No sé
por qué se ha presentado la última votación de la OEA como una derrota para
Colombia, y un nuevo triunfo de la diplomacia venezolana, a raíz de la
solicitud colombiana de convocar a una reunión extraordinaria de cancilleres,
para tratar el tema de los derechos humanos en la deportación compulsiva de
colombianos por parte de Venezuela.
Veamos, el pasado 21 de marzo de 2014 la diputada venezolana María
Corina Machado solicitó formalmente el derecho de palabra ante el pleno de la
OEA, con el fin de dar a conocer la continua violación de los derechos humanos
cometidas por el gobierno. Ante esta solicitud se presentaron dos situaciones
sometidas a votación. Primera, si la diputada podía hablar en el Organismo, a
lo que Venezuela se opuso y obtuvo 22 votos a su favor, 3 contra, y 9
abstenciones. Segunda, ante ese rechazo el Embajador de Panamá Guillermo Cochez
le cedió su investidura, ante lo cual Nicaragua propuso que la intervención de
María Corina Machado fuere privada, y no pública. Realizado el escrutinio, 22
países votaron para que fuese privada, 11 para que fuere pública, y una
abstención. En aquel momento, Venezuela proporcionaba el 43% de la energía
petrolera consumida por los países alineados con ella.
Y
¡hete aquí!, que solo un año después, en la votación del pasado lunes 31 de
agosto de 2015, a la solicitud de Colombia de convocar una reunión de
cancilleres con el fin de tratar el tema de las deportaciones utilizando medios
y métodos violatorios de los derechos humanos, arrojó el siguiente resultado:
Votos a favor de Colombia 17, en contra 4, y 11 abstenciones. Venezuela pasó de
22 votos incondicionales en el 2014 a solo 4 en el 2015 (Haití, Ecuador,
Bolivia y Nicaragua). En consecuencia, ¿cuál fue la derrota de Colombia y cuál
el triunfo de Venezuela? Los cuatro votos son ALBA, en los estertores antes de
su extinción. Las abstenciones, en particular las de Argentina y Brasil, solo
indican que cada quien en lo suyo a la hora de velar por sus intereses. Eso sí,
con dos desconcertantes sorpresas, el voto de El Salvador a favor de Colombia y
la abstención de Panamá.
La
lectura de esta realidad es variada, pero hay constantes: Terminadas las
divisas, terminado el modelo de dominación regional diseñado por Chávez, al que
denominó con el posmodernista nombre de Socialismo del siglo XXI. Terminada la
dominación, lo que queda en Venezuela, además de la vergüenza, es el cascarón
de una vulgar, ignara, corrupta y cruenta dictadura, que se lleva consigo buena
parte de la historia venezolana; quizá, de lo mejor de su historia, una
venezolanidad fraterna, solidaria, alegre, sin resentimientos e igualitaria.
Y
finalmente un axioma: Se debe dar un contenido, una proyección y una normativa
humana a la economía de mercado, viable solo en democracia, pero no se la puede
sustituir por el doloroso y bochornoso resultado del capitalismo de Estado.
Juan
Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
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