Dediqué este fin de semana a cumplir con
apretada agenda en Monagas. Entre las muchas actividades realizadas, disfruté
especialmente la visita a una procesadora artesanal de café ubicada a un
centenar de metros de la bella iglesia de San Antonio de Padua. Me recibió el
dueño, antiguo trabajador de la hidrológica regional que en algún momento fue
echado a la calle por los mandatarios de turno y se encontró urgido de
procurarse una manera de ganar el sustento de su familia.
A un costado de su casa, agudizando el
ingenio, construyó un rudimentario sistema para procesar café y empacarlo tras
lo cual vende. Al principio recibía café de productores de los municipios
Acosta y Caripe pero siendo menos los que cultivan por esos lares, se vio
obligado a comprar en el vecino Anzoátegui, en Mundo Nuevo, la materia prima
requerida.
El negocio original ya se ha multiplicado por
cuatro y los doce quintales y medio que procesa a diario, son vendidos minutos
después de empaquetados. Una larga cola de clientes esperando ser atendidos es
la mejor demostración de la calidad del producto y de la demanda de este.
Hablamos con pasión de las infinitas
posibilidades de la agricultura venezolana y del abandono al cual ha sido condenada.
De cómo se prefiere importar que producir, subsidiando a países extranjeros e
impidiendo que nuestras tierras sean generadoras de riquezas, prosperidad,
empleo y satisfagan las demandas del consumo nacional.
Nuestro anfitrión habla alegre de lo logrado,
solo con el esfuerzo de los suyos, sin créditos ni apoyos gubernamentales.
Cuando lo felicito por lo tanto alcanzado, su
tono cambia y expresa preocupado: “Todo lo que ve, todo lo que he construido
por años, pudiera desaparecer a partir de Julio”.
Extrañado, pregunto por qué y me informa que
los productores a los cuales compra café le han advertido que sus inventarios
se agotarán para ese mes y que muy difícilmente continuaran atendiendo los
cafetales por la falta de estímulos al sector y por la imposibilidad de cubrir
los costos con el precio de compra regulado.
A mi lado se encuentra mi yerno, quien
interviene, para advertir que igual le está pasando a su abuela, dueña de una
hermosa hacienda en el oeste del estado, que llega a producir unos 30,000 pollos
por cosecha pero que está a punto de abandonar porque es bastante más alto lo
que cuesta el pollo a puerta de corral que el precio que le ha sido fijado.
Un joven estudiante de la UPEL que nos
acompaña, masculla: “no hay futuro para la agricultura ni para nada en
Venezuela”. Lo aparto del grupo y le ruego que no sea pesimista que si nos
empeñamos todos, el mañana será distinto.
“No hay carne ni para una empanada” reza el
titular de un periódico local que leo mientras viajamos hacia Aragua de
Maturín, nuestra próxima parada. La Diputada que va conmigo, comenta que se
había reunido con un grupo de ganaderos y estos le afirmaron tajantemente que
no arrimarían una res a matadero hasta que no se le reconociera un precio que
justificara su inversión y su trabajo. En otro periódico que hojeo se informa:
“AN aprobó crédito por dos mil cuatrocientos cincuenta y siete millones para
importar carne”.
En la capital del municipio Piar, almuerzo
con un grupo de liceístas que me han designado padrino de promoción, de lo que
me pone al tanto una talentosa joven, Isabella Fuentes, lo que agradezco
emocionado. Cuando me siento, Isabella me comenta que su Papá es el Alcalde del
Municipio, de lo cual se siente muy orgullosa. La conversación transcurre
disparatadamente con muchachos y muchachas haciéndome preguntas y saltando de
un tema a otro, cuando alcanzo a oír a una de las presentes decir: “En este
país no hay futuro”. Por segunda vez en horas escucho semejante opinión y
rápidamente afirmo que si lo hay, que Venezuela y los venezolanos si tenemos
futuro pero que este será posible cambiando el actual estado de cosas para lo
cual los jóvenes, como ellos, están llamados a ser protagonistas.
Rumbo a Maturín salta a mi memoria un poema
de Julián Padrón, nacido en el caserío Colorado, con el cual cerré mi discurso
de bienvenida al Presidente de la República, Ministros y Jefes de Misiones de
todos los países del subcontinente presentes en el II Foro Iberoamericano de
Agricultura, del cual fui anfitrión, preludio de la VII Cumbre Iberoamericana
de Naciones: “Los hombres del campo, tienen el honor y el orgullo intactos. No
dejan de oír el desafío que en cualquier parte, les lance la boca altanera de
otro hombre. Y les importan muy poco la vida, porque no se la deben sino a la
tierra y como sus mujeres, saben trabajar por los hijos pequeños”.
En la noche, en asamblea con dirigentes
vecinales del sector Los Guaritos 2 de Maturín, enfaticé mi llamado a
incorporarse activamente en procura de un mejor país, señalando: “Vamos a
hacerlo, no por nosotros, sino en palabras de Julián Padrón, por los hijos
pequeños”
Luis
Eduardo Martínez Hidalgo
vicerrector.ugma.unitec@gmail.com
@rectorunitecve
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