No sé si empezar esta reflexiva tarareando la
tonada del cabestrero o sentarme a ordeñar mis ideas sobre esta vida
insufrible sin los bovinos. Lo cierto es que los libros y discursos de
autoayuda nos estimulan a lanzar de bruces por el precipicio a esa vaca grotesca,
causante de la falta de aspiraciones y vicios existenciales.
Para los venezolanos ya la culpa no es de la
vaca, sino de la carencia de ella, en vista que su evidente
adelgazamiento, no sólo se vislumbra en las cifras de una degollada macroeconomía, sino
en las posibilidades de su adquisición por nuestro tan menguado
presupuesto.
Su
excesiva esbeltez trastoca, además de la imagen metafórica de poca prosperidad, una ausencia evidente en las
vitrinas cárnicas. Estamos marcando nuestro ganado alimenticio con el
desventurado sello de la
inflación.
Nuestros padres pueden sentarse a contarnos
con añoranza, cómo aquellos abundantes años de nacionalización petrolera son
recordados como la época de oro de la economía venezolana, no por haber sido
manejada con la suficiente astucia, sino porque había de todo para quienes con
conciencia deseaban acceder a un variado sustento y a una coherente calidad de
vida.
Pero hoy las vacas evidencian una sobredosis
de gimnasio socialista. Su delgadez mantiene al país en una encrucijada,
pues se deshizo el aparato
productivo, la demanda sobrepasa a la oferta
y tampoco se cuenta con dólares para la importación. Semanalmente
observamos aumentos de precios de todos los productos, con el espanto de la
hiperinflación asustando al más valiente.
Tan famélicas vacas sólo se convierten en el
monumento perfecto a la insensatez. La economía nacional tiene agria
la leche derramada. Bueno, ni hablemos de la ausencia láctea, pues he visto
llorar a madres por no poder comprar el vital alimento de su niño recién nacido
o de las monumentales tánganas suscitadas en las colas de los mercados por una
bolsa de leche en polvo.
El Fondo Monetario Internacional estima que
la economía de Venezuela registrará la mayor contracción de la región,
al ubicarla en 7% al cierre de 2015. Muchos versados analistas auguran
una inflación más allá del 200 por ciento. Creo que hasta el terné de la Vaca
Mariposa está pasando
angustias en esta desolada realidad nacional.
Ese becerro macroeconómico macilento y
desencajado, con las carnes flácidas está atosigando al más pintado. Creo que
nuestra economía padece la enfermedad de la *vaca loca*, con ese incoherente
método de empobrecer a la nación para perpetuar el sistema socialista en el
poder.
Terminaremos por asumir la misma posición de
los hindúes de casi adoración y deidad de estos rumiantes. Nuestra vaca no es
sagrada, sino golpeada. Anhelamos esa vaca de la bonanza, no esta frágil,
enfermiza y prosaica vaca deslechada, que no se parece a cualquiera, la leche
condensada no se consigue y está muy salada. Probablemente pertenezca a una
hacienda expropiada y ahora improductiva.
José Luis Zambrano Padauy*
zambranopadauy@hotmail.com
@Joseluis5571
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