El
“Grupo de los 20”, al organizar este encuentro, en los propicios espacios del
diario El Nacional, me ha encomendado abordar brevemente el tema de lo que en doctrina
jurídica se conoce como “resistencia a la opresión”, en este breve pie para el
debate, debo comenzar diciendo que, es posiblemente el más tradicional, aunque
poco frecuente, mecanismo de defensa constitucional.
“Estas
no son de hoy, ni de ayer, sino de siempre
Fueron
y son
Y
de su aparecer primero
Nadie
sabe
Y
yo con transgredirlas
Por
temor de algún hombre, no debía
entristecer
a los dioses”
Son
palabras de Sófocles, en boca de su inmortal Antígona, cuatrocientos años antes
de Cristo, versos admirables sobre la opresión y la resistencia.
La
prosapia milenaria y la belleza estética, no son derecho positivo, dirán los
abogados fundidos a la pirámide de Hans Kelsen, los estudiosos del derecho
somos, por razones prácticas, mayoritariamente ius-positivistas, la defensa de
la seguridad jurídica nos obliga a ello. No obstante todos, abogados o no,
escuchamos como un eco creciente las palabras de Antígona, cada vez que la
opresión levanta sus cabezas de hidra y se cierran al pueblo los caminos
formales y pacíficos de resistirse a ella. Es la fuerza intangible y
paradógicamente avasallante del Derecho Natural, el “derecho de la justa razón”
como lo definiera inmejorablemente Marco Tulio Cicerón.
No
obstante, en el derecho positivo, los antecedentes tienen prosapia y pátina
histórica, los barones ingleses, en la “Carta Magna” de 1215, arrancada a Juan
“sin tierra”, lo expresan con inequívoca claridad: “Hay leyes del Estado,
derechos que pertenecen a la comunidad. El Rey debe respetarlas, si las viola,
la lealtad cesa de ser un deber y los súbditos tienen el derecho a
insubordinarse”. En “La Bula Aurea” de Andrés II de Hungria en 1222, “El
Privilegio de los Aragoneses” de Alfonso III en 1287, en ”Las VII Las Partidas”
de Alfonso X de Castilla “el sabio” (1252-1284), en la “Declaración de
Independencia de los Estados Unidos” de 1776, y en la “Declaración de los
Derechos del Hombre” de la Revolución Francesa de 1789. Por ejemplo.
En
realidad, en la Europa posterior a la desintegración del Imperio Romano, dos corrientes
de pensamiento jurídico se enfrentan y entrelazan, la tradición imperial romana
absolutista del bajo imperio, marca la dirección centralista y el culto al
poder absoluto, aún más divinizado, de los “Césares”, que marcó la pauta para
los titulares del Sacro Imperio Romano Germánico, quienes pese al redundante
título que ostentaban, fracasaron en sus propósitos, neutralizados por el
carácter electivo de sus emperadores y hondas raíces culturales germanas y
sajonas, y la Francia capética “La hija primogénita de la Iglesia”, que con
enorme paciencia e innata sabiduría llegó a construir el absolutismo más sólido
de Europa.
En
efecto, para “los barbaros” en este caso los normandos, anjevinos, celtas y
sajones. El poder siempre está sometido, en algunas materias o instancias, a la
aprobación de los vasallos. En cambio, para la culta Francia, país de legistas,
donde algunos monarcas, como Felipe IV “el hermoso” y su ilustre abuelo Luis IX
“San Luis” fueron ellos mismos, hondos conocedores del derecho, la marcada y
sostenida tendencia es a la centralización total y el absolutismo monárquico,
ello se patentiza al extremo, cuando un hombre, de olímpico desprecio por el
boato y las formas, que se vestía con una sencillez irritante y se rodeaba de
gentes del común, como Luis XI, es –precisamente- el primer monarca que adopta
el título de “Majestad”, hasta entonces reservado a los titulares del Sacro
Imperio Romano Germánico, en lugar del tratamiento de “Alteza”, que utilizaron
sus ancestros y los demás reyes de Europa y no contento con ello declara: “El
Rey de Francia no reconoce superior sobre la tierra”. No obstante ser un
convicto y confeso francófilo, debo admitir que en esta materia simpatizo con
los “barbari”.
La
Constitución de Venezuela de 1961 en su artículo 250 lo consagra y el actual
Estatuto Político lo reitera en el artículo 333 y lo amplía en el 350.
De
tal manera que, tanto en la fuente inmutable del Derecho Natural, como en la
transitoria del Derecho Positivo, el derecho de Resistencia a la Opresión tiene
en nuestro país legalidad plena, indiscutible y justa. Desde luego siempre en
el entendido que las vías ordinarias no sean practicables. Si hay libre juego
democrático, separación de poderes, respeto a los derechos humanos, libertad de
expresión plena, respeto a la propiedad privada, derecho a la salud, a la
alimentación, a la educación, pluralidad, justicia confiable, seguridad
jurídica y personal e inclusión, no hay opresión.
De
allí que algunos déspotas inteligentes, trataran de no dar pié al recurso de
“resistencia a la opresión” que, en el fondo, no es otra cosa que la lucha por
la justicia. Hasta nuestro dictador emblemático, el General Juan Vicente Gómez,
quien no fue un hombre de grande frases, sino de expresiones cazurras y sabias
lo sintetizó en su lacónico lenguaje: “Gobierno no busca pleito”.
