Hay un petulante comentario circulando entre
los buenos fogones de Caracas que nosotros, los buenos chicos de la derecha
venezolana, aborrecemos los vinos blancos dado nuestro acendrado apetito por
carnes rojas y jugosas. Dicen que hemos condenado a los zumos blancos a ser
simples aperitivos, bebida para postres o `coolers´ para el verano.
Esto no es verdad, lo que sí es cierto,
existe la creencia que los vinos blancos son una extravagancia que puede ser
obviado a favor del morapio, más aún, que los vinos tintos pueden acompañar las
carnes de los nadadores.
Con el perdón de los que comulgan con tal
insensatez, debo hacer una elogia a los vinos blancos que me fue inspirada
luego de una experiencia de lo más mundana.
Para la cena de mi cumpleaños fui obsequiado
por mis buenos amigos, los Iglesias, de dos kilos de sardinas frescas criollas;
enormes y gordas (me dijeron que la mejor época para comer sardinas en
Venezuela es desde el día de San Juan, 24 de junio, hasta el día de San
Francisco, 4 de octubre, ya que tienen el punto exacto de grasa y sabor) mi
compañera, la exótica Osakosan las
preparó con sal marina, pimienta blanca y ajo en una parrillera con leña,
asamos igualmente unos pimentones y unas papas, regamos todo con aceite de
oliva y limón, y acompañamos el condumio con una botella de vino blanco
Savignon de las Bodegas Pomar.
Nada pretencioso, el vino blanco de tierras
caroreñas me dejó gratamente sorprendido; el balance entre lo frutal y lo ácido
era perfecto, sin olvidar ese toque final de especies y minerales propias de
aquella depresión semiárida del Estado Lara, un formidable acompañante para
esas sardinas crujientes que tanto me deleitaron.
No puedo dejar de pensar en los albariños que
impecablemente acompañaron los largos almuerzos con mis amigos Carmona y Courtois
en ese grandioso restaurante de la avenida Solano, El Urrutia, donde nos
alimentaban con pimientos de piquillo rellenos de calamares en su tinta, ricas
omelets de angulas o los suculentos arroces asopados con vieiras, o las
estimulantes escalopas salteadas que Montaño nos preparó en Margarita con aquel
insuperable Chateauneuf-du-Pape que nos dejó en trance.
El secreto de los vinos blancos y su
característica distintiva es el toque de acidez que tienen y que combina tan
bien con los platos del mar y algunas carnes blancas, debo añadir, son los
compañeros ideales para nuestros excelentes chocolates nativos.
Para escoger el vino blanco perfecto se debe
prestar atención a las salsas y a la manera como están cocinados los pescados,
si es muy ácido como en el caso del ceviche, tenemos que usar un vino que se
ponga a la par con el limón, para conchas y vieiras que son delicadas, un vino
ligero y refrescante como los Chablis o los Pinot Blanc son muy buenos.
Cuando están presentes muchas especies, los
azúcares residuales de los Riesling hacen un balance perfecto; para langostas
los buenos Chadonnays no pueden faltar (los californianos están en su mejor
momento), para el caviar, por supuesto el champaña, pero en su defecto un buen
Bourdeaux blanco hará la experiencia inolvidable.
Para cangrejos los vinos del Rhin dan agradables
sorpresas y para salsas más ricas, los vinos provenientes de las uvas Vioguier,
como el Condrieu la Doriene son la artillería pesada de los blancos, para
carnes fuertes como el atún y el salmón prefiero un tinto, aunque hay vinos
chilenos y argentinos blancos muy apropiados; ya les comentaremos.
Los vinos blancos tienen su personalidad y su
lugar en el mundo, descubrirlos es un placer, una de mis artistas favoritas
Julianne Moore, ganadora del Oscar, tiene una especial relación con los blancos
italianos, gusto que comparte en plenitud, es una lástima que los socialistas
bolivarianos carezcan de paladar, creo que si bebieran buenos vinos blancos
serían menos violentos y obcecados.
Pero con los vinos tintos, es otro el cantar.
La mayor parte de los vinos, en un 80%, deben
tomarse jóvenes, al año o dos de ser envasados, es cuando tienen su cuerpo y
espíritu formados, añejarlos por más tiempo no tiene mucho sentido ya que o
permanecen estables o se van degradando.
