Imaginemos una sociedad alcanzada al extremo
por la crisis, donde la sociedad, de una u otra forma se sustituye a los
juzgados y tribunales y dicta sentencias a favor de sus pretensiones y
alternativas. Es, desde luego, una colectividad en conflicto y en ebullición
hacia lo desconocido e inimaginable. Observando una serie de hechos últimamente
en Venezuela: ¿cómo frente a la delincuencia de malhechores y ladrones es la
propia gente quien le corresponde sancionar cuando de manera in fraganti se
arremete y hasta se asesina a ladrones y melandros y deciden cometer y asumir
hechos delictuales? Esa situación de alarma general está ocurriendo en nuestro
país. Ahora, el linchamiento es una pretensión actuada y deseada por diversos
sectores sociales.
A esta realidad, se suma una preocupación
adicional, que no por asombro deja de alarmar, sino el hecho de que la noticia,
al mismo tiempo que se transmite en determinados medios de comunicación y redes
sociales, la reacción general de la gente es de satisfacción y hasta de fervor
alucinante en aceptar y justificar los linchamientos. Determinadas conductas
colectivas –cuando todo el mundo– una asociación de vecinos del lugar o por
ejemplo, los vecinos del edifico fueron y le dieron una golpiza al delincuente
y en determinados casos le dieron hasta la muerte: “bien merecida”.
A mi juicio, perfectamente subjetivo, es
producto de dos situaciones muy bien definidas. En primer lugar, la ausencia de
un Poder Judicial objetivo y confiable que castigue y juzgue con certeza y racionalidad
técnica a un delincuente, aunado a la falta de sentencias confiables que
ejemplifiquen la existencia formal de un Estado de Derecho que sancione a
delincuentes y personas ingratas. Y la que más justifica esta conducta tan
inhumana y patológica –de alegrarse porque un delincuente fue linchado por
vecinos de una determinada zona territorial– lo constituye el morbo de
frustración de la sociedad al ver la incapacidad y la indiferencia del Estado
en actuar contra lo delincuentes que habitan impunemente en todas las calles de
la ciudad. En muchas oportunidades se podría entender en la existencia real de
un Estado delincuencial.
Dice el diccionario de la Real Academia de la
Lengua Española que linchar es ejecutar sin proceso y de forma tumultuosa a un
sospechoso o a un reo, lo cual incluye en puridad de concepto, a aquel
individuo que asalta o roba a un transeúnte, y el tumulto –parte colectiva– lo
lincha o lo mata sin fórmula alguna de juicio que de una u otra forma
justifique objetivamente el acto delictual.
Que yo sepa, esta situación nunca había
ocurrido en nuestro país, al menos como un acontecimiento social ya informado
por los diversos medios sociales de comunicación, en todo caso, han podido
haber existido venganzas sociales en épocas pasadas –guerras o trifulcas
populares– producto de conductas de inadaptados y que la sociedad se hubiese
vengado fervorosamente de determinados delincuentes políticos o algo por el
estilo, pero de ello, a constatar, como hoy, se materializan linchamientos en
el seno de la clase media caraqueña por ejemplo, es una situación inconcebible
hoy día y que solo ocurre acompañado de un gran nivel de frustración social
producto de la actuación de un gobierno, que no solo no es capaz de conferir
una solución razonable y certera en beneficio de la población, sino que aún
más, pareciera que más bien la estimula.
Ya el linchamiento referido se
extendería a un linchamiento de orden político por no decir ético y moral. Lo
ideal no hubiera sido escribir una artículo de esta naturaleza, sin embargo, es
importante que ello ocurra con la finalidad muy exclusivamente de tomar en
cuenta esta circunstancia social jamás vista y actuada en nuestro país. Así lo
creo.
Gustavo Briceño Vivas
gbricenovivas@gmail.com
@gbricenovivas
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