Qué
duda cabe, para cualquier régimen no cabalmente democrático y aún más para una
dictadura, el mejor negocio es una sociedad civil alejada de las preocupaciones
por los problemas colectivos, volcada a sus trabajos o a la administración de
sus haberes, “hombres de trabajo” mientras menos se les irritara mejor.
Pasada la transición incruenta de Carlos
Delgado Chalbaud, la “dictablanda” como la llamaron algunos, las contenidas
aguas de la tiranía se propagaron. El muy desmejorado “alumno” del Benemérito,
que fue Marcos Pérez Jiménez, enfrentado a una colectividad más moderna, por
algo habían pasado por las aguas lustrales del trienio democrático 1945-1948,
encarceló y torturo mujeres y persiguió a los familiares de los resistentes,
hechos impensables en los “27 años de paz” –del hombre de La Mulera- Marcos
Evangelista violó flagrantemente el decálogo gomecista, practicó torpemente el
fraude electoral y mantuvo una conducta personal nimbada por el escándalo de
las orgias sexuales con vistosas artistas importadas, por sus ministros de
alcoba, sus motonetas y extravíos, la Base Naval de La Orchila fue escenario de
su exhibicionismo, ya la ostentación y el nuevo riquísmo impregnaron el estilo
venezolano de despotismo. No obstante, al menos en público, en programas
televisivos en apariciones oficiales, se respetaron las formas, la
magistratura, la República. Nos avergonzábamos puertas adentro.
Fue
necesario que a los 15 ó 20 años de decadencia de la democracia civil,
respondiera con apabullante frivolidad, esta sociedad inmadura y
escandalosamente frívola como es la nuestra, eligiendo ampliamente como
presidente a un personaje deplorable, inconmensurablemente ignorante, primitivo
hasta la rusticidad, a un grado que pocas veces he visto en lo peones de mi
tierra llanera.
¡Mentira!
mil veces falso, que lo eligió una pobresía abandonada y sufrida, ignorada por
los 40 años de la democracia civil, todos los estratos socio-económicos
contribuyeron a ello. Recuerdo como encontrándome en el bar “El Pingüino” en la
señorial (es lo único señorial que allí queda) sede del Caracas Country Club,
con un grupo de amigos, entre ellos, que yo recuerde Valentina Azpurua de
García Vallenilla, Carlos Morales Paul y Federico Uslar Braun, se nos acercaron
un par de “burritos de oro” a felicitar a Federico, por el triunfo de Chávez
que, según ellos, era la reivindicación de Isaías Medina Angarita (¿?) desde
luego, mi muy querido Federico, ajeno por completo a las sutilezas, los despachó
con cajas destempladas y nos quedamos hablando del analfabetismo de nuestras
“altas clases”. Pues sí, desde esas altas clases, una gran porción de la clase
media profesional y desde luego elementos de las denominadas clases populares
se sumaron en un lamentable “voto castigo” contra las ya desvencijadas
estructuras partidistas, capitaneadas por lo más mediocre de las dirigencias,
otrora esclarecidas. de los partidos políticos.
Lo
que hemos vivido, a partir de entonces, no tiene parangón histórico, ni en
Venezuela ni en el mundo, Ecuador, es cierto, tuvo un Abdala Bucaram –lo
liquidó rápido- y Bolivia su Mariano Melgarejo –pero al menos era valiente- hoy
padece al medio-Evo grotesco y sedicente novelista-historiador que afirmara que
los bolivianos “derrotaron a las legiones romanas” ¿cuántos centuriones y
soldados perderían los conquistadores del mundo, en el aún no descubierto
altiplano? ¿Quién sería el derrotado general: Pompeyo “El Grande”, Agripa,
Julio César o Trajano? En todo caso es un digno alumno de Chávez y del
incunable Maduro.
El
actual régimen, la revolución bonita, ha removido uno tras otro los supuestos
que inhiben el derecho de resistencia a la opresión: la libertad de expresión,
de reunión, de culto, de protesta pacífica, las elecciones libres, universales
y secretas (contra las cuales aplica un permanentemente renovado arsenal de
fraudes), la propiedad privada de los medios de producción y comercialización,
el derecho a la vida, a la salud, a una educación para la vida y para la
hombría de bien, sustituida por una caricatura para-militar, el irrespeto
reiterado a los símbolos patrios, la profanación de los restos de El
Libertador, la falsificación continuada de la Historia Nacional y Universal
–ayer me encontré en plena Avenida Libertador, un retrato exaltando a José
Stalin, repudiado hasta por el Partido Comunista Soviético- en pocas palabras a
destruido el alma del país, sus valores, sus logros históricos.
¿Es
posible la resistencia a la opresión en la Venezuela de hoy? Tristemente no lo sé,
de lo que si estoy seguro es que no serán los próceres de la MUD quienes
propugnen su activación, son, en el mejor de los casos, unos bueyes cansados,
el peso les queda, dentro de una espantosa desigualdad de medios, a los limpios
hombros de la juventud venezolana, que Dios nos de vida y fuerza para
ayudarlos.
Alfredo
Coronil Hartmann
acoronil2@gmail.com
@Alfredo43
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