El primero (quizás el único) que en función pública
se atrevió a plantear la necesidad de cambiar el nombre a la moneda venezolana
fue Renny Ottolina, en el que sería su último programa “Para Reflexionar”, poco
antes de ser muerto el 16 de marzo de 1978, fecha deliberadamente olvidada, en
una oscura y nunca esclarecida colisión aérea.
La concibió como parte de una campaña para
“recuperar el nombre de Bolívar”, por lo que esto implica para rescatar la
conciencia de lo que significa ser venezolano. Usarlo en algo tan vil como el
dinero significa que el nombre cada día pierde importancia.
Pedro León Zapata también lo dijo a su manera, como
si fuera un chiste serio: “No sé porqué se empeñan en llamar Bolívar a una
moneda que no vale un Carujo”, en alusión, por supuesto, al antihéroe por
excelencia, Pedro Carujo.
Cuando en 1789 Antonio Guzmán Blanco cambió el
nombre del signo monetario del venezolano de oro, que originalmente se llamaba
peso, como en todo el mundo hispano, quiso rendir un tributo, quizás de buena
fe, aunque no exento de demagogia, pero el resultado ha sido todo lo contrario.
En verdad, AGB fue la imagen viva del despotismo
ilustrado en Latinoamérica, nadie se tomó tan en serio y quiso llevar a la
práctica con tanto celo el programa de la Ilustración para el desarrollo de la
sociedad. No sólo se le debe la proliferación de obras públicas, sino también
la entronización de la corrupción administrativa. Nadie se enriqueció tanto en
forma ilícita como Guzmán, hasta los próceres actuales, déspotas iletrados.
Lo cierto es que cuando se menciona al bolívar, en
minúscula, nadie en el mundo piensa en el héroe sino en cuál es la equivalencia
en dólares de un signo monetario; así como quien acumula bolívares no lo hace
por acumular gloria, sino por amasar dinero y el poder que ello representa.
Que la moneda tenga la efigie de Bolívar es otra
cosa, porque en efecto, todas las monedas las llevan de personalidades pero no
así sus nombres, por ejemplo, la libra esterlina tiene la efigie de la reina y
no se llama Elizabeth, como la peseta tenía la imagen de Franco. En USA cada
billete tiene una imagen distinta, uno de Washington, dos de Jefferson y así
hasta los cien de Benjamín Franklin, pero la moneda se llama dólar. Es curioso
que hasta los chinos hayan puesto en el billete la imagen de Mao, el más
antimonetarista, pero la moneda se llama yuan.
Si se le ocurriera ponerle su nombre al peso cubano,
se destruiría Fidel Castro en el momento en que una mujer discutiera con el
bodeguero diciéndole: “Oye tú, yo no te pago más de un fidel por ese rollo de
papel toalet, eso no, ni hablar chico, ese es un papel de muy mala calidad, eso
no vale más de un fidel y tú me quieres pedir dos”. Se puso Fidel Castro a la
altura de ser medida del papel toalet ¡y lo hacemos con Bolívar cada día!,
pues, para horror nuestro, para horror de horrores, decía Renny.
Y eso que no alcanzó a ver ni oír lo que nosotros
cada vez que se tilda de “bolivarianos” a sujetos e instituciones de los que
luego se predican una retahíla de crímenes horrendos, desde asesinato a
mansalva de niños, jovencitas, misses, estudiantes, luego secuestros, torturas,
ejecuciones, extorsión, narcotráfico, lavado de dinero, corrupción y pare usted
de contar.
Uno de los crímenes que puede servir de epílogo a la
tiranía castrochavista tiene carácter simbólico: haber escarnecido el nombre de
Bolívar y desprestigiado sin remisión al bolivarianismo.
Lo que nos devuelve paradójicamente a la campaña de
Renny: cuando se separe el nombre de Bolívar, que no hay sino Uno, del nombre
de la moneda, ese día lo habremos ganado de nuevo.
Se habría conformado con volver a llamarla peso,
pero eso no le quita la maquinita de imprimir billetes a los políticos, de
manera que mejor sería llamarla dólar.
