Tomo
el título de una letrilla de Quevedo que aprendí cuando estaba en segundo año
de bachillerato en el Colegio La Salle.
Eran tiempos en los que en verdad se estudiaba esa asignatura. Se comenzaba tan lejos como con el Arcipreste
de Hita y El Cantar del Mío Cid, siguiendo con los clásicos de Siglo de Oro:
Cervantes, Calderón de la Barca y Tirso de Molina, pasando por los románticos
tipo Bécquer y Espronceda y llegando hasta algunos representantes del realismo
de fines del siglo XIX, Pérez Galdoz, Clarín, etc. Ahora, no se lee; a duras penas, algunos
profesores logran que uno que otro alumno le entre a “El Túnel” de Sabato y,
los que se esfuerzan mucho, a “Cien Años de Soledad”. Pero salgo de esta digresión en la que me
metí tan temprano y, ¡a lo que vamos!
Con
ese poema satírico burlesco, Quevedo se mofa de cómo los intereses económicos
dominan a las relaciones humanas y las condicionan desde muy antiguo: parece
que quien tiene la plata es quien manda; quien posee dinero, sin importar la
procedencia de este, recibe el reconocimiento de vastos sectores de la
sociedad. Sin embargo, algunos seguimos
creyendo que para tener consideración social, una persona no requiere de
fortuna sino de virtudes reconocibles, de buenos modales y de una educación más
que pasable.
Y a la prueba me remito:
¿cuántos capitales se han gastado los jerarcas rojos en las celebraciones con
boato de los quince años o las bodas de sus hijas? ¿Y quiénes asisten a ellos? Puros cómplices en la defraudación del Tesoro
o en los filones logrados con drogas.
Nadie que tenga un apellido que se respete aparece por allí. A menos que sean bolichicos —todos de la
high-society y el jet-set caraqueños— buscando proventos. Ellos han adoptado como lema la frase con la
cual Vespasiano le explicaba a su hijo por qué era razonable cobrar impuesto
por la orina recogida en las letrinas públicas y que iba a la Cloaca Máxima:
“pecunia non olet”. Ellos, con su cara
muy lavada, pueden recitar el primer octeto de la letrilla: “Madre, yo al oro
me humillo, / Él es mi amante y mi amado, / Pues de puro enamorado / De
continuo anda amarillo. / Que pues doblón o sencillo / Hace todo cuanto quiero,
/ Poderoso Caballero /Es don Dinero”. La
única diferencia con dinero del cual hablaba don Francisco ayer, es que el de
hoy, los bolichicos no lo depositan en Génova, sino en Andorra y otros paraísos
fiscales.
De
todos los rojos prominentemente ricos —new money los llaman los gringos; los
franchutes hablan de nouveaux riches— el más resaltante es el capitán Hallaca
(por aquello de: por fuera, envoltorio verde; por dentro, mucho guiso). Una persona que, de limpio cuando salió de El
Furrial, ha devenido en alguien que ha conseguido amasar una considerable
fortuna SIN el sudor de su frente; un individuo al cual sus nuevas riquezas le
han proporcionado los medios para la adquisición de unos lujos y unos
patrimonios que previamente le eran imposibles.
Al igual que a todos ellos —a quienes el bañito de oro se les cae apenas
uno les da un poquito con la uña— actúa de forma vulgar, sin delicadeza. Y sin recato, que es lo peor. Tanto desde su programa de televisión como
desde la presidencia del parlamento deja chorrear su ordinariez cuartelaria y
su infamia: desde ambos escenarios reparte calumnia, mentiras y medias verdades
a diestra y siniestra; no hay reputación que quede sana después de sus
intervenciones; el irrespeto a los derechos de los demás es continuo.
Pero
que nadie diga algo de él porque se le olvida lo mendaz y despótico de su trato
con quienes él considera sus enemigos y se ofende como una doncella. De allí que tenga en tribunales a tres medios
de comunicación. Por algo que ellos no
dijeron, sino que lo dijo un diario español y que ellos transcribieron
solamente, sin añadir juicios de valor.
Y ya sabemos lo que pasará: un juez penal de esos que gritan “¡Uh, ah!”
los encontrará culpables, sin importar lo que la jurisprudencia, los
precedentes jurídicos y el sentido común establezcan. Y no conforme con demandar a las empresas
periodísticas, también va contra los miembros de sus juntas directivas. Es por eso que se les ve el cobre por debajo
del gold-filled: también los tiene demandados en tribunales civiles; o sea, que
aquí también entra en juego lo del poderoso caballero. Quiere ponerle la mano a los capitales
bregados por esas personas. No le basta
con todo lo que presuntamente ha sisado del erario y lo que supuestamente le
entra por el cártel: quiere atesorar más porque: “…él rompe recatos / Y ablanda
al juez más severo, / Poderoso Caballero / Es don Dinero”.
Se
acaba el espacio y no sé como terminar.
Estoy indeciso entre otro texto de Quevedo: “Este, que parece que viene
dando y a que lo roben, a robar viene”; y otra frase de Vespasiano: “atqui ex
lotio est” (sin embargo, proviene de la orina).
Ustedes escojan…
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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