El pragmatismo en
las relaciones internacionales, incluido los negocios, siempre ha existido, la diferencia es que en
la actualidad muchos de los que promueven esa práctica, salvo contadas
excepciones, encubren sus verdaderas intenciones de beneficio personal,
cualquiera que estas sean, con declaraciones grandilocuentes en las que afirman
que por medio de la cooperación, se lograra que los derechos humanos se respeten,
mientras mejoran las condiciones de vida de los más desposeídos.
Por ejemplo, sin
excluir las buenas intenciones que pudieran haber albergado los mandatarios
estadounidenses, Richard Nixon al visitar la República Popular China en 1972 y
Jimmy Carter de establecer relaciones diplomáticas plenas con Pekín, 1978, la realidad es que en el coloso asiático
continúan imperando una dictadura ideológica que prohíbe el pluralismo
político, ejerce un férreo control sobre los medios de divulgación y mantiene
en prisión a numerosas personas por motivos políticos.
Algo similar
ocurrió con la decisión del presidente
William Clinton, 1995, de establecer relaciones con la República Socialista de
Vietnam. El mandatario estadounidense expresó, “Es la hora de mirar hacia adelante
con respecto a Vietnam”, pero en ese país, a pesar de los cambios económicos,
similares a los que han tenido lugar en China, los derechos continúan
conculcados y el individuo sigue estando controlado por una clase política que
no ha sido elegida libremente.
Por su parte el
presidente Barack Obama, el pasado
primero de julio desde la Casa Blanca dijo “Este es un paso histórico hacia
adelante en nuestros esfuerzos para normalizar las relaciones con el gobierno y
el pueblo cubano”, otra buena intención
que en la opinión de algunos analistas,
quizás solo ayude a empedrar el camino
del infierno por el que transitan los cubanos hace casi seis décadas.
Sin entrar a
valorar las contradicciones éticas en la
que incurre una democracia cuando reconoce una dictadura, hay una
realidad, y es que el establecimiento de
relaciones diplomáticas con gobiernos identificados con alguna modalidad
marxista solo repercute favorablemente, en el mejor de los casos, en la economía, beneficiando particularmente a la clase
dirigente y por supuesto a los empresarios extranjeros o nacionales que
radicados en el exterior, buscan mano de obra de costo reducido para
incrementar sus riquezas.
Los que defienden
las inversiones en Cuba deberían tener en cuenta que sus negocios siempre los suscribirán con el gobierno.
Nunca discutirán con un hombre libre, y sí con el funcionario que mejor
represente los intereses de la dictadura.
Particularmente
los cubanoamericanos que proyecten invertir en la isla deberían tener en cuenta
que en su país, o el de sus padres, no hay elecciones plurales y libres,
tampoco libertad de prensa, y que los derechos humanos son violados de manera
sistemática y permanente.
Por otra parte
deberían considerar que su origen es un agravante, en caso de que tuvieran una
diferencia con el gobierno. Hay
múltiples ejemplos de que el régimen cubano criminaliza a su conveniencia las
inversiones y si es conveniente, a los inversionistas.
Lamentablemente
tanto en China como en Vietnam se ha demostrado que las inversiones económicas, y las
posibilidades de que algunos ciudadanos comunes pudieran enriquecerse, no ha
repercutido en lo que concierne a cambios políticos y sociales que beneficien a
la población.
El individuo esta
indefenso ante el estado sin importar la fortuna que haya acumulado.
No hay dudas que
el fracaso del modelo impuesto por el castrismo en Cuba, 1959, ha conducido a
la nomenclatura insular a realizar ajustes económicos que han incidido
favorablemente en una minoría, por lo
que es válido suponer que el incremento
futuro de las inversiones en la isla tendrán un alcance mayor y otros sectores
de la población disfrutaran de una mayor prosperidad, condición que siempre
estará amenazada por la ausencia de un estado de derecho como el que se disfruta
en las democracias.
Los que esperan
cambios políticos en Cuba porque Washington decidió establecer una embajada en
La Habana, o los que creen que la oposición a la dictadura, interna o externa,
va a desfallecer por el mismo motivo, están equivocados.
Si algo hay que
reconocerle a la dictadura de los hermanos Castro es su vocación de poder.
Nunca han hecho concesiones que pudieran afectar el control que ejercen en la
isla. El castrismo no es una ideología, sino una fórmula para llegar al
gobierno y continuar controlándolo.
Por otra parte la
oposición cubana, en cualquiera de sus modalidades, e independiente a la
estrategia que hayan usado o usen en su enfrentamiento con el régimen, y sin
importar la orilla en la que desarrolle sus actividades, ha dado muestras de la
firmeza de sus convicciones a favor de la democracia en su país, por lo tanto,
la falta de aliados, no quebrara su compromiso.
Pedro Corzo
pedroc1943@msn.com
@PedroCorzo43
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