Araminta González, dentro de pocos días, cumplirá un año enprisión. No ha cometido ningún delito, ni tampoco existen pruebas en su contra.
Solo el testimonio de unos “patriotas cooperantes” quienes la convirtieron en
el blanco de su ira. Bastó el testimonio de estos sapos para armarle un
expediente y fabricarle un prontuario. Porque Araminta González, huérfana de
padres, es químico de profesión. Los años de experiencia los obtuvo gracias a
su trabajo en la industria farmacéutica. Pero, su carrera, ser químico, saber
química, fue su condena. Según sus delatores ella, en su casa, hacía
explosivos. Unos explosivos que jamás fueron hallados y que, por tanto, nunca
han podido ser detonados; pero, por los que actualmente se le juzga. La
incriminan, la acusan, la encierran…la humillan, la golpean, la torturan. Y sin
embargo, por más que ella intente explicar, una y otra vez, que no tiene nada
que confesar, porque no es culpable, ni desestabilizadora, ni forma parte de
ninguna agrupación golpista organizada para tumbar a Maduro, sigue allí, en el
Inof, sin audiencia preliminar, sin juicio, sin esperanzas. Araminta es una
víctima: el ejemplo de lo que puede pasar cuando el fanatismo de unos patriotas
cooperantes se impone para aplicar su justicia. Dentro de pocos días cumplirá
un año recluida en el Inof. Y los pocos que la han visto temen que no estemos
haciendo lo suficiente para salvarla.
Las casualidades me llevaron a conocer su caso. Escuché
sobre su situación, gracias a distintas personas, que en momentos diferentes,
me contaron su tragedia. Poco a poco, Araminta salió de su anonimato. De su
puño y letra conocí su lamentable experiencia: cinco páginas que describen lo
que ha sido la vida de esta joven a quien ya condenaron sin que mediara un
juicio. En junio de 2014, una comisión del Cicpc allanó su apartamento en Menca
de Leoni buscando explosivos. Unos patriotas cooperantes, muy afectos al
gobierno, la habían denunciado. De su vivienda se llevaron cualquier cosa con
la que pudieran incriminarla. Luego, fueron por ella. La detuvieron mientras
tomaba un café, en un centro comercial, con su exnovio, Albert Díaz, quien
hasta la fecha está desaparecido. A ambos se los llevaron esposados y en
patrullas diferentes. Una vez en la sede del cuerpo policial comenzaron las
preguntas, los golpes, los gritos, el trato cruel e inhumano y las torturas.
Así lo relata en su carta; porque los golpes en el pecho
y en la cabeza no son fáciles de olvidar. El día de su detención, la
encapucharon con un trapo y la llevaron a una delegación del Cicpc en la Av.
Urdaneta. Sabía de su exnovio porque oía sus gritos. Luego no supo más de él.
Todavía hoy, después de un año, se desconoce su paradero. En esa sede policial
los torturaron por aproximadamente 10 horas. Pedían nombres, direcciones,
teléfonos. Sus captores clamaban por culpables como condición para otorgarles
la libertad. Esposada, la encerraron en un cuarto y le forraron las muñecas y
los tobillos con tirro. Tumbada en la colchoneta, la golpearon repetidamente
para que delatara a quienes ni siquiera conoce. Con un martillo le pegaban en
los dedos de los pies. Le arrancaron las uñas. La agarraron entre varios y le
dijeron que, si acusaba a alguien, a cambio la recompensarían con su
libertad. Delante de un grupo de
funcionarios del BAE, de la División contra Explosivos y especialistas en
bombas –a una de ellas la describe cubierta con muchas medallas- le mostraron
los objetos que se llevaron de su apartamento, mientras le pedían que detallara
el uso que tenían…”les expliqué que soy químico y que esos equipos no podían
utilizarse para elaborar explosivos porque, para elaborarlos, se requieren unas
condiciones específicas. Les repetí que yo no podía hacer ese tipo de explosivo
en mi casa. Les expliqué que no sabía de electrónica, ni de detonantes…”
Pero, su aclaratoria no bastó. Le halaron los cabellos
hasta arrancarle mechones. El pelo, a pesar del tiempo transcurrido, no le ha
vuelto a crecer. Cuentan sus abogados que su cabeza está llena de pelones, que
ella trata de disimular tapándolos con el resto del cabello que le quedó.
Araminta, en el Inof, es considerada una presa política de alta peligrosidad; a
pesar de que no pertenece, ni milita, en ningún partido. Por eso, cada cierto
tiempo, le hacen requisas intensivas en toda su humanidad. Hurgan por completo
cada centímetro de su cuerpo, buscando lo que nunca encontrarán. La han dejado 20 días sin agua potable, sin
papel higiénico, sin jabón. Le quitaron la ropa, las toallas sanitarias, los
alimentos y los artículos para su higiene personal. Le tocó negociar con la
cancerbera, quien la puso escoger entre su biblia y un jabón. ¡Su Biblia a
cambio de un jabón! El libro sagrado que le ha servido de consuelo en estos
días aciagos, injustos e insólitos que le ha tocado vivir.
En la cárcel, sola, muy sola, lucha contra el odio, la
depresión y la desesperanza que en momentos -quizá cada vez con más frecuencia-
amenazan con apoderarse de ella. Le cuesta ser optimista, por eso se aferra a
sus oraciones. Su amor por el país, por el prójimo y por Dios, la mantienen
viva. Pero, quienes la han visto temen por su salud, tanto física como mental,
porque Araminta González se desvanece, a pesar de la batalla épica que han
emprendido sus abogados para demostrar su inocencia.
Recibo un mensaje, justo cuando ponía punto final a este
artículo: una vez más la audiencia preliminar de Araminta fue diferida hasta el
23 de julio, esta vez por la incomparecencia del Ministerio Público, Fiscalía
20 Nacional. De nuevo la justicia venezolana le arranca la esperanza, como sus
torturadores, en su momento, le arrancaron el cabello.
José Domingo Blanco (Mingo),
mingo.blanco@gmail.com
@mingo_1
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