A la memoria de
María Cecilia Aguana Reyes
Extrañamente,
siendo niño, uno de los pasatiempos que disfrutaba más era la lectura. Ese
pasatiempo no era común en mis compañeros de generación. Y aunque también me
divertían los juegos que eran comunes en aquellos días para un niño en la
primera década de su vida, la lectura encerraba un mundo que transportaba la
imaginación a cualquier lugar, al sitio más inverosímil. Era como ser el
protagonista de múltiples historias, sin tiempo ni espacio. Nunca me cansé de releer
mil veces la colección completa de “Las Aventuras de Tintín”, tanto, que le
heredé esa pasión por el personaje a mi hija María Cecilia, quien decidiera
desde muy niña su carrera por esos cuentos de un periodista aventurero de los
años 30, heredando en el camino esa misma fascinación que tuve yo por la
lectura todos los años de su vida. Tiempos hermosos que moldean el resto de la
existencia…Su hermana, María Gabriela, a su vez heredó la asertividad de su
madre y un don de gentes y simpatía que aseguraban que esa imaginación de María
Cecilia no se quedara solo en su intelectualidad interior, haciendo que ese
conocimiento hecho de la lectura temprana aflorara y nos iluminara a todos por
igual…
En mi juventud
leía curioso cuanta cosa interesante me caía en las manos. Pasaba vacaciones
completas imaginando las calles y los drenajes de Paris en el medio de la
persecución al protagonista de “Los Miserables”, de Victor Hugo, o dedicarle
horas y días enteros a los libros de Hermann Hesse, Morris West o Stefan Zweig.
Pero una de las cosas que más llamó mi atención fueron las Fábulas de Esopo,
famoso escritor de la antigüedad griega. Eran como perlas de sabiduría
milenaria, que hasta hoy, después de tantos años, evoco cuando suceden
situaciones que invariablemente tendrán el desenlace de la fábula, como si la
moraleja fuera un designio inexorable.
Cuando se inició
este lamentable episodio de la vida política del país en 1998, recordé la
fábula de Esopo “Las Ranas pidiendo Rey”, que con el permiso del autor, les contaré
de la colección de mis tempranos años, “El Tesoro de la Juventud”[1], como la
leí por primera vez:
¿Les parece
conocido el cuento? Sí, es así. Aún estamos sintiendo lo que deseamos como país
en 1998, a alguien que pusiera orden. Pareciera que todos los venezolanos
fuimos a pedírselo juntos en cola al dios Júpiter de la fábula. Y nuestra
suplica fue concedida cuando nos llegó alguien que se está comiendo a las ranas
en el más absoluto desorden. Pero este país merece algo más que el lapidario
designio de Júpiter acerca del reinado eterno de ese rey.
Habían pasado
pocos años desde 1998 cuando los venezolanos nos enteramos del talante de esa
“cigüeña” que nos mando Júpiter. Y lo descubrimos como lo descubrió la zorra de
la fábula “La zorra y el asno”:
“Un asno se encontró cierto día una piel de
león, se vistió con ella, y así disfrazado, se dio a correr campos y bosques,
sembrando el terror entre los otros animales. Habiendo encontrado una zorra,
quiso espantarla, y para ello no se contentó con embestirla sino que, al mismo
tiempo que tal hacía se le ocurrió imitar el impresionante rugido del león. –
Señor mío, si os hubieseis callado, os habría tomado por león, como los demás
animales, pero ahora que oigo los rebuznos os reconozco y no me dais miedo.
Moraleja: Al hombre se lo conoce por sus acciones”.
¡Impresionante!
Pareciera que Esopo vió en el tiempo la marcha de millones de “zorras” de Abril
de 2002, cuando todas descubrimos cual era ciertamente el animal que estaba
debajo de la piel del león. Y no le tuvimos igualmente miedo.
Y ahora, luego de
muchos desaciertos la oposición entendió por fin la moraleja de “El León y los
cuatro bueyes”:
“Cuatro bueyes que
siempre pacían juntos en los prados, se juraron eterna amistad, y cuando el
león los embestía, se defendían tan bien que jamás perecía ninguno. Viendo el
leon que estando unidos no podía más que ellos, discurrió el medio de
indisponerlos entre sí, diciendo a cada uno en particular que los otros murmuraban
de él y que lo aborrecían. De esta manera logró infundir sospechas entre los
bueyes, que al fin rompieron su alianza y se separaron. Entonces el león los
fue matando uno a uno, y antes de morir el último buey, exclamó: - Solo
nosotros tenemos la culpa, pues dando crédito a los malos consejos del león nos
hemos separado, y así le ha sido fácil devorarnos. Moraleja: La unión da fuerza
a los débiles: la discordia destruye a los poderosos”.
Y así como los
políticos aprendieron su lección en la unión, el 7 de Octubre veremos que el
pueblo común ya aprendió la suya desde los tiempos en que pidió a Júpiter un
rey, como en la fábula de “El gato y los ratones”:
“Eran muchos los ratones que cazaba cierto
gato; pero, al fin, más advertidos aquellos, determinaron no bajar de los
sitios altos y estarse siempre donde no pudiese alcanzarlos su incansable
enemigo. No desmayó por esto el gato, sino que, fingiéndose muerto, se colgó
por los pies de un madero que había en la pared. - Es inútil que hagas el
mortecino, le dijo un ratón asomándose por un agujero, porque conozco tus mañas
en términos que no pienso moverme de aquí. Moraleja: El varón prudente podrá
ser engañado una vez, porque luego no fiará más en falsas palabras”.
Y cual “varón
prudente” el pueblo de Venezuela, en lección duramente aprendida, ya no
confiará más en las falsas promesas del “mortecino” gato, que en buena
interpretación actual de la fábula, hará eso y mucho más para quedarse. Espero
en gracia de Dios y por la Venezuela que todos queremos, que todos los actores
de estos cuentos hayan de verdad aprendido su lección.
Email: luismanuel.aguana@gmail.com
Twitter:@laguana
[1] El Tesoro de
la Juventud, W.M. Jackson, Inc. Editores, Sexta Edición, 1965EL
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Excelente artículo con inmejorables 'lecciones literarias'.
ResponderEliminarSu lector de siempre,
Andrés Simón Moreno Arreche