Alguien
que, por lo que veo, me lee desde los tiempos en que yo escribía acerca de la
gramática y el origen, significado y razón de algunas palabras, me hizo llegar
algo que escribió un maracucho, el doctor Mervy González, hace ya varios años. Es algo referido a un viejo refrán que todos
conocemos: "cuando las bardas de tu vecino veas arder, pon las tuyas en
remojo". Alega el maracucho que
—aunque así es como las personas “con una cultura más o menos mediana, incluso
(…) verdaderos intelectuales” lo enuncian, lo debido es reemplazar la palabra
“bardas” por el sustantivo “barbas”.
Alega que “es incongruente y poco racional, que yo tenga que ‘remojar mi
cerca, mi vallado, mi bahareque, en tanto que la cerca de mi vecino se
quema’”.
A
fin de “poner las cosas en su lugar”, el autor presenta alegatos, citas y
comentarios apropiados para desmontar “a quienes por moda” siguen usando
“bardas” en lugar de “barbas”. Y arranca
con ejemplos que arrancan en el siglo XV.
El inconveniente está en que, entre las citas que pone, el verbo “pelar”
aparece más veces que el “arder”; solo con Benito Pérez Galdós, ya para acabar
el siglo XIX, aparece el refrán usando el verbo “arder”. Y, lógico, si la acción está referida al pase
de una navaja por los cachetes de alguien, hay que usar: "afeitar",
"rasurar", “pelar” y, con exageración, hasta “esquilar”. Pero si recordamos que en la antigüedad, las
propiedades no se separaban con alambre de púas ni malla ciclón, sino mediante
setos o vallados —o sea bardas— empieza a parecer más razonable la forma como
escribí inicialmente.
A
todas estas, ya el lector (si es que queda alguien que haya llegado hasta este
párrafo) se estará preguntando: “¿Cuál es el piquete que trae Pittaluga hoy con
ese comienzo tan insípido?” Simple:
recordar que lo sensato es que debamos aprender por experiencia ajena; por
notar las aflicciones y los
padecimientos de los demás para evitarlos, no encontrarnos en idénticas
circunstancias ni caer en los mismos errores.
Porque, si no, sufriremos idénticas resultantes. El primer ejemplo que me vino a la mente es
el peligro que corre el pueblo español al escuchar los cantos de sirena de
“Podemos”, un partido liderado por gente que recibió dineros venezolanos concedidos
por el difunto para que lo ensalzaran por España y tratar de que los “logros”
de la “revolución pacífica pero armada” conquistaran Hispania. Ya los mensajes populistas de que todos
tienen derechos pero no obligaciones, que todo estará mejor cuando no haya
ricos y todos sean iguales de pobres, que no hay que ser empresario porque papá
Estado se encargará de alimentarte, están cundiendo en la península. Mejor sería que andaluces, gallegos,
castellanos y demás grupos hispanos miraran hacia Venezuela y se fijasen en lo
triste de nuestra condición, cómo nos están acabando la inseguridad y la
corrupción, cómo estamos plenos de penurias y escasos de bienes para la
sobrevivencia.
Pero
también nosotros debemos haber adquirido bastante experiencia en eso de seguir
votando por individuos muy vehementes cuando hacen promesas pero que luego, a
la hora de administrar y hacerlas buenas, han resultado más que
buchiplumas. Este año, aprovechando las
elecciones legislativas que se nos vienen, tenemos que poner a remojar las
bardas venezolanas. Porque no es ajena
la barda —o la barba, escoja usted— que está en peligro; es la propia de cada
quien. Hace ya más de 2000 años,
Horacio nos recomendaba: "Nam tua
res agitur, paries cum proximus ardet, et neglecta solent incendia sumere
vires" (Acciona como si fuese cosa tuya cuando la pared de tu vecino arde,
los fuegos que son descuidados suelen tomar fuerza).
Otrosí
Uno
de esos rojos impenitentes que a veces le escriben a uno criticó mi más
reciente artículo porque “la utilización del lenguaje no es el más apropiado”,
pero no le extraña porque “estamos frente a otro consumado opositor a la
Revolución Bolivariana, que utiliza los argumentos más descabellados posibles,
no en valde (sic) (…) aparece usted con una gran calva”. Y remata con un “siga mintiendo (…) no caemos
en más juegos malavares (sic) del idioma y del falseo de la Historia. Bastante
Aprendimos con Chávez”.
Al
principio, y en razón de la ceguera selectiva, supise que el crítico era uno
más del montón y pensé mandarle un par de desplantes como: “soy calvo, a mucha
honra; pero usted nunca ha visto a un burro pelón. Le pongo por ejemplo al ilegítimo, que tiene
bastante pelo”. O preguntarle, por lo anfibológico de su remate, si lo que
aprendió con el inmortal que se murió fue a caer en juegos malabares. Pero al googlear al tipo descubrí que es
ingeniero. Supuse, por tanto, que
debiera tener algo entre los parietales y hube de contestarle más macizo. Es muy larga la respuesta para reproducirla
aquí. Solo transcribo un par de frases: “No se dé mala vida por personas como
yo, que no sabemos nada de nada y que no entendemos cómo pueden perderse los
billones de dólares que le han entrado a Venezuela en estos 16 años y que no se
ven en obra tangible”. Y “Si mi
‘lenguaje no es el más apropiado’, ¿cómo considera entonces usted el de su
presidente (alguien que no ha mostrado la partida de nacimiento todavía), quien
le nombra la madre a todo el Poder Legislativo de España en una cadena?”…
Humberto
Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
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