lugar-o peor aún, para durar toda la vida o un tiempo ilimitado en el poder- no se esta pensando en el bien común. Quienes gobiernan con esa obsesión no están pensando en gobernar sino en lo contrario: están pensando en no gobernar o están pensando en usar el poder para lo peor.
Cambiar la leyes en función de las apetencias personales de quienes gobiernan es, en definitiva, avasallar el espíritu democrático y republicano; es vivir al margen de lo que la Constitución y la sociedad pretende, es retrotraer la vida en sociedad a la vida en la selva.
Suponer sin más que la gobernabilidad exige la perenne continuidad de un presidente o de un partido único, que no contempla otras alternativas en el ejercicio del poder, es apostar en un nivel muy bajo de vida político- institucional. Sin embargo ese es el horizonte que se nos propone hoy en nuestro país. Por eso la oposición venezolana, hoy esta obligada a concurrir a las venideras elecciones de gobernadores y alcaldes con un sólo candidato, que no sea por supuesto, impuesto por un partido o partidos políticos para impedir que se imponga la barbarie en nuestra nación.
Hemos dicho en varias oportunidades que el peligro del populismo esta de nuevo entre nosotros. Un populismo que, por definición pretende una sociedad sin contradicciones, sin disenso y sin pluralidad. Un populismo donde todo debe confluir en un poder unipersonal, que anhela la hegemonía y se resiste a la competencia y a la crítica.
En algunos momentos el bien común exige renuncias y abnegaciones. Y el bien común-ya lo hemos dicho- es el objetivo que debe movernos si realmente abrigamos un genuino sentimiento de patria. Todos, hombres y mujeres- y hoy los jóvenes- sabemos cuanto le ha costado a la nación venezolana la democracia.
Amar al país supone pensar la política con grandeza. Y esa actitud moral no abunda hoy, por cierto, en la clase dirigente. Si la prudencia, como querían los clásicos, es la gran virtud del gobernante, tenemos mucho por modificar y mejorar. Siempre se esta a tiempo de lograrlo, pero es indispensable una firme voluntad política de marchar en esa saludable dirección. No se avanza hacia ese objetivo cuando se desdeña la prudencia y se la sustituye con los arrebatos y las provocaciones innecesarias. Tampoco se va a esa dirección cuando se vive la política como una carrera para acumular más y más poder.
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