«En el curso del
Siglo XXI, la mayoría de venezolanos presuntos es sospechosa de permanecer
indeseable y molestosamente viva»
Durante la segunda
mitad del Siglo XX, en las universidades se difundió la tesis según la cual ser
una persona «de derecha» significaba
tener «poder» e «influencias»: en los ámbitos políticos, académicos,
financieros (privados o públicos) y judiciales. A mi juicio, fue un
razonamiento inaceptable que se impuso bajo los citados y falaces preceptos.
Siempre he sostenido que somos «de derecha» cuando actuamos conforme a cuanto
es universalmente admitido «correcto». En el Planeta Tierra, todos merecemos
dignas condiciones de existencia: un hábitat confortable, cultura que es
educación y ciencia, abastecimiento de productos de consumo necesario, atención
médica, seguridad social, protección de gendarmería, tecnologías, oportunidades
para desarrollar aptitudes intelectuales o manuales, acceso a los bienes y
servicios de la institucionalidad de los estados porque son de los nacionales.
Somos «de derecha» quienes exigimos libertad, trato humano, socorro,
fraternidad, justicia y equidad en materia económica. Derechos de civiles que
podemos leer en las constituciones de las repúblicas y hasta en los libros que
se tienen por sagrados.
Un sector de
individuos entre quienes nos oponíamos a inescrupulosos mandatarios
(administrativamente corrompidos y proclives a cometer toda clase de
insospechados crímenes) pujaba por la consecución del «poder del mando
político» autocalificándose «de izquierda»: es decir, «de la siniestra»
conforme a su etimología. Frente a los indeseables, ninguno de nosotros tuvo
otra opción que convertirse en detractor. Actuábamos con la razón, la
«izquierda» y «derecha». Que aparte
ellos digan los «derechistas» somos
«reaccionarios» carece de inteligibilidad. ¿Quién no «reacciona» sintiéndose afectado por
situaciones lesivas?
La autocalificada
«Izquierda Latinoamericana» se apropió del mando en el país perfecto,
Venezuela, por sus yacimientos de combustible fósil y minerales. Infiero que es
fraudulento el poder político-militar que se logra con violencia, mentiras y
timo. Lo intentaron mediante el «Golpe de Estado» y debieron purgar condena por
ello. Sobreseer a la banda de forajidos que hoy azota a la América Latina no
fue la mejor idea que pudo tener un hombre en decadencia, un político ya senil
en el curso de su segundo e inmerecido mandato: manipulable, enfermo y
lastimoso. La edad muy avanzada es magnífica para meditar, leer, escribir,
platicar y debería ser impedimento en materia electoral. La envergadura de
dirigir una república no admite a los oblicuos.
Los siniestros se
apropiaron del mando en un «maravilloso territorio» para exterminar sus reservas petroleras y
financieras, el oro de sus arcas, las instituciones públicas, la paz y
fraternidad entre ciudadanos. Con ridículas expresiones e impropio cinismo, la
ponzoñosa y de rastacueros oligarquía en funciones de gobierno totalitario
culpa a «derechistas» por ellos (con
infinita alevosía) empobrecidos de las penurias mediante las cuales nos
mantienen desahuciados a opositores y también adherentes. La venezolana de
exportación es una oligarquía opulenta, apertrechada y salvaje.
Alberto Jimenez Ure
jimenezure@hotmail.com
@jurescritor
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