Los términos económicos generalmente no
significan mucho para la gran mayoría. Inflación, deflación, descapitalización,
términos porcentuales y muchos más son términos que no son del vocablo
coloquial. Pero, lamentablemente, sus consecuencias muchas veces son
devastadoras para la economía familiar.
El término inflación, que es el que más
preocupa, señala el incremento en moneda que el consumidor paga por un determinado bien o servicio en un
lapso de tiempo, que generalmente se estima en función anual. Es decir, cuánto
costaba a principios de año y cuánto cuesta al final. Ahora bien, la inflación
va de la mano con la valuación o la devaluación de la moneda.
En el caso venezolano, nuestra moneda se
devaluó en relación al Dólar en sólo dos años, de Bs.6.300 a Bs.196.000,
oficialmente en el entendido de que hay un mercado paralelo o mal llamado
“negro” que refleja una mayor devaluación. Me permito recordar que, por
Decreto, le eliminaron tres ceros al valor del Bolívar. Consecuencialmente, la
inflación ha hecho polvo los salarios y, obviamente, el dinero no rinde. Ha
reducido a todos los venezolanos a niveles graves de pobreza.
Lamentablemente, los que tienen menos
ingresos, es decir, los más pobres, son los más afectados y arrastrados a
niveles de pobreza crítica. Gran parte de la clase media que, normalmente,
conforma el músculo de desarrollo de todo país, ha pasado a engrosar las filas
de pobreza. Los alimentos y los medicamentos, además de escasear, se han
disparado en una escalada de precios. Es decir, todos nos hemos hecho más
pobres al destruir la producción nacional y depender de una economía de puertos
y dolarizada.
Y esa es la verdadera “GUERRA ECONÓMICA” que
está planteada.
La “Guerra” debería ser contra la pobreza,
sus causas y sus efectos. Y tendría que comenzar por dignificar los salarios.
Llevarlos a niveles que superen las famosas canastas, tanto la alimentaria como
la básica. Y que a quienes los reciban, tengan capacidad de ahorro y bienestar,
lo que llaman "Calidad de Vida". Esto sólo se logra creando empresas
privadas; facilitando el desarrollo, la producción; fomentando competencia para
defender precios y calidad; ampliando el mercado interno e incentivando la
exportación, y reduciendo las importaciones con una creciente producción nacional.
Toda economía que permita una justa y digna
remuneración salarial, es una economía sana.
Y eso únicamente lo puede garantizar una economía en la que la empresa
privada sea la que lidere la inversión, la producción y las posibilidades
multiplicadoras de salarios dignos. Los Gobiernos con pretensiones de
empresarios siempre conducen al fracaso, al dolo, a la corrupción y finalmente,
a un incremento indetenible de la inflación.
Los monopolios públicos, fachada clientelar
de gobiernos políticamente débiles, por su parte, conforman otra variable de la
sustracción de dineros: del Fisco o del bolsillo de los ciudadanos Para
muestra, en Venezuela hay un rosario de ejemplos: la electricidad, el servicio
telefónico, la producción de cemento y de acero, los astilleros, la producción
de azúcar de caña, el negocio petrolero y sus derivados, y muchos más. En
definitiva, todo lo contrario a la que debería ser la guerra contra las causas
de la pobreza.
En Venezuela, los trabajadores no pueden
seguir siendo obligados a vivir con un
sueldo mínimo de pobreza crítica de $ 0,80 diarios, cuando en USA devengan $
64. Comparándolos con un país similar,
en Panamá o Ecuador, por ejemplo, devengan el equivalente en bolívares más de
2.000 diarios, contra sólo 200 que, aproximadamente,
percibe en suelo venezolano. Esto, por
supuesto, es una vergüenza para un país
petrolero. El salario digno es enemigo de la pobreza y es en donde tenemos que
enfocarnos.
No podemos seguir destruyendo empresas y
puestos de trabajo. Las divisas que ingresan al país, tienen que ser para su
inversión en el desarrollo de empresas; en la producción y beneficios sociales;
en buena educación y en salud de calidad. No para regalárselas a otros países,
ni para hacer proselitismo político, alimentando el karma populista y electoral
a la venezolana.
Los dólares no son propiedad del Gobierno.
Son de los ciudadanos. Lo que sí le pertenece al Gobierno, es el ejercicio
responsable de sus decisiones monetarias, fiscales y económicas para no
destruir el valor de la moneda. Y eso incluye no continuar alimentando el
crecimiento desmedido de los gastos improductivos. No seguir en el ataque
ideológico y el acoso obsesivo a la empresa privada, porque eso sólo tiene un
resultado visible: la destrucción de fuentes de trabajo; la negación a promover
la generación de salarios dignos.
En Venezuela, la mayoría de sus ciudadanos ya
no cree en el cuento de los falsos enemigos. Está perfectamente clara en que la
empresa privada equivale a solución
productiva, salarial, además de una alternativa para poder vivir cada día
mejor.
Es decir, que si en el país hay más
pobres, pobreza y empobrecimiento, es
porque se insiste en mantener a un Estado incompetente, ineficiente y penetrado
por la corrupción hasta su soporte medular. Y, además, saturado de dependencias
injustificadas y costos sin cabida en los presupuestos públicos.
Proponemos
una gran cruzada en defensa de nuestras empresas privadas y la
dignificación de un salario justo, en defensa de la capacidad de compra de los
trabajadores.
Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan
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