«Aquí yacen los restos de una criatura que
pareció comulgar con los humanicidas»
Una y sucesivas
veces, lo he comprobado: la Humanidad que hoy confiere distinciones a quienes
son sus peores hijas e hijos está muerta. Sin misericordia expuesta para
precipitar mofas, hoy sólo es un rígido cuerpo en acelerada descomposición al
cual sagaces ventrílocuos mueven y dan voz pese a sus fétidas emanaciones. No
se suicidó: la corrompió y abatió una minoría de sociópatas que gusta infligir
«crueldad extrema» a quienes, ingenuamente, presumen que sus agresores y
asesinos serán castigados en otro e inmaterial mundo «que no tiene los vicios
del tangible» donde la mayoría padece fortuitas penurias.
La «non sancta»,
empero sí inteligente congregación del género tuvo por deber corregir a esas y
esos distorsionados, pero eligió tenderles pulcrísimas alfombras a su paso.
Irrefutable que son peligrosos, muy hostiles: tanto como cualesquiera otros,
que al cabo vulnerables. Si yo infiriera que la Humanidad pudo también
pertrecharse para enfrentar a sus sepultureros, legitimaría con ello sus
execrables comportamientos. El indulto no castra al delincuente y lo fortalece.
También, al pensar que fue mejor muriese gloriosa y pacíficamente (es decir:
indefensa) pronto recuerdo a mi cerebro
que los tiempos de hacer el ridículo son para púberes. Nada atribula más a
quienes adherimos al «Principio de la No Violencia» que hallar resquicios para
el perdón o excluir el recurso de la vindicta por cuanto es «venganza» y ello
enciende alarmas.
Admito me sentí
orgulloso de formar parte de esa ya difunta fraternidad. Creí en ella hasta cuando comenzó a mostrar
indicios de que fácil, progresiva y denigrantemente se rendía a los pies de sus
verdugos. No discernió sobre la posibilidad de blindarse, optó por entregarles
las llaves de los depósitos donde resguardaba «dignidad y concordia».
Ufanos,
los bárbaros sodomizaron a las guardianas de esos tesoros preñándolas con las
partículas del «odio» que expelen sus «falotrastros».
Cuando la Humanidad a la
cual suplantan muestra agonía, mediante sus aborrecibles actos las bestias
trajeadas de mujeres y hombres se consagran virtuosas.
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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