Está
enfermo. Se la pasa lamentándose de la suerte que tiene y protesta por todo:
porque no hay plata, porque hace frío, porque la novia lo dejó, porque no se
halla, en fin…Por cualquier tontada llora, la comida le cae mal, no duerme, se
vuelve irascible y piensa cosas sin sentido. Asume el más detestable de todos
los roles: el de ‘pobrecito yo’. Es el ‘quejón’, el amargado, el aburrido, ese
que jamás le encuentra el rumbo a su mundo.
¿Conoce
a alguien así? Es fácil de identificar: se le ve triste, desanimado, casi
depresivo. Vive cansado, no se concentra en nada y hasta piensa en morir. Lo
peor es que en ese afán de buscar consuelo, el ‘pobre hombre’ termina refugiado
en la lástima que le ofrecen los demás. Es más, se atreve a decir que Dios lo
abandonó y, por supuesto, le vive echando la culpa a Él de todo lo que le
sucede.
De alguna forma y en esta época en la que el mundo entero habla de crisis, todos podríamos llegar a ser unos “pacientes espirituales”. Los problemas de plata, el desamor, los quebrantos de salud y las angustias del día a día terminan enfermándonos el alma.
Si
eso le ocurre, usted puede estar sujeto a dos salidas viables. Primera: ir al
médico de tal forma que pueda recibir un diagnóstico y un tratamiento. ¡No! no
es que esté loco; es que necesita ayuda profesional. Segunda: descansar en
Dios. Porque debe saber que no está solo. Sí, sin siquiera notarlo, cuenta con
la intervención de alguien que desde arriba lo acompaña, cualquiera sea el
momento por el que esté atravesando.
Usted
puede sentirse hundido y hasta creer que no vale nada. Pero no es así. Por muy
oscura que sea la noche, al fin amanece y de todas formas, en las tinieblas o
en la claridad, Dios escucha al que padece. Además de tener fe, si estamos
depresivos y buscamos a Dios, finalmente evitamos un mal muy común en estas
épocas, que hemos decidido bautizar así: “hipocondría espiritual”.
Ojo:
experimentar esa sensación no es que sea un delito, ni mucho menos un pecado.
¡Ni más faltaba! Lo grave es no hacer nada para salir de esa situación de
derrota permanente. Mejor dicho: no pierda tiempo, deje de protestar por su
vida y póngase a trabajar ya. ¡Actuar siempre será bueno!
De
ahora en adelante, cuando crea que usted es un ‘pobrecito’, lo mejor será
buscar la mejor cápsula y la más efectiva receta que doctor alguno le podrá
recomendar: ¡Dios! Por ello, le conviene dejar de aburrirse por todo lo que le
ocurre. Lamentarse no resuelve su situación. Además, si usted asume el papel de
“quejador”, las personas que lo rodean se fastidiarán y terminará
aburriéndolas.
Siga
las siguientes recomendaciones para que el mundo no le parezca tan “desabrido”:
1. No envidie a nadie. 2. Vaya a su trabajo con entusiasmo. 3. Evite pensar en
cosas desagradables. 4. Si encuentra alguien en su camino, salúdelo siempre
sonriendo. 5. Jamás juzgue a una persona por su aspecto. 6. No comente sus
problemas con extraños. Es más, evite hablar demasiado. 7. No les demuestre a
los demás lo que usted no es en realidad. ¿Para qué aparentar? 8. Enfrente las
situaciones que le ponga la vida con fuerza y valentía. 9. Realícese en su
hogar y disfrútelo. 10. Agradezca siempre a Dios por lo que tiene.
¡Decídase!
Desde hace mucho tiempo usted está postergando la solución de su problema. Es
hora de “tomar el toro por los cachos”. Use de manera racional su buen sentido
para resolver su problema, pero sin precipitación alguna. Permanezca en
silencio y pida ayuda divina. Una voz muy clara y límpida le señalará el camino
a seguir. Aprenda a escuchar la voz interior que existe en su interior. Ella
tiene las soluciones para todos sus problemas. Y una vez decidido, siga el
rumbo aconsejable: ¡camine hacia adelante!
Lo
siguiente fue dicho alguna vez por Albert Einstein: “No pretendamos que las cosas
cambien, si siempre hacemos lo mismo. La crisis es la mejor bendición que puede
sucedernos porque la crisis trae progresos. La creatividad nace de la angustia
como el día nace de la noche oscura”.
Es
en la crisis que nace la inventiva amigos lectores. Quien supera la crisis se
supera a sí mismo sin quedar superado. Quien atribuye a la crisis sus fracasos
y sus penurias, violenta su propio talento y respeta más a los problemas que a
las soluciones. La verdadera crisis es la “crisis de la incompetencia”.
Es en la crisis donde aflora lo mejor de cada uno, porque en crisis todo viento es caricia. Hablar de crisis es promoverla, y callar en la crisis es exaltar el conformismo. En vez de esto trabajemos duro. Acabemos de una vez con la crisis amenazadora, que es la tragedia de no querer luchar por superarla.
Zenair
Brito Caballero
britozenair@gmail.com
@zenairbrito
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