Los vinos son un complejísimo compuesto orgánico
y durante la fermentación, se desatan procesos de cambios que pudieran
extenderse en el tiempo en el caso de los muy buenos vinos, pueden llegar a 20
o más años añejándose en sus barricas o botellas, en ambientes controlados, en
condiciones de cava que le dan la tranquilidad y el reposo necesarios para su
maduración.
Por supuesto, hay vinos que han sido
descorchados a los 40 años y obsequian una experiencia inolvidable, pero
créanme, se trata de una rareza y un privilegio, por lo que eso de añejar vinos
es un riesgo.
Lo que sí es cierto es que un 15 %
aproximadamente de los buenos vinos envejecen bien en la botella (de 5 a 15
años), en los vinos tintos los taninos van cediendo y el carácter del vino se
ennoblece, los vinos blancos se complejizan adquiriendo nuevas texturas y
aromas, eso sí, tienen que ser buenos vinos como los Bordeaux, Valles del
Rhone, algunos Chateauneuf-du-Pape, pocos Burgundies, en los blancos los
expertos recomiendan los de Alsacia y los de los Valles de Loire, por ejemplo.
El problema del vino es que es un producto
que tiene que ser manipulado, trasladado a grandes distancias, guardado,
sometidos a cambios bruscos de temperatura y exposición a la luz, muchas veces,
cuando llega a la tienda de licores los exhiben con las botellas de pie y
cuando el consumidor finalmente adquiere el vino, no está al tanto de cómo hizo
el viaje desde su lugar de origen y lo que ha sufrido, todo esto afecta la
calidad y las posibilidades del vino.
La respuesta de la industria fue la de
aplicar altas tecnologías en las diferentes fases de producción del vino, para
principalmente estabilizarlos antes de que salgan en su periplo por el mundo,
de esta manera pueden garantizar un sabor y una calidad estándar en sus marcas.
Los vinos hechos con los métodos artesanales,
que son los más buscados por los conocedores, son adquiridos en las propias
bodegas y trasladados por vía aérea como si fueran caballos pura sangre, para
ello se requiere mucho dinero.
Hay vinos italianos y españoles, sobre todo
los Reserva Especial, que sus creadores los han madurado en barricas por el
tiempo necesario antes de lanzarlos al mercado (de 5 a 8 años), suficiente para
estabilizarlos con una personalidad desarrollada, de modo que añejarlos por más
tiempo no tiene mucho sentido.
Los productores de vinos que han incorporado
procesos industriales modernos utilizan un tipo de filtrado llamado “estéril”,
usan membranas microporosas que eliminan los sedimentos y otras impurezas, que
son justamente las que producen los cambios en el sabor y aroma de los vinos, y
son los que dan la oportunidad de evolución de un vino en bodega.
Estos vinos industriales (al contrario de los
artesanales) logran una calidad y un sabor particular que es el que los
fabricantes quieren lograr, sabores limpios, sin brillo, muy puros pero sin
alma.
Para los que tengan bodegas particulares y
desean envejecer sus vinos, la mayoría de los productores siempre conservan una
producción artesanal que ofrecen a ese mercado tan especial, son ediciones
únicas, de lo mejor de su vendimia, y se trata de esos años mirabilis , esas
cosechas excepcionales de uvas como fue la de Boureaux en 1992, o la de Napa
Valley, en California en 1986, los coleccionistas y casas especializadas acuden
a las subastas y pagan en oro la oportunidad de hacerse con algunas barricas o
botellas.
Hay restaurantes que ofrecen en sus cartas
vinos muy viejos y costosos, es siempre un riesgo, pero si tiene suerte será un
momento memorable que bien vale el desembolso.
El resto de los mortales debemos conformarnos
con los vinos comerciales, que si creemos los informes científicos, nunca en la
historia se ha producido tan buen vino como el que hoy se puede adquirir en el
bodegón de su preferencia.
Por lo pronto y debido a la estulticia
chavista, los venezolanos estamos condenados a pagar el vino a precios
astronómicos (que mala suerte para los productores argentinos y chilenos que
habían trabajado tan duro nuestro mercado para introducir sus excelentes
caldos), esto debido a la hiperinflación que afecta nuestra economía, de modo
que sirvan estas breves palabras como recuerdo de mejores tiempos y la
esperanza de poder, en algún momento, volver a escanciar botellas en nuestras
copas. –
Saul Godoy Gomez
saulgodoy@gmail.com
@godoy_saul
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