Y “Bolívar no habrá sino Uno, que es lo que yo
quisiera”.
ANTIPOLÍTICA
La acusación que más frecuentemente le hacen los
detractores de Renny es la de haber sido el fundador de la “antipolítica” por
su ataque general contra todos los partidos políticos, en el entendido de que
estos serían esenciales para el funcionamiento de la democracia.
Las dos afirmaciones son falsas. Si existiera la
“antipolítica” ciertamente Renny no es su fundador, es confundir la “Política”
con la politiquería de los partidos, un artificio argumentativo para dejar
colar que política sólo es la actividad que realizan los políticos
profesionales y quien no esté de acuerdo con ellos es “antipolítico”.
La crítica de Renny no estaba dirigida al sistema de
partidos sino a las actividades ilícitas de los partidos, que violan la ley
flagrantemente y convirtieron al país en “un patio de bolas criollas” donde
pueden hacer olímpicamente todo lo que les da la gana, atropellando a los
ciudadanos y saqueando el erario público.
Sería exigir demasiada honestidad intelectual
pretender que los políticos profesionales admitieran la diferencia entre
criticar actividades obviamente ilícitas sin recurrir al subterfugio de
escudarse en la sacrosanta institución desviando el ataque hacia los partidos
en cuanto tales, lo mismo que quienes son señalados por sus actividades
criminales se arropan con la bandera y berrean que se está atacando a
“Venezuela”.
También es meridianamente falso que los partidos
políticos sean esenciales para nada, con solo constatar que la democracia
existe desde tiempos inmemoriales y los
partidos políticos como se les conoce hoy en día son un fenómeno
recientísimo, que si acaso se remontaría al siglo XIX, aunque su auge es propio
del siglo XX, la era del totalitarismo.
Tanto más burda es la mentira siendo imposible
ocultar la emergencia de movimientos de electores independientes de los
partidos que han logrado alcanzar el poder incluso en Latinoamérica, como fue
el caso en Perú, Colombia, pero también en Venezuela, con las alianzas de
agrupaciones que dieron al traste con las maquinarias tradicionales.
Los partidos cruzaron la línea de las triquiñuelas
tradicionales para caer en francos delitos, así como los sindicatos que
originalmente eran organizaciones de ayuda mutua se convirtieron en mafias
criminales que practican el chantaje a cielo abierto y resuelven sus
controversias a tiro limpio.
Renny fue el primer promotor de la meritocracia,
término que popularizó, para enfrentar a la partidocracia, al imperio del
carnet partidista, al abuso ilegal e inconstitucional de las cartas de
recomendación como requisito indispensable para poder acceder a cualquier cargo
público y enfilo las baterías contra las prácticas ventajistas de todos los
partidos, incluso los de la izquierda, los puros, “los puros bandidos de la
izquierda”.
Funcionarios honestos con quince o veinte años
trabajando en una institución ven como les nombran de jefe a un inepto, porque
es el que tiene el carnet y la recomendación y otros tantos pasan por la
humillación de tener que pedirlos porque sino ni los toman en cuenta para el
ingreso.
Pero quizás lo que causo alarma en la casta política
fue la efervescencia que comenzó a despertar en el electorado, la primera vez
que se desafió la hegemonía bipartidista con probabilidades de éxito.
Con una mano en el corazón, ¿quién podría creer que
con un candidato tan opaco como Luis Piñerúa Ordáz, AD podía enfrentar la ola
de independientes que estaba levantando Renny con su extraordinario carisma y
las poderosas armas de credibilidad y confianza que generaba en el público?
Quizás en aquel momento comenzó el naufragio del
puntofijismo y no el viernes negro, como se dice a veces. Los partidos le
jugaron sucio a Renny y traicionaron a la República.
La mala decisión de borrar a Renny le cerró un
camino civilizado a Venezuela.
ADIOS, SE ACABÓ EL SHOW
Renny es un gran desconocido para los jóvenes
venezolanos que hoy dan la batalla por la libertad y la decencia en este
expaís, al contrario de hace cuarenta años, cuando no había ni un solo
venezolano que alguna vez no lo hubiera visto, oído y recibido su influencia
directa o indirectamente.
