Dos
consecuencias son posibles tras el ataque aleve de las Farc en el Cauca el
miércoles pasado a medianoche: 1) el proceso de paz se acaba, 2) el proceso de
paz se acelera. Miremos ambas caras de esta azarosa moneda.
La
mayor dificultad que desde siempre existe en el trato con las Farc es meterse
en los zapatos de sus militantes y, sobre todo, de sus comandantes. Porque,
aunque no nacieron así, la larga degradación del conflicto los convirtió en
mitómanos —uno sospecha que ni siquiera entre ellos se dicen la verdad— y en
psicópatas, es decir, personas a las que únicamente les importan sus propios
deseos, sus propias explicaciones, sus propios intereses. Para ellos, el resto
del mundo vale lo mismo que una piedra de río. Les da igual lo que piensen
Cuba, Venezuela, el gobierno y el establecimiento colombianos, los campesinos,
los obreros, las madres, las viudas, los niños.
Solo
les importa justificar su vieja lucha de cara al sesentón que les sale al
espejo por las mañanas y ser “bien” vistos, admirados y temidos por el pequeño
contingente de guerrilleros y milicianos que aún cree en ellos. ¿Qué los frena?
El miedo, pues no se puede olvidar que no negocian por gusto, sino porque
estaban —y están— perdiendo la guerra.
El
presidente Santos, haciendo caso omiso de lo anterior, empezó a hacer
concesiones militares antes de tiempo. Ahora esa alternativa desapareció: o las
Farc ceden ya en algo muy importante o tendrá que propinarles una serie de
golpes contundentes. A su favor tiene que el poder militar del Estado
colombiano sigue siendo de lejos superior al de las Farc. ¿Que hay un riesgo en
jugar la carta de la fuerza? Lo hay, pero es un riesgo necesario. Pronto se
verá si estos ataques fortalecen al ala militar de las Farc o la arrinconan.
Dicho de otro modo, si lo que al final quieren los comandantes de las Farc es
dejar de tomar mojitos en Cuba y volver a la guerra, no hay modo de evitarlo.
¿Es eso? Ya lo sabremos.
Hará
bien, pues, el presidente en fijar un plazo para la firma del acuerdo, plazo
que, algo me dice, tendrá que vencerse a comienzos del año entrante. Poner
plazos en este tipo no es nada exótico. La negociación nuclear entre Irán y
P5+1 los tiene. Claro, una vez definida la fecha, si el país quiere la paz
tendrá que prepararse para la guerra, como sugiere el dicho latino. No se puede
perder de vista que el propósito final es desarmar a las Farc de una forma u
otra para que atrocidades como la de la semana pasada no sigan ocurriendo.
Ahora
bien, no creo que la orden del ataque haya salido de La Habana. No porque el
secretariado sea incapaz de darla, sino porque no estaban preparados para lo
que pasó. Lo más probable es que la muy narcotizada columna móvil Miller
Perdomo haya decidido actuar por su cuenta para calmar el hambre del caimán.
Sucede que las Farc son por encima de todo una organización armada, y un
aparato militar que no se desarma, se desmadra. Esta clase de estructuras hace
inevitable que surjan Farcrim tras la firma de la paz. La pregunta pertinente es
si ya son dominantes y/o en qué partes del país lo son.
Lo
que se volvió imposible tras el ataque del Cauca es un cese bilateral del fuego
sin que las Farc se concentren en zonas específicas, bajo estricta supervisión
internacional. El tiempo cada vez juega más en contra del proceso de paz. Yo
sigo siendo partidario del mismo, pero creo que es hora de aplicar presión,
mucha presión.
Andrés
Hoyos
andreshoyos@elmalpensante.com
@andrewholes
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