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martes, 30 de junio de 2015

JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ, EL FIN DE NAPOLEÓN

Su talento, su genio, su ambición, su disciplina y su constancia, su visión de sí mismo y del futuro,  la Europa de su tiempo y sus victorias, todo contribuyó a conformar la significación de Napoleón. Se enfrentó a los errores y a los excesos de la Revolución Francesa a la que salvó demostrando su capacidad, y más que general y Primer Cónsul prefirió hacerse Emperador deseoso de fundar y perpetuar su dinastía. La batalla de Waterloo puso fin a sus aspiraciones para someterlo al juicio de la historia que reconoce en él uno de sus grandes hombres.

Quería Napoleón, tal y como lo confesó en sus comentarios sobre: "El Príncipe", establecer un reino nuevo en los varios países que conquistó. Su ascenso a diferencia de otros monarcas no provenía, a su juicio, del desprestigio de la usurpación sino en el haber luchado contra: "un cenagal de republicanismo" y contra "la anarquía" en la se encontraba Francia y que justificaba su conducta, que si bien fortaleció a la República luego la expuso a imponerse sobre ella como un nuevo César o un moderno Alejandro al cual obedecería la nación gracias a sus hazañas militares mientras se  transformaba en un imperio pero que, al mismo tiempo, debía salvaguardar sus libertades y derechos y jamás sujetarse ni al más ilustrado despotismo. Bonaparte quería ser un príncipe al cual los ciudadanos admirasen: "mis águilas, mis N., mis estatuas" ordenó como símbolos de su poder. Algunos de sus biógrafos, entre ellos Vicent Cronin, quieren ver en sus actos: "una forma imperial" en la cual: "la República subsiste", pero qué difícil resulta mantener ese equilibrio.

El espíritu de Napoleón no había quedado tan expuesto, tan traslúcido, tan descubierto como ante Maquiavelo. Como en presencia de un juez inquisidor la verdad se manifestó, sus intenciones resultaron evidentes. En: "El Príncipe" el sabio florentino discurría sobre las cualidades de los hombres y los actos de los gobernantes cuando éstos lograban elevarse por: "fortuna o valor". Al leerlo, Bonaparte no dudó en afirmar: "¿Qué importa el camino, con tal que se llegue?", como si legitimara la falta de escrúpulos políticos y justificara la conducta inmoral de los hombres. No obstante esa expresión, la altura intelectual y política de Napoleón le permitió advertir la presencia de otros ámbitos, la virtud que hace respetable al gobernante: "Me conduciré como un príncipe que se ha vuelto moderado, sabio, humano".

Si definimos la República como el gobierno del derecho y sólo apreciamos sus actos como magistrado y sus disposiciones como legislador, Francia y Europa tiene en él un visionario conductor, un Emperador que no obstante su título supo llevar las luces de la ilustración a los espacios ensombrecidos de la monarquía. Si apreciamos, en cambio, sus intentos de elevarse al rango de los reyes y vencer los obstáculos logrando, como lo hizo, la aquiescencia papal y la derrota de sus enemigos, no es sino un general triunfador y un príncipe que quiso ser originario en medio de las circunstancias políticas como consecuencia de las debilidades de la Revolución y las faltas de la monarquía.

¡Ah! ¡Los males de la Revolución! La culpa de sus desviaciones fueron de aquellos que sacrificaron los avances y pervirtieron su virtud,  hombres que desde adentro perjudicaron más que los de afuera. El mismo Napoleón los acusó al decir: "Robespierre con sus jacobinos vino a descomponerlos, y a embrollarlo todo; y la falsa aplicación suya, que ellos hicieron de intento, hizo inejecutable el plan, e imposible para siempre la República". Ante sus pretensiones reales Josefina le advirtió: "Persona no comprenderá la necesidad y todo el mundo verá la ambición o el orgullo".

La vida de Napoleón nos coloca ante los hechos de su sorprendente carrera militar y política y que lo ubica en la eminente posición de los grandes hombres, sin embargo, empezó a decaer cuando sus ambiciones le llevaron a extralimitar sus posibilidades intentando avasallar con sus deseos de conquista la voluntad, las costumbres, el valor y la determinación de otros pueblos.

La monarquía absoluta contra la cual luchó la Revolución Francesa y él como su defensor, terminó derrotando a Napoleón aquel 18 de junio de 1815, pero desde que las multitudes oprimidas tomaron la Bastilla, los derechos del hombre fueron proclamados y que él los sostuvo decidido, el mundo del presente y del futuro sería diferente pronunciando las sagradas consignas: "¡Libertad! ¡Igualdad! ¡Fraternidad!", "¡Viva la República!".

Jose Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfd599

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