Sólo
la fuerza y el poder señorial (que se encuentra mucho más arriba de tus
hombros) es quien posee ese derecho de actuar según su criterio. El resto, se
debe acobijar con el lecho de la humildad y seguir matizando el ejercicio de
sus funciones por el camino de la inteligencia, respeto y humanidad. Adjetivos
adversos a una teoría tan lejana de envolverse en esa palabra malgastada y mal
utilizada que aparentemente “revolucionó” un nuevo mecanismo social.
El silencio se guarda justo en el momento en que ya las palabras dejan de tener fuerza, significado o sabiduría en ordenarlas y transmitir el mensaje; pero tan sólo dura por el período de tiempo en el que ya se consiga reorganizar e implementar un orden alfabético con el significado final. La intención de muchas letras termina siendo un tanto por no callar y otro por emitir la opinión de una realidad.
Tu
poder se encuentra muy lejos de revolcarse junto con la evolución social, tus
amenazas no paran de callar a aquellos que ya están cansados de todo, porque ya
no es una lista con sólo cosas, ahora es un todo complejo e invivible, pero que
al final (y sin otra solución alguna ofrecida), queda el consuelo de la
conformidad. No es la habilitante ni la cantidad de discursos que día a día
ofreces los que hacen posible que las colas se acaben, que el mercado vuelva a
ser el lugar oficial en donde todo se encuentra, en donde los artículos estén
allí tras una cantidad de esfuerzos que se respetan e impulsen para que así
suceda.
Lejos
de tus intenciones está el que las bajas de centenares de caídos a diario
cesen, que la multiplicación de una suma que sólo resta tenga su punto final.
Eso ni te importa ni te vale, porque en tu espíritu no se encuentra esa razón
de ser que sea la que te apasione y te indique que las cosas pueden cambiar y
que es tu derecho (que por vías institucionales te adjudicaste) el poderlo
realizar. Ni hablar de los hospitales, espacios en donde no te ves en la
necesidad de tratarte, porque de ser así, igual no pudieran (no por no querer)
prestarte servicio, el tema es que la condición no juega a favor de aquellos
que tienen esa dedicación.
Al
parecer te empeñas en que el transcurso de los días dejen de ser corridos y con
una rutina “normal” para el ciudadano de a pie, porque al pasar cada día se
marca una historia, puesto que son muchos los sucesos que contempla y todo
estaría genial si no se tratasen de cosas que afectan al territorio en su
totalidad, pero deja de ser relevante en ese poder totalitario en el que te
aferras y no abandonas, en esa manera de recrearte un mundo distinto; un lugar
en el sólo te importa tu protagonismo y los demás no tienen (aunque por derecho
les corresponda), un espacio para poder estar con tranquilidad.
Bien
lo decía Lavoe; todo poderoso, es el señor. No tú; el señor.
Verónica Ponte
vpontea@gmail.com
@la_veroponte
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