Quizá no observemos el grotesco volar de
Pterosaurios sobre rupestres y rocosas montañas o al rústico cavernícola
dándole con el mazo por la cabeza a su amada para demostrarle su amor. No vamos
tan atrás, aunque el retroceso va en furibunda marcha. A lo mejor el Neolítico
o Edad de Piedra con la capacidad de producción incipiente, se parece un tanto
a la economía de subsistencia evidenciada en el país, cuando los movimientos
monetarios no son trascendentes –tal vez porque nuestra moneda tiene palidez
mortuoria–, sino la consecución de determinados productos.
Estamos inmersos sin poderlo evitar, en la tan extraña economía del trueque. Los insumos se cotizan en el mercado, bajo los niveles de dificultad de obtención. Y sí, deviene de una violencia casi prehistórica observada en supermercados y centros de expendio de productos de primera necesidad. Allí germina el esfuerzo para la adquisición. Entonces se enarbola el importe de cada producto por este raro baremo, en una compraventa del insumo que va más allá de costo primario.
Esta realidad ha permitido ampliar las relaciones
sociales de los venezolanos. Hacemos llamadas a familiares, amigos y conocidos
para consultarles sobre qué han obtenido en ese deambular por los mercados. Mi
esposa recientemente intercambió papel higiénico por toallas sanitarias.
También otros rubros como los medicamentos experimentan esta loca patología
nacional.
Según los conocedores de este fenómeno, en la historia resulta habitual que el trueque recobre importancia en épocas de crisis económica, principalmente en casos de hiperinflación, pues el dinero pierde en gran medida su valor. Actualmente, un bolívar fuerte representa 0,0014 centavos de dólar a la tasa del mercado paralelo, careciendo sobremanera de poder ante el desbarajuste de este extravagante sistema de intercambio de productos.
Al traste con los costos de producción. Eso ya no
cuenta, pues son los ciudadanos quienes establecen su valor por los golpes,
insolaciones, insultos y horas de cola para comprarlos. Es preferible apelar a
esta alternativa comercial y perfilar una especie de permuta taxonómica, a ver
fallecer a un familiar por no lograr obtener un determinado medicamento.
Pero si el trueque se vuelve inoperante, pues
tendremos que sucumbir al inhumano mundo de la especulación, en el cual un
jabón de baño de 13 bolívares puede costarnos hasta 150, con tal y no terminar
oliendo a cavernícola por no lograr ducharnos.
Quién se puede imaginar a Pedro Picapiedra
vociferándole a Vilma porque no tiene brontosaurios para la cena. O tal vez
captar a un Tiranosaurio Rex gimoteando en una esquina, porque aquí ni carne ni
verduras se consiguen.
Esta es la cruenta realidad en una nación que tiene las
mayores reservas de petróleo del planeta (por ciento, combustible fósil
proveniente de restos de dinosaurios y otras especies), pero contamos con una
economía primitiva, en la cual ni Trucutú se sentiría de beneplácito.
El mejor
trueque a experimentar es el de intercambiar este país mancillado por el
comunismo, por ese por el cual Bolívar dio su vida.
José
Luis Zambrano Padauy
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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