Las
fuerzas políticas que pugnan con los movimientos populistas identificados con
el extremismo, tienden a subestimar a sus rivales, porque salvo excepciones,
consideran que si aspiran al poder nunca serán capaces de alcanzarlo y si lo conquistan, no importa el método que
usen, serán incapaces de conservarlo.
Las
experiencias sobran. Un profesor y político cubano le expresó en 1959 a uno de
sus discípulos más destacados, José Ignacio Rasco, “Pepe, no te preocupes a
Fidel lo manejamos con un dedo”, una creencia tomada como certeza, que compartió un amplio sector de la
oposición al castrismo por varios años.
Las
palabras de Chávez en la Universidad de La Habana en su primera visita a la
isla, " algún día esperamos venir a Cuba en condiciones de extender los
brazos y en condiciones de mutuamente alimentarnos en un proyecto
revolucionario latinoamericano" no fueron suficientes para que la mayoría
del pueblo, la clase dirigente y los políticos rechazaran al militar golpista.
El
totalitarismo cubano fue una inspiración para Hugo Chávez, aunque hay que
reconocer que adecuo las prácticas castristas a las condiciones de su país.
Las
experiencias de Cuba y Venezuela no fueron suficientes para que los
ecuatorianos impidieran a Rafael Correa
llegar al poder, tampoco a los bolivianos
para rechazar al cocalero Evo Morales.
Nicaragua
es otro ejemplo. La reinvención política de Daniel Ortega demuestra la
capacidad de sobrevivencia de los caudillos populistas.
Los regímenes populistas podrán estar divididos
hacia el interior, pero el frente que presentan a sus enemigos es monolítico.
Sus dirigentes están conscientes que el discurso paternalista, protector,
clasista, cargado de resentimientos, siempre conquistará adeptos.
Cierto
que el populismo produce una impresión de caos, desorden y falta de autoridad,
pero la realidad es que tras esa apariencia amparada en un discurso justiciero
que se revierte en enriquecimiento de la clase dirigente y el envilecimiento de
la ciudadanía, hay un núcleo duro organizado e identificado con un proyecto que
tiene como fin conquistar y conservar el poder por tiempo indefinido.
Todos
los movimientos extremistas con base popular son peligrosos, pero esa condición
se acentúa cuando los conducen
individuos capaces de seducir y victimizar a las masas hasta su total
manipulación, como fueron, entre otros,
dirigentes como Benito Mussolini, Adolfo Hitler y Fidel Castro.
Los
iluminados por el extremismo no se detienen a pensar en el derecho de quienes
se les oponen. Padecen del absolutismo de los fanáticos y como tales actúan.
Para
retar con ciertas posibilidades de éxito a un movimiento populista se precisa
un discurso claro y coherente, llegar a las bases del oficialismo sin concesiones
de ningún tipo, demostrar a los partidarios del régimen que son instrumento de
un gobierno que les empobrece en todos los aspectos.
Constituir
sombrillas de organizaciones que copien
el principio de unidad en la diversidad de la Mesa de la Unidad Democrática
venezolana es una sabia decisión, si se toman en cuenta las condiciones de cada
país. Es una estrategia que puede servir
de modelo a los sectores que en otros países elaboran fórmulas para enfrentar
el despotismo electoral.
Cierto
que en esas sombrillas de la oposición no estarán representados todos los que
rechazan el oficialismo porque habrá un sector convencido que el gobierno nunca
respetará la voluntad popular y que participar en elecciones cuando el
ejecutivo tiene un control total de las instituciones, es legitimar el régimen.
El
esfuerzo para encontrar un camino común, por encima de las diferencias genuinas
que se generan en todo organismo pluralista, junto a los siempre presentes egos
y ambiciones, demanda de parte de los directores de estas sombrillas
estratégicas un talento y una habilidad extrema para poder concertar las
diferencias en pro de la meta que les une.
El
proyecto opositor tiene que estar vinculado estrechamente a las necesidades
populares, a la vez de que debe tener conciencia que nunca seducirá al núcleo
central que respalda al gobierno.
Si
una entidad unificadora logra seleccionar
al candidato que cuenta con mayor respaldo popular, está enviando un
fuerte mensaje a los sectores de la
oposición, pero también a los indecisos,
incluidos aquellos que aunque simpatizan
con el gobierno, son capaces de reconocer que el país está enfrentando
una seria crisis estructural en el aspecto económico y ético.
Un
reto importante es hacer que los escépticos ejerzan su derecho al voto. Convencer a las personas
que no confían en la vía electoral y favorecen la abstención es muy difícil,
pero más complicado aún es sacar de la frustración y el desencanto al sector de
la población que desprecia la política y los políticos.
La no
participación ciudadana en las elecciones es una amenaza a la democracia más
letal, que el más sanguinario de los dictadores.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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