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martes, 16 de junio de 2015

EGILDO LUJAN NAVAS, ERA EL BOLÍVAR, LUEGO FUERTE Y AHORA POLVO

Cuando se habla de dolarización, no se está dando como un hecho que los venezolanos se están agringando o perdiendo su nacionalidad, ni mucho menos degradando la figura del Libertador. Por el contrario, si hoy se quisiera dignificar al Padre de la Patria, habría que desvincularlo del signo monetario que, vergonzosa e inexplicablemente,  ha perdido su valor a niveles de papel basura.

Ayer, el Bolívar fue símbolo de moneda mundial con un valor firme; luego, por motivos de necesaria protección de imagen gubernamental, se le llamó fuerte. Y hoy es una moneda más, sólo polvo en el bolsillo de una población empobrecida por la voracidad fiscal del Estado, mientras se pregona sobre la existencia de una supuesta “guerra económica”, cuya única veracidad es la de haber sometido a casi 30 millones de venezolanos a vivir como en una economía de guerra.

Sólo 3 décadas han bastado para que de Bs. 4,30 por dólar, hoy la transacción en el mercado paralelo -o mal llamado “negro”- esté a niveles de Bs.430,00 por dólar. A partir del cuento del “millardito” y de la reforma de la Ley del Banco Central de Venezuela para anular su autonomía, el difunto Hugo Chávez, de un plumazo, le eliminó tres ceros a la moneda nacional, para concluir en el valor real del Bolívar de hoy: 430.000,oo bolívares por dólar. En Europa, después de la Segunda Guerra Mundial, no todos los países que participaron o que fueron literalmente destruidos durante  dicha conflagración, vieron que sus monedas perdieran tanto valor.

Venezuela es un país petrolero. Y si bien esa condición es usada para argumentar que la dolarización es un paso en falso, en razón de las repercusiones de la fluctuación de los precios del crudo y el comportamiento de los ingresos en la economía nacional, también existe otro hecho no menos importante: el país dispone de las mayores reservas de hidrocarburos del mundo, y los futuros ingresos no deberían asumir, como costumbre de hecho, la posibilidad de que se repita lo que sucedió en los últimos tres lustros: la mala administración que se traduzca en una reedición del injustificable desastre económico que hoy exhibe la Nación.

Banalizar la dolarización con argumentos de falsos patriotismo como piti-Yankees o de difamación de la imagen del Libertador -o algo de ese estilo-, es impropio y sólo denota desconocimiento o ignorancia del tema. De lo que se trata, es de garantizar un valor real y único al signo monetario circulante y que no quede expuesto a devaluaciones caprichosas y sucesivas, en el medio de francachelas populistas y administrativas con fines clientelares, y mucho menos sujetas a la impresión sin control de billetes o monedas, como se está haciendo en la actualidad.

Cuando se habla de que Venezuela se adhiera al uso de cualquiera de las monedas del mundo, es decir, Dólar, Yen, Libras Esterlinas o Yuan, inclusive, es porque en dicha relación se identifica la alternativa de relación con el empleo de monedas sólidas y transables mundialmente. Como de países que, con base en una administración fiscal responsable y apegada a los fundamentos elementales de la lógica económica, han demostrado responsabilidad, solidez y muy moderadas fluctuaciones, apoyándose siempre en sus respectivas monedas, que, por lo demás, también son aceptadas en cualquier parte del mundo.

Adherirse, ciertamente, por sí solo, no garantiza una solución milagrosa a lo que ha sucedido con la destrucción del Bolívar. Sin embargo, a partir de ese momento, Venezuela tendría respaldado el circulante con el equivalente en reservas o valores y, sobre todo, con el renacer de la confianza, y la estabilización de la balanza nacional. Inevitablemente, el Banco Central de Venezuela tendría que salir de la órbita del control que sobre él ejerce hoy el Poder Ejecutivo, y el culto a la regaladera tendría que dar paso a una transparente revisión contralora del uso de los fondos públicos.

Por otra parte, ¿cómo subestimar la importancia de que los gobiernos, a partir de ese momento, estarían obligados a trabajar y a cumplir rígidamente con lo que fijan los respectivos presupuestos de la Nación, sin aprobaciones de créditos o partidas adicionales no justificadas?.

No hay que temerle a un verdadero control presupuestario, capaz de eliminar la discreción administrativa y el reinado del desorden, así como de las peores causas para justificar la corrupción.

Tampoco, por supuesto, hay que temerle a la necesaria e inevitable obligación de evitar las nóminas públicas con fines clientelares, así como la fácil recurrencia a las contingencia o situaciones “de emergencia”, para autorizar, por ejemplo, las compras o el alquiler de aviones para viajes no justificados, viáticos a discreción, compras no programadas, obras contratadas y nunca terminadas. En fin, esa obvia parte de todas las acciones irresponsables que han llevado a la economía nacional, al triste término de desastre.

Venezuela tiene que “arroparse hasta donde le alcance la cobija”. Y, de una vez por todas, borrar de la cultura nacional la falsa creencia de que cada venezolano vive en un país rico, y hacerle entender a cada habitante que, en situaciones como las que hoy se vive como consecuencia del dispendio y de la administración con fines no transparentes,  lamentablemente, el ciudadano común es el que lo termina pagando todo con más severidad: escasez, hambre, inflación, vaporización de sus ingresos y activos. En términos generales, pérdida de su calidad de vida, y de lo que inevitable que se está viendo todos los días: la huida  en masa de venezolanos para otros países, en procura de calidad de vida, de seguridad jurídica de bienes y personas.

En una economía dolarizada, quien trabaja obtendría salarios dignos; también la posibilidad de efectos sociales signados por una  inflación controlada, la regularización de la economía en términos amplios, la estabilización de  la balanza de pagos, así como el valor de los bienes mueble e inmuebles. En fin, se sinceraría la economía nacional y el bienestar de todos los ciudadanos; no la vida en el medio del remolino violento en el que se ha convertido el comportamiento actual de los precios, principalmente por la multiplicidad cambiaria y la incertidumbre engendrada por la inacción gubernamental.

Lo que ya hay que hacer, no se trata de un problema ideológico: de Socialismo del Siglo XXI o de  Capitalismo salvaje. Es un problema de carácter meramente económico, cuya solución no puede esperar. 0tros países, incluyendo a algunos de América Latina, han vivido la misma experiencia y se han sometido a ella, registrando resultados exitosos. Bastaría con citar los casos de Ecuador y Panamá, además de otros pasos aproximados como los de Perú, Costa Rica y República Dominicana, entre otros.

En la mayoría de los países del mundo, el dólar es una moneda de libre convertibilidad, al igual que otras monedas fuertes. Esto ya está probado y ha funcionado bien. ¿ Cuál es el miedo o el tabú?. ¿0 es que existen otros ocultos intereses que atan las piernas de quienes desean avanzar por ese camino?.


Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

Edecio Brito Escobar
edecio.brito.escobar@hotmail.com

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