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martes, 26 de mayo de 2015

SAÚL GODOY GÓMEZ, LA DERIVA POR LA RELIGIÓN,

Formo parte de un grupo de intelectuales que últimamente les ha dado por discutir sobre religión, en parte debido a la situación calamitosa que vive el país y, por otra parte, por la experiencia personal de varios de nuestros miembros en sus roces recientes con la muerte.

El asunto es que hemos discutido sobre el tema (la necesidad de la religión en el ser humano) y estamos preparando algunos debates para lo cual hemos revisado varios libros; de los que a mí me tocaron, quiero escribir sobre uno en particular, El Lenguaje de Dios (2006), de Francis S. Collins.
Collins fue el director responsable del Proyecto Genoma Humano, uno de los científicos más reputados en el estudio del ADN. El libro en cuestión argumenta que la ciencia y la fe son compatibles, que se puede llegar a términos en ambas formas de conocimiento ante un universo tan complejo, inexplicable y maravilloso como el nuestro.
Collins tiene una particular concepción de lo que significa la palabra “milagro”, que usamos cuando estamos en presencia de eventos que no tienen explicación en la leyes naturales y, por lo tanto, atribuibles a una entidad sobrenatural.
Los libros sagrados de las religiones están llenos de milagros, en especial para el cristianismo; quizás, el más relevante de ellos sea el de Cristo resucitando de la muerte.
Collins cuidadosamente introduce el pensamiento de ese otro autor cristiano (y de ciencia ficción y fantasía, el creador de Las Crónicas de Nardia, C. S. Lewis), de quien toma el siguiente argumento: “Cada evento que pudiera ser reclamado como milagro es, en último caso, algo que se presenta ante nuestros sentidos, algo visto, escuchado, tocado, olido o gustado. Y nuestros sentidos no son infalibles, si algo extraordinario parece haber sucedido, siempre podemos alegar que hemos sido víctimas de una ilusión.  Si tenemos una filosofía que excluye lo sobrenatural, esto es lo que siempre diremos.  Lo que aprendemos de la experiencia depende del tipo de filosofía que traemos a la experiencia, es por lo tanto inútil aproximarnos a la experiencia antes de que hayamos resuelto, lo mejor que podamos, esa decisión filosófica.”
Luego Collins trae a colación el teorema de la probabilidad de Thomas Bayes, en el que podemos calcular la probabilidad al observar un evento en particular, conociendo una información inicial (lo anterior) y alguna información adicional (lo condicional). Este teorema es particularmente útil cuando estamos ante dos o más posibles explicaciones sobre la ocurrencia de un evento.
Y pone el ejemplo: “Usted ha sido secuestrado por un loco. Le da un chance de salir libre- le permitirá sacar una carta de un paquete de baraja, la volverá a introducir, las barajará y la sacará de nuevo, si usted saca las dos veces el as de espada, quedará libre.  Escéptico, sobre si vale la pena intentarlo, usted procede, y efectivamente saca el as de espada dos veces consecutivas y queda libre. Teniendo cierta habilidad matemática, usted ha calculado las posibilidades de su buena suerte como 1/52 X 1/52= 1/2704. Un evento casi imposible, pero sucedió.  Semanas después, sin embargo, se entera usted que un empleado de la fábrica de barajas, en conocimiento de la apuesta del loco, se las arregla para que uno de cada 100 paquetes de baraja esté compuesto de 52 cartas de ases de espadas.”
Todo este complicado supuesto lo trae Collins a colación para demostrar que en realidad su chance de sacar dos veces el as de espada no era 1/2704 sino 1/100, lo que le da mucho más oportunidad de salir del trance, y ésta es la explicación que ofrece para entender el cómo personas se curan “milagrosamente” de un cáncer irreversible, cosa que el mismo Collins ha presenciado en su carrera como científico; lo importante es que su “valor anterior” en el teorema de Bayes no esté en cero, si hay una posibilidad, por pequeña que sea, puede ocurrir lo extraordinario y estar dentro de las probabilidades, y como en el caso del paquete de baraja, un imponderable, el empleado de la fábrica de cartas, que en el momento del evento era desconocido, aumente esa probabilidad.
