Una dictadura es un estado en el que todos temen a uno y uno a todos. Alberto Moravia (1907 1990), escritor y periodista italiano, fundador de la revista Oggi, diputado al Parlamento Europeo
Se
acercan las navidades pero ya nadie piensa en ellas. En esta Venezuela dizque
revolucionaria se acabaron hallacas, estrenos, juguetes y viajes. Diecisiete
años de desgobierno nefasto han borrado de la faz del país cualquier vestigio
de prosperidad, calidad de vida, felicidad.
Los
venezolanos figuramos en los rankings mundiales de felicidad en los primeros
lugares. Debe ser que esas encuestas las hicieron hace algunos años. Nuestra
vida se ha tornado en un combate cuerpo a cuerpo, minuto a minuto, contra la
adversidad económica, la inseguridad personal, el esfuerzo abastecedor, la
falta de oportunidades. El exilio, la huida de la patria, es el doloroso fin
que muchos buscan para terminar con los padecimientos que nos agobian.
El
“martillo” aparece en cualquier escena de la vida diaria del venezolano: el
martillo de los bachaqueros, que ganan a costillas del empobrecimiento de otros
venezolanos gracias al control gubernamental y sus “precios justos”; los
“coleros” que te cobran por hacer la cola en supermercados, notarías, bancos y
oficinas públicas; la “coima” que se paga en cualquier trámite o documento,
cobrada a veces por los propios funcionarios.
Así
que los venezolanos tenemos que sufrir el empobrecimiento del 160% de la
inflación que los avezados economistas calculan, pese al cobarde silencio del
Banco Central. Es cuando comprobamos que no solo el país está quebrado en manos
de quienes llevaron a la bancarrota a PDVSA, la quinta empresa petrolera más
poderosa del mundo, sino que nosotros los ciudadanos también estamos quebrados.
Si
a la inflación le sumamos el “martillo”, los impuestos, los seguros y los daños
que causan sobre el patrimonio el mal estado del país, daños que se extienden a
las personas, afectadas en su salud por la zozobra y la ansiedad de ver como
sus bienes no valen nada, son innegociables, convertidos en sal y agua…
entonces tenemos que concluir que hay que darle un frenazo a esto si no
queremos terminar mendigando o peor aún, tres metros bajo tierra. Así de
dramático es.
El menú navideño está piche. Una hallaca la venden en 1.100 bolívares; solo hay juguetes carísimos y pasados de temporada así que el Niño Jesús tendrá que pedir prestado; los licores, solo nacionales, a defenderse con ron y ponche porque cerveza no hay; los panaderos dicen que tienen harina para el pan de jamón pero que va a costar 1.500 Bs. por kilo, sin garantía de que tenga pasas, aceitunas o jamón importado; olvídense de los estrenos, una camisa puede costar 3 salarios mínimos, un par de zapatos de dama no baja de 6.000 Bs.; la escasez de electrodomésticos, regalo tradicional de navidad, llega al 95%, así que a picar a mano, batir como los abuelas y cepillar las alfombras. Y no hablemos de arbolitos, nacimientos o reuniones navideñas. Nada de eso es posible en esta oscurana y sequía. Mucho menos viajes, porque los bárbaros dilapidaron todos los dólares.
Lo
que quiero decirles es que se hagan un regalo de navidad: si ustedes no tienen
tanques, aviones, soldados, armamento para combatir la plaga, entonces VOTEN
este 6 de diciembre. Masivamente, llenando esos cuadernos antes que alguna mano
peluda los llene por los abstencionistas, cómodos y cobardes que no votan
porque “me van a robar”. Pues a mí que me roben si pueden porque les voy a dar
la batalla, voy a votar para sacar la basura, por ahora del congreso y después
de mi país. Síganme los buenos.
PD:
Si usted conoce algún otro plaguicida, escríbame
Charito
Rojas
Charitorojas2010@hotmail.com
@charitorojas
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