Enfrentamos
malos, muy malos tiempos. Temo que en el seno de los partidos dominantes en la
MUD no se saquen las debidas conclusiones y se corra la arruga del desastre y
la frustración hasta otro proceso electoral. O deberemos, como sociedad civil,
asumir la responsabilidad de crear el organismo capaz de ver la tragedia cara a
cara y avanzar hacia las auténticas soluciones. El resto es silencio.
Nicolás
Maduro decide decretar el estado de excepción –a más grave decisión de un
Estado asediado para verse autorizado constitucionalmente a ejercer un mando
abiertamente dictatorial y policiaco– y cerrar la principal frontera que nos
separa y hermana con Colombia por una situación de descontrol provocado por su
mismo gobierno. Cerrar las fronteras para impedir el comercio entre un país
desarbolado y aquejado de una grave crisis socioeconómica y otro sólido y
estabilizado es como pretender sellar una red zurciendo sus cordajes.
Si con un dólar fronterizo se pueden comprar 7.000 litros de gasolina, nadie debe extrañarse de que un comerciante se sienta tentado a llevárselos a Colombia y venderlos a su precio real. Mejor negocio, imposible.
¿Qué
sucedería en nuestro país si en el intempestivo supuesto negado de una
arrolladora victoria electoral, la oposición sacara del poder a la banda
castrista que lo usurpa y lo pusiera en manos de las fuerzas vivas, serias y
responsables que sobreviven en Venezuela? ¿Cómo haría ese supuesto e impensable
nuevo gobierno de salvación nacional para recuperar las coordenadas de una sana
y sincerada economía, poniendo los productos a sus justos precios de mercado
como para incentivar el aparato productivo, llenar los anaqueles, ponerle fin a
la barbarie de colas y bachaqueo, atraer inversiones y volvernos al redil de
las naciones sensatas si, por ejemplo, para recuperar Pdvsa del burdel en que
la hundiera el castrochavismo se comenzara por poner el litro de gasolina al
precio del mercado mundial? ¿Es imaginable un litro de gasolina a 70 bolívares,
solo para volverlo al precio fijado por las propias autoridades, a saber, 10
centavos de dólar, lo que sigue siendo un regalo?
Rafael
Poleo insistía en afirmarme que el paquete económico de Miguel Rodríguez –la
más sensata y lúcida de las políticas económicas jamás intentadas en la
Venezuela democrática para zafarla del delirio clientelar y populista de casi
todos los gobiernos democráticos– solo era posible en Venezuela bajo un
gobierno pinochetista. Es decir: bajo el imperio de una dictadura militar de
derechas, tan férrea, implacable y resoluta como la que sacara a Chile de un
pantano mucho menos devastador que el que hoy sufrimos y la convirtiera en la
primera economía suramericana.
Pues,
por inmensamente mayoritario que sea el rechazo, ya convertido en odio
desatado, contra Maduro, Cabello y sus pandillas castrocomunistas y por
evidente que sea el desastre causado a la patria, luego de empobrecer más a los
pobres y enriquecer más a los ricos, deben ser miles las bandas criminales de
colectivos, pesuvistas, comunistas y ultraizquierdistas de toda laya y
condición dispuestos a inmolarse en un baño de sangre por impedir el regreso a
la normalidad de un país que lo reclama a los gritos. Si la caída de Pérez
Jiménez provocó la devoradora apetencia por golpes de Estado de extrema derecha
y extrema izquierda y el despliegue de una cruenta guerra de guerrillas que
lejos de aplacarse y desaparecer tras su derrota, se retiró a conspirar en sus
cuarteles militares y civiles a la espera de que sucediera lo que por culpa de
la gigantesca irresponsabilidad de las élites finalmente sucediera –la
revolución bolivariana– ¿qué hace presumir que a la caída de la dictadura
castrocomunista de Nicolás Maduro y Diosdado Cabello no se desatarán las mismas
apetencias?
Los
remedios, es sabido, deben estar por lo menos a la altura de las enfermedades.
Seguir escondiendo la cabeza en los arenales del electoralismo sin adelantar
las necesarias certidumbres de lo que se hará en caso de ver frustradas las
legítimas aspiraciones de victoria tras otro fraude continuado, demuestra una
dramática carencia de sentido común y sentido de responsabilidad política. No
concientizar a los mayoritarios sectores democráticos acerca de las gigantescas
dificultades policiales, militares, de orden público y de sacrificios
materiales que enfrentaremos al asumir el control del país, da pruebas de un
trágico infantilismo político. No asumir con rigor, responsabilidad, estatura y
solvencia moral los desafíos que enfrentamos y deberemos enfrentar supone dar
por perdida una batalla que ni siquiera comienza. Sin un fervoroso patriotismo,
una sólida unidad nacional tras objetivos trascendentes y un acendrado espíritu
democrático no saldremos del marasmo. Ocultarlo es un crimen.
Enfrentamos
malos, muy malos tiempos. Temo que en el seno de los partidos dominantes en la
MUD no se saquen las debidas conclusiones y se corra la arruga del desastre y la
frustración hasta otro proceso electoral. O deberemos, como sociedad civil,
asumir la responsabilidad de crear el organismo capaz de ver la tragedia cara a
cara y avanzar hacia las auténticas soluciones. El resto es silencio.
Antonio
Sanchez Garcia
sanchezgarciacaracas@gmail.com
@Sangarccs
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