* TEÓDULO LÓPEZ MELÉNDEZ ESCRIBE: “ARTÍCULO QUE OYÓ A LA GENTE”
Se oye en la esquina donde los vecinos se amontonan a rumiar, se oye en la panadería, en el supermercado, se oye por todas partes. Se lee en algunos articulistas lúcidos y hasta en los editoriales perspicaces de algunos diarios. Es un sonido sostenido: nos están destruyendo y no hacemos nada, nos están imponiendo la reforma aunque dijimos “No”, somos una nación inerme. Los columnistas sagaces lo reflejan en sus artículos, dicen de electoralismo desatado y de olvido del país.
Me siento en la cafetería de mi urbanización y un muchacho cortésmente da los buenos días y me entrega un volante convocando a un foro sobre la imposición curricular y un auto con parlante reitera la invitación. Me digo que ese es el trabajo, el de la concientización sin aspavientos, sólo que al leer el volante y al prestar atención a lo que dice la unidad móvil me entero de que la movilización es para oponerse al “currículum bolivariano”. ¿”Currículum bolivariano” o asunción de la terminología manipuladora del adversario impositor?
La vecina me lo reitera, la llamada telefónica del interior que encuentro en la grabadora me lo repite, el motorizado que me trae el sobre me pone el tema. Es una voz unánime de queja que no encuentra materialización, que no se refleja en liderazgo, que se pierde en la candidata a alcaldesa que suelta lenguaradas. Por primera vez en mucho tiempo percibo un sentimiento rayano a la unanimidad en la población. La gente está asistiendo desesperada a la creación de reservas militares, a las amenazas educativas, a la expropiación de fincas, a la estatización de empresas, a la violencia creciente en las calles, a todo esto, a este clima, a esta pérdida constante e indetenible de calidad de vida. Se queja, está consciente, pero no se traduce en una resistencia al proceso destructivo.
Llamo telefónicamente a dos personas y les planteó el tema sin anestesia: “¿Este sentimiento nacional, obvio y elocuente, tendrá traducción en algo?” Ambas responden que no. Pido argumentos y dicen: “Cada quien anda en lo suyo y mientras puedan seguirán su vida” o “no hay coherencia social, lo que oyes son manifestaciones individuales que por más multiplicadas que sean no se sueldan por falta de liderazgo” o “todavía hay mucho dinero en la calle” o “¿es que no has chequeado hoy los precios del petróleo?” o “¿no has visto la misión `13 de abril´ con todo ese dinero llamado `contribución especial´ que financiará directamente la campaña oficialista para las regionales y que además servirá como inyección de dinero anestesiante?” o las palabras gruesas y duras sobre la psicología nacional.
Se oye en la esquina donde los vecinos se amontonan a rumiar, se oye en la panadería, en el supermercado, se oye por todas partes. Se lee en algunos articulistas lúcidos y hasta en los editoriales perspicaces de algunos diarios. Es un sonido sostenido: nos están destruyendo y no hacemos nada, nos están imponiendo la reforma aunque dijimos “No”, somos una nación inerme. Los columnistas sagaces lo reflejan en sus artículos, dicen de electoralismo desatado y de olvido del país.
Me siento en la cafetería de mi urbanización y un muchacho cortésmente da los buenos días y me entrega un volante convocando a un foro sobre la imposición curricular y un auto con parlante reitera la invitación. Me digo que ese es el trabajo, el de la concientización sin aspavientos, sólo que al leer el volante y al prestar atención a lo que dice la unidad móvil me entero de que la movilización es para oponerse al “currículum bolivariano”. ¿”Currículum bolivariano” o asunción de la terminología manipuladora del adversario impositor?
La vecina me lo reitera, la llamada telefónica del interior que encuentro en la grabadora me lo repite, el motorizado que me trae el sobre me pone el tema. Es una voz unánime de queja que no encuentra materialización, que no se refleja en liderazgo, que se pierde en la candidata a alcaldesa que suelta lenguaradas. Por primera vez en mucho tiempo percibo un sentimiento rayano a la unanimidad en la población. La gente está asistiendo desesperada a la creación de reservas militares, a las amenazas educativas, a la expropiación de fincas, a la estatización de empresas, a la violencia creciente en las calles, a todo esto, a este clima, a esta pérdida constante e indetenible de calidad de vida. Se queja, está consciente, pero no se traduce en una resistencia al proceso destructivo.
Llamo telefónicamente a dos personas y les planteó el tema sin anestesia: “¿Este sentimiento nacional, obvio y elocuente, tendrá traducción en algo?” Ambas responden que no. Pido argumentos y dicen: “Cada quien anda en lo suyo y mientras puedan seguirán su vida” o “no hay coherencia social, lo que oyes son manifestaciones individuales que por más multiplicadas que sean no se sueldan por falta de liderazgo” o “todavía hay mucho dinero en la calle” o “¿es que no has chequeado hoy los precios del petróleo?” o “¿no has visto la misión `13 de abril´ con todo ese dinero llamado `contribución especial´ que financiará directamente la campaña oficialista para las regionales y que además servirá como inyección de dinero anestesiante?” o las palabras gruesas y duras sobre la psicología nacional.
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