Llegó el momento de la definición. De demostrarnos a nosotros mismos cuánto de
importancia tiene un voto, tratándose de una confrontación donde lo que está en
juego es el destino de Venezuela. En
nuestra consideración, lo primero es despojarnos de los prejuicios del fraude y
toda determinación del gobierno para revertir los resultados de unos
escrutinios que previamente han pasado por el filtro de un conjunto de
evidencias que ponen a prueba los avances de la tecnología frente al
comportamiento humano. Sin duda, el
adversario es de cuidado, juega con cartas marcadas. Durante 16 años ha apostado a la permanencia
en el poder amparado en las sombras del ventajismo, la represión y el soporte
de la ilegalidad.
Las referencias de
origen de quienes dirigen lo que ellos
han llamado “revolución socialista”, no son garantía de transparencia; pero no en balde alguien dijo: “la culpa no
es del ciego sino del que le da el garrote”.
Pongámonos la mano en el corazón
¿Cuántos de entre nosotros se han abstenido de votar por indiferencia?
La desconfianza no puede seguir siendo
justificación para quienes con la mayor indolencia hacen del acto electoral una
planificación de objetivos, muy distantes de
su obligación como buenos ciudadanos.
En la realidad del día a día, son más las lamentaciones que el propósito
sincero de rectificar lo que en nuestra
conciencia cargamos de ese sufrimiento colectivo. Nos guste o no, quienes creemos en la
democracia no practicamos otra forma de gobernabilidad que la
alternabilidad; en tanto que los
regímenes dictatoriales se rigen por la
continuidad vitalicia. Las elecciones
primarias a realizarse mañana pudieran ser el ensayo para valorar la
capacidad de respuesta frente a este gobierno que le ha hecho tanto daño al
país; vendrían a
constituir las señales del fin de
la hegemonía corrupta.
Los demócratas solo creemos en el voto; pero hay que depositarlo, siendo esta la
única manera de tutearnos con el porvenir: Venezuela nos pide a gritos que le
cambiemos ese rostro de tristeza. Si
salimos mañana a votar en masa
disponiéndonos a sepultar las
lamentaciones, podremos demostrar que el poder de un voto hace más ruido que el
grito de un dictador. El retorno a la
democracia y a la libre expresión se conquista no se mendiga.
Luis
Garrido
luirgarr@hotmail.com
@luirgarr
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