Pero con poca investigación y mínimo esfuerzo se
puede redescubrir su mensaje y, quizás con asombro, constatar que las taras que
denunciaba Renny están aquí presentes, mucho más exacerbadas y son las causas
profundas del naufragio de la República.
Decía, por ejemplo: “Los chinos, mientras estén bajo
el sistema en que están, son mis enemigos naturales, como venezolano, en ese
sentido (…) yo sí, definitivamente, anticomunista. Yo no creo en masas”.
El proyecto estratégico que le ofrecía a Venezuela
para los siguientes veinte años era el de convertirse en un país agrícola,
porque sino nos vamos a morir de hambre. Ya estamos desabastecidos. Todo el
petróleo y el hierro no va a alcanzar para pagar la comida que tendremos que
importar, si es que no las quieren vender (y a qué precio), porque ellos
también la van a necesitar.
Tuvo el coraje de oponerse a la expropiación de fincas
y a la política de reforma agraria, de inspiración mexicana, que infaliblemente
genera miseria, por el dogma de repartir la tierra en pequeñas parcelas entre
los campesinos; cuando lo que da resultado son grandes conglomerados de
agroindustrias, como funcionan en EEUU, Canadá y digamos que incluso en Brasil.
Así no se puede progresar, porque “la naturaleza no
conoce de justicia social”. Si se divide la tierra en pedacitos no se puede
producir en gran escala, ni resolver los problemas de riego, fertilización,
dispersión del crédito y un largo etcétera muy bien fundamentado; pero los
caudillos prefirieron tomar el camino decimonónico del conuco, con los
resultados que tenemos a la vista.
¡Para otros si hay dinero! clamaba en 1977 y hacía
la larga lista de países que entonces recibían las dádivas de la
socialdemocracia, atada al proyecto internacional socialista, como lo está el
socialcristianismo a la internacional socialcristiana, mientras que aquí no
había dinero ni para dotar al cuerpo de bomberos para apagar incendios.
En la política menuda se atrevió a criticar a los
motorizados porque ya entonces no respetaban ley alguna y respondía al chantaje
populista diciendo que el hecho de ser humilde, si es que realmente lo
eran, no autoriza a nadie a violar la
Ley.
¿Cómo se puede arreglar al país? Haciendo todo al
revés, porque los partidos nos tienen en un mundo al revés. Aquí el que cumple
la Ley es un bobo (hoy se dice que la Ley es para los pendejos). Los corruptos
son premiados y ascendidos y ¡pongan preso al denunciante! Es un hecho notable
que Gonzalo Barrios sólo vaya a ser recordado por aquella ingeniosa frase según
la cual “en Venezuela hay pocas razones para no robar”.
¿Ustedes saben cómo funciona la rosca de los
partidos políticos, esa doble columna de poder? ¿Es el gobernador quien manda
aquí en cualquier estado o el comisario político soviético detrás del poder
constitucional? ¿Quién de los dos manda? Y a que no manda el gobernador por
encima del secretario general del partido y al primero que raspan es al
gobernador. ¡Yo estoy contra eso!
¿Y tú sabes de donde te sale tu dictador? En que, si
en virtud de la Ley no conseguimos una solución legal a esto y esto continúa
como va, tendrás tu dictador dentro de muy poco tiempo. Y es lo que hay que
evitar.
Renny temía que le hicieran algo: ya me cerraron el
programa una vez, a lo mejor me lo vuelven a cerrar. A ver si me ponen cocaína
en el carro, me acusan de narcotraficante y caigo en manos de un juez del
partido.
Por odio no progresa nadie. Por odio no hay
progreso. El odio no puede ser la base para el progreso.
Aunque Renny dijo no estar de acuerdo con los
griegos que rezaban: “Y como era muy querido por los Dioses, murió joven”.
Hasta en eso, tuvo razón.
Luis Marin
lumarinre@gmail.com
@lumarinre
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