La riqueza de los países no depende de la fertilidad de su suelo, sino de la libertad de sus ciudadanos. Alexis de Tocqueville
En
aquella época Argentina era uno de los países más pobres del mundo, su
población no superaba el millón de habitantes y analfabetismo alcanzaba al 80%.
Demás está decir que el enfrentamiento entre Buenos Aires y las provincias era
un hecho indubitable que se regía bajo religión o muerte. En aquel entonces
evidentemente la plata del Río de la Plata se quedaba en las aduanas de Buenos
Aires, lo que evidentemente creaba una mayor tensión entre las partes.
Podría decir que la razón de ser de Caseros no parecería que haya sido
la búsqueda de la libertad individual que finalmente llegó, sino la libertad
del Río de La Plata para favorecer el comercio de Entre Ríos. Pero fue la
sabiduría de Urquiza de lograr el pacto de San Nicolás con Mitre y de aceptar
las ideas de Alberdi. En el proyecto se unió una clase dirigente que fueron
Urquiza, Mitre, Sarmiento y Alberdi. Y ella continuó con la llamada generación
del Ochenta, que proyectó a la Argentina a los primeros lugares del mundo a
principios del siglo XX.
La
pregunta del millón entonces es ¿Cuál fue la causa determinante de ese salto
cuántico en la Historia? Y la respuesta es simple: a través de las ideas de
Alberdi y la acción originaria de Urquiza se acordó la Constitución de 1853-60
en la cual se reconocieron los principios ético-políticos que había cambiado la
historia del mundo. La libertad y la creación de riqueza por primera vez en la
historia, que fueron Inglaterra y Estados Unidos. Y la Argentina fue el tercer
país en ponerlos en práctica y a los hechos me remito. A principios de siglo XX
Argentina tenía siete millones de habitantes, solo 25% de analfabetos y un
ingreso per cápita que superaba al de Alemania, Francia e Italia.
Y la
pregunta pendiente es cuáles fueron esos principios que transformaron al mundo
con Argentina incluida. En primer lugar la noción ética de que el hombre es
como es y “la naturaleza humana no se puede modificar, si se quieren cambiar
los comportamientos hay que cambiar la situación y las circunstancias” (David
Hume). En función de esa realidad era un principio fundamental el limitar el
poder político, pues como bien dijera John Locke “los monarcas también son
hombres”. Para ello era necesaria la división de los poderes y fundamentalmente
reconocer la función primordial del poder judicial de decir qué es la ley
conforme a los principios de la Constitución.
Por
supuesto, a esos efectos el principio fundamental es reconocer los derechos
individuales a la vida, la libertad, la propiedad y el derecho a la búsqueda de
la propia felicidad. Por supuesto, la historia muestra que donde no se respetan
los derechos de propiedad no hay creación de riqueza, y eso fue lo que ocurrió
por siglos cuando los monarcas eran prácticamente los únicos propietarios. Y
esto ocurría en Inglaterra, o sea que la libertad no es un don de la naturaleza
humana sino un proceso de aprendizaje.
Como verán me he referido a los derechos individuales y no a los
derechos humanos. Cuando los derechos son del pueblo, lo que existe es el poder
absoluto de los gobernantes. Por ello el otro derecho fundamental es el derecho
a la búsqueda de la propia felicidad, que implica que el hombre actúa por
interés, y el interés privado no es contrario al denominado interés general o
la falacia del bien común. Y así escribió Alberdi: “El egoísmo bien entendido
de los ciudadanos, solo es un vicio para el egoísmo de los gobiernos que forman
los estados”. Ese derecho está reconocido en el artículo 19 de la Constitución
Nacional.
Otro
principio fundamental es que las mayorías no tienen el derecho de violar los
derechos de las minorías. Como bien dice Hume el problema no son las mayorías
sino las asambleas que pretenden representarlas. Este principio está reconocido
por Madison en la Carta 51 de The Federalist Papers, donde dice: “En una
sociedad bajo la forma de la cual la facción más poderosa puede fácilmente
unirse y oprimir la más débil, puede verdaderamente decirse que reina la
anarquía como en el estado de naturaleza, donde el individuo más débil no está
seguro contra la violencia del más fuerte”.
Esa
es la falacia que se vive hoy en el mundo donde la izquierda se ha apropiado de
la ética a través de la demagogia, y democracia y socialismo, como reconociera
Nietzsche, pasan a ser sinónimos. Ya debiéramos saber entonces que la libertad
y la riqueza dependen del sistema y éste no de la cultura. Si la cultura fuera
determinante el mundo no habría salido nunca del atraso y la falta de libertad
que sufriera por siglos. Así Hume en su Historia de Inglaterra refiriéndose a
los ingleses de la época de Isabel I, dijo: “Los ingleses en aquella época
estaban tan totalmente sometidos, que, como los esclavos del Este, estaban
inclinados a admirar aquellos actos de
violencia y tiranía que eran ejercidos sobre ellos y sus propias expensas”.
Entonces así como difícilmente podríamos creer que la Argentina de fin
del siglo XIX tenía una cultura superior que le permitió alcanzar la posición
en el mundo que recientemente hasta The Economist se la reconociera, tampoco el
análisis de la decadencia se puede explicar en función de un retrazo cultural a
partir de una catarsis argentina. La estupidez es universal y no un patrimonio
argentino. La causa tampoco fue como se
ha creído que la riqueza de aquel tiempo se debió a la pampa húmeda. De haber
sido así habría estado seca durante la época de Rosas y Perón la habría vuelto
a secar.
Armando Ribas
aribas@fibertel.com.ar
@aribas3
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