Fue
el momento más delirante de Hugo Chávez; tan es así que a la estrategia de su
campaña electoral, le dio el nombre de Batalla de Santa Inés; en alusión a ese
inefable personaje de nuestra historia, como lo fue Ezequiel Zamora: un
bandolero a quien le había envenenado mucho la mente un agitador profesional,
como lo fue Antonio Leocadio Guzmán, y quien terminó cobrándole al Estado
venezolano indemnización por tres esclavos que debió libertar, a raíz de la
promulgación del decreto de abolición de la esclavitud, expedido por José
Gregorio Monagas; sólo que convertido en un mito por los historiadores de
izquierda, en especial, Federico Brito Figueroa; de modo que obsérvese el
desequilibrio mental que abrigaba este hombre, hace por estos días,
exactamente, 11 años; cuando el pueblo concurrió a las urnas de votación a
consignar sus votos, a propósito de un referéndum revocatorio, que se había
convocado en contra de su gestión de gobierno, con la vana esperanza de
rescatar el país de las manos de estos facinerosos.
Un
proceso que quedó a cargo de una de las mentes más perversas y cínicas, que
hemos tenido en este país: aquella psicosis que arrastraba, a raíz del
asesinato de su padre; hecho acaecido en los calabozos de la antigua Disip,
bajo tortura, y del que la izquierda había hecho un mito, sobre todo, en la
UCV, donde se había conocido como un dirigente de la izquierda radical; aun
cuando sus asesinos fueron puestos de inmediato a la orden de la justicia, y
quedaron presos; un sujeto rencoroso, el hijo, por tanto, con la mente puesta
en la década de 1970, apabullante, gárrulo.
Por
supuesto, ya partiendo de ese absurdo de ponerle el nombre de una batalla de
nuestras decimonónicas guerras intestinas a su estrategia electoral; que, como
se observa, en el fondo dichas guerras no tenían ningún contenido social; ese
proceso de por sí estaba viciado, y donde la ciudadanía había sido estafada con
el cuento de las firmas planas, que solicitaban el Revocatorio; que el
psiquiatra Rodríguez las colocaba en el marco de “las dudas razonables”, y, en
consecuencia, fueron rechazadas; y digo estafada, si tomamos en cuenta que la
Sala Electoral del TSJ, no obstante, las había convalidado, en una demanda que
había sido introducida por los sectores de la oposición. Aquel psiquiatra
Rodríguez hacía de director de orquesta de una sinfonía llamada “La Quinta Pata
del Gato”: un año se pasó en esta espera quetespera, que el CNE decidiera la
fecha del Revocatorio. Aquí hubo que hacer algo indigno, como fue el tener que
ir a corroborar la firma plana, la firma que se consideraba dudosa.
Con la mano metida de Fidel Castro, por otra
parte; que fue algo que Chávez, incluso, dentro de su incontinencia verbal lo
reveló; cuando dijo que revisando las encuestas, ambos se dieron cuenta de que
tenía perdido ese referéndum, y que entonces fue cuando le vino a Castro la
idea del Programa de las Misiones; comprometiéndose a aportar él los recursos
humanos. Pasando, luego, por la compra multimillonaria, que hizo el psiquiatra
Rodríguez de toda una tecnología, que por su propia condición de maquinización
llenaba de sospechas a la gente, y hacía muy engorroso el acto de votación. Ese
día los venezolanos odiamos a ese señor: desde ocho hasta doce horas tuvo que
esperar el elector para votar, bajo un sol inclemente. “¡Queremos votar!,
gritaba la gente en las colas de esos centros de votación.
Por
esos días escribió Alberto Barrera Tyzka un artículo, que tituló: “Yo no maté a
Jorge Rodríguez”, y donde se proyectaba ese trasfondo sado-masoquista con que
actuaba este señor frente a la sociedad venezolana. En efecto, si él no hubiera
estado allí, en el CNE otros hubieran sido los números, y la prueba está en que
Chávez lo premió con la vicepresidencia de la República, una vez salido de la
presidencia del organismo electoral; aunque ya antes de elevarse a tan
relevante cargo, había tenido otra prueba de ese cinismo, que lo embriaga,
cuando se le observó, por una revelación que hizo alguien a través de unas
fotografías, en un hotel VIP de México: un regalo que le habían hecho los
dueños de la empresa que le había vendido las máquinas de votación y las
captahuellas; fotografías que fueron difundidas por las redes sociales, siendo
hoy en día una de las fichas más importantes del régimen.
A
continuación no hubo paz con la miseria en este país: se desató lo que se
conoce como el terrorismo de Estado, a través de la famosa Lista Tascón, que
derivó de este proceso; cuando Chávez dentro de sus delirios exclamaba:
-Ahora
la batería nos toca a nosotros, y van coger palo-, como si de tratara de un
juego de béisbol. Una lista mediante la cual, no sólo se excluyó a todo aquel
que firmó; sin tener acceso a muchos beneficios del petropopulismo chavista, y
centeneras de empleados de empleados públicos fueron a la calle, sino que
además sirvió hasta para casos de chantaje y de acoso sexual; pues no se olvide
que estamos frente a una clase gobernante que no respeta para nada las reglas
del honor.
Los
encuestadores admiten que los números decían que Chávez ganaba ese referéndum;
sobre todo, porque había comenzado a tener efecto el famoso Programa de las
Misiones, obra de Fidel Castro, y no se olvide que estamos ante un pueblo con
una cultura política muy escasa, y muy dado al conformismo (un pueblo perezoso,
lo consideró Cecilio Acosta, a causa de su naturaleza, cuyos frutos dan hasta
pan; mientras Gallegos lo refleja en sus novelas); lo ganaba –decía, sólo que
no con esa ventaja; el hecho cierto es que siempre quedó la duda de esa
supuesta victoria; como los procesos electorales posteriores, pues no se olvide
que a partir de entonces se inicia el terrorismo de Estado castrochavista.
Enrique
Melendez O.
melendezo.enrique@yahoo.com
@emelendezo
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