En
el mundo encontramos una gama muy diversa de liderazgos, es obvio, por cuanto
emergen del seno de la sociedad y en ella se expresan infinidad de culturas, de
formas de pensar, de actuar, de producir y de convivir. En Venezuela también
los tenemos de todos los matices, con sus virtudes y defectos, pero con un alto
grado de atomización.
Tenemos
líderes carismáticos, personalistas, autoritarios, dictatoriales, pragmáticos,
idealistas, demagogos, oportunistas, ineptos, sectarios, intolerantes,
aventureros y los corruptos; muchos desde el poder, actúan con el mismo guion,
ineptitud, ceguera y nula escucha; también los hay democráticos, honestos y
decentes. Por sector está el estudiantil, sindical, gremial, comunitario y
empresarial; los líderes del deporte, la cultura, la ciencia, la tecnología, la
academia, las religiones; unos son espontáneos, otros perseverantes, unos
innovan, otros operan tras bastidores, los estrategas, en fin de todo hay en la
viña del señor.
En
el campo político, hemos visto crecer el personalismo en detrimento de la vida
institucional y democrática, vicio de casi toda Latinoamérica. La sociedad
venezolana arrastra parte de la cultura caudillesca, militarista y
presidencialista de los últimos dos siglos, no es casual que la gente haya
cifrado sus esperanzas en un líder carismático, frente al deterioro y agonía
del puntofijismo. Desde el 2001 hacia acá, la pregunta constante era ¿a quién
tienen para sustituir a Chávez? y se mofaban “ustedes no tienen un caudillo”
para nada hacían alusión al proyecto.
A
estas alturas, parece que no aprendimos la lección, teniendo tan cerca esa
experiencia negativa, todavía densos sectores vinculan el clamor por el cambio
con la necesidad de un salvador. Caldo de cultivo para repetir errores y para
que surja cualquier tipo de referentes. Sale un aventurero pega cuatro gritos,
diciendo que está dispuesto a morir por su pueblo, vocifera lo que la gente
quiere escuchar, entonces viene la respuesta, ese es el hombre o esa es la
mujer que hace falta. Eso habla muy mal de nuestra sociedad y quizás es una de
las razones de la profunda crisis que vivimos.
Otro
bemol, es que el liderazgo político de hoy padece el síndrome de la imagen
mediática, no les importa si está o no conectado con la sociedad. Sabemos del
poder de los medios, ellos construyen y destruyen liderazgos, al punto que el
régimen los hegemoniza y los controla para su beneficio, lo cual hizo que
sectores no afectos trasladaran su hacer político a las redes sociales. Claro,
la crisis y los costos también influye en el abandono del trabajo cara a cara o
de calle, sin embargo, la eficacia política no depende sólo de dinero, es
esencial el accionar junto al pueblo, comunicarse con él en forma directa, ello
requiere sólo de conciencia y voluntad política.
Necesitamos un liderazgo que haga hincapié en un proyecto y una visión consensuada de largo aliento para enrumbar el país hacia el desarrollo; que haga énfasis en la necesidad de un gobierno de unidad nacional, donde todos construyan en su ámbito de acción un liderazgo colectivo; con un profundo conocimiento de la realidad y del proceso histórico político; auténticamente comprometido con los intereses populares y con el país; que obre con el ejemplo, que su discurso guarde sintonía con su praxis social; que escuche a la gente; que armonice la acción, la emoción y la reflexión. Un liderazgo que coloque el acento en la ética y en el bien común, que considere el poder no como el fin último, sino como un medio para alcanzar una sociedad más justa; que combata el mesianismo, pues los cambios se logran con la acción mancomunada de todos.
Golfredo
Davila
golfredodavila@gmail.com
@golfredodavila
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