Séneca
afirmó que «Cuando ya nos parece que no hay esperanza es el momento de no
desesperar». En Venezuela, una ideología fatalista trata de convencer a los
jóvenes de que no se puede hacer nada contra esta realidad.
Una
idea-fuerza para el tratamiento de la desesperanza viene expresada por un
proverbio chino que dice así: «No hay que lanzarse al agua antes de que la
barca haya naufragado» y Albert Camus nos legó que «El hábito del desespero es
peor que la propia desesperanza».
En
estos días de Pascua de Resurrección vivimos la hermosa estación de la
esperanza y junto a unas mañanas frescas, hermosas y brillantes, transitamos
los pasillos de la Universidad, el vivero de la patria nueva, un buen
territorio para mirar desde esta orilla el caminar de los hombres y mujeres del
porvenir. Intentamos entrar en el abismo de sus ojos, buscamos largamente
bucear en su vacío y dolorosamente nos encontramos con centenares de ilusiones
perdidas.
La
muchachada que invade veredas, aulas y laboratorios busca ansiosamente refugiarse
en la compañía de algún amigo fiel para compartir los dolores e incomprensiones
de la hora.
Cuánta
razón tenía Octavio Paz al afirmar que «Todos los hombres, en algún momento de
su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir es
separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro
extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana»
Estos
seres humanos a quienes el dolor les clava sus punzones sin remedio, están
pidiéndonos que les acompañemos, que nos ocupemos y preocupemos por ellos, pues
viven una soledad anónima, están hambrientos de contar con calor humano pues
sus proyectos juveniles se les derriten
entre las manos a causa de las dificultades que les colocan las élites del
poder cuyas decisiones no valoran los méritos de la formación universitaria ni
están basadas en la justicia, sino en el enchufismo, el amiguismo y el
clientelismo.
Esas
expresiones de exclusión han venido horadando los muros de la esperanza juvenil
y empezamos a notar que los cultores de la muerte buscan taladrar los cimientos
de los sueños. El maestro Paulo Freire nos advierte que: «Una ideología
fatalista e inmovilizadora anda suelta… Insiste en convencernos de que nada
podemos hacer contra la realidad social que, de histórica y cultural, pasa a
ser o tornarse casi natural».
Los
líderes de esta cultura de oscuridad han cargado el ánimo de derrota,
desesperanza y pragmatismo. Son los predicadores de una ética de la muerte que
empobrece a la sociedad y desean que todos asumamos en forma acrítica la actual hegemonía que excluye a las grandes
mayorías y pretende justificar los crímenes y la violencia desatada en nombre
de unos dioses que ellos mismos inventan, semidioses que entronizan mediante
sus sofisticados mecanismos ideológicos, aprovechando el control de los medios
de comunicación.
Vivimos
el momento de la lucha por rescatar la esperanza.
En
esta hora estamos obligados a acompañar la resurrección del hombre libre que se
niega a aceptar las esclavitudes de los poderosos.
A
los jóvenes les decimos con Steve Jobs «Lucha y trabaja por tus sueños, si no
lo haces puede que acabes trabajando contratado para que otro cumpla los
suyos».
Vamos
a resucitar los sueños de libertad que han impulsado los eternos anhelos
juveniles.
Los
predicadores de la cultura de la muerte señalan que los personas portadoras de
esperanza y soñadoras de ideales son unos seres fuera de la realidad, que son
almas despistadas e inocentonas, que viven en su mundo de ilusiones.
Se
dice que soñador es aquel que guía su vida en base a ideas que la soledad de la
noche le hizo conocer.
Los
militantes de la esperanza estamos convencidos que soñar es el lenguaje que
utiliza el destino para comunicar a una raza especial de seres humanos que el
camino es aún mucho más extenso que el que los ojos alcanzan a divisar. Soñar
es vivir el futuro antes, sin tener la certeza que el sueño ya hecho realidad
lo alcanzará a ver plasmado en el teatro de la vida.
Un
soñador pensó que el mundo era redondo y la gente lo consideró loco, pero su
sueño siguió adelante; una soñadora le creyó y así compartieron el sueño
llamado América.
Otro
soñador pensó que la luna era una empresa fácil de alcanzar, se vio en ella,
caminó y viajó; muchos años después dos hombres llegaron a la luna.
Todo
sueño implica una lucha con todos, contra el destino, contra la adversidad,
contra lo evidente, contra las élites del poder.
Solo
aspiro en esta estación de la resurrección que la alegría de nuestra juventud
siga inundando los espacios universitarios para que se siga imponiendo la
cultura de la esperanza.
El
soñador no se rinde, no claudica, persevera, no transige. El soñador sabe que
su camino no es fácil y eso lo hace diferente; porque el sueño, para ser tal,
no debe ser una proyección de la historia, debe de ser lo imposible, lo
inaudito, lo que sale fuera del cálculo humano.
El
soñador nunca espera que sus sueños se cumplan, trabaja por ellos
incansablemente, porque los grandes sueños, los que dan vida, solo tienen la
recompensa en lo infinito, en lo eterno
de sus ideas y en lo intangible de sus realidades. En esta estación de la resurrección,
lancémonos a soñar en una Venezuela mejor.
Felipe
Guerrero
felipeguerrero11@gmail.com
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