Embarcado en esa línea de pensamiento pasa Collins a explicarnos el origen del universo, que es a donde quería llegar.
Según la hipótesis del Big Bang, el universo tiene una edad de 14 billones de años de existencia; basados en una serie de observaciones y cálculos, los científicos concuerdan que en el principio el universo era infinitamente denso, un punto sin dimensiones de pura energía, catalogado como una “singularidad”, que en una millonésima parte de una millonésima parte de un segundo hizo explosión. Lo que sucedió después todavía tratamos de comprenderlo, sabemos que hubo la destrucción de materia y antimateria, la formación de núcleos atómicos estables y, ultimadamente, la formación de átomos, entre ellos hidrógeno, deuterio y helio.
Explicar tal evento con nuestras herramientas científicas de hoy es casi imposible, al punto que para muchos expertos se trata del milagro más asombroso de todos.
Todavía no sabemos si el universo que nació de esa explosión primordial seguirá expandiéndose por siempre, o en algún momento la fuerza gravitacional se impondrá sobre las galaxias y regresen a un Big Crunch, a un apelotonamiento de materia y energía, a una nueva singularidad.
El asunto es que hay una serie de imponderables que todavía juegan en el misterio no sólo del origen del universo sino también del origen de la vida misma, de la aparición del hombre en la tierra, de la existencia actual de mi persona y de usted, amigo lector… de la posibilidad de que exista vida en otros lugares del universo.
Collins juega rudo ante las posibilidades de nuestra existencia; se pregunta, ¿en esos segundos que precedieron al Big Bang, cuáles eran las probabilidades de que existiera la asimetría actual entre materia y antimateria, que se diera el patrón exacto de condensación de quarks y antiquarks para que no se convirtieran en pura radiación y las galaxias, estrellas, planetas, gente pudieran existir?
¿Cómo es posible la constante gravitacional que permitió que las galaxias pudieran separarse y escapar a un nuevo colapso permitiendo que el universo tuviera su tamaño actual? Estas dudas se las plantea el astrónomo-matemático Stephen Hawkings y explica que si la rata de expansión del universo hubiera sido tan pequeña, como una parte en cien mil millones de millones, este universo no hubiera existido, y si hubiera sido una fracción más acelerada, las estrellas y los planetas nunca pudieron haberse formado. Muchos cosmólogos opinan que, si hubiera existido una mínima variación en las condiciones críticas de velocidad de expansión, nuestro universo hubiera sido improbable.
Las mismas extraordinarias circunstancias rodean la formación de los elementos más pesados; si la fuerza nuclear que mantiene juntos a protones y neutrones hubiera variado en lo más mínimo, el universo estaría compuesto únicamente de hidrógeno, o el hidrógeno se hubiera convertido sólo en helio, y no como sucedió en los hornos de fusión de las estrellas, que permitieron la aparición del carbono, tan necesario para las formas de vida en la tierra.
Collins nos explica que hay quince constantes con valores dados que hicieron posible la existencia del universo y la vida, entre ellos la velocidad de la luz, el electromagnetismo, la gravedad, las fuerzas nucleares, que fueron todas sacadas de ese inmenso caos del Big Bang, como si fueran el mapa para la creación de la vida; si le aplicáramos el teorema de la probabilidad de Bayes al origen del universo, las probabilidades de  que un universo como el actual existiera hubieran sido simplemente imposibles.
Volvemos a la proposición inicial: ¿Es la vida un milagro? ¿Participó un ente sobrenatural? ¿Existe Dios? A medida que la ciencia descubre para nosotros nuestra increíble realidad, la respuesta se nos hace más difícil de responder ¿Qué cree usted? ¿Fue sólo cuestión de suerte? O de un orden natural que el hombre jamás podrá comprender ¿Cuál es su filosofía?  - 
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul

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