Grupos de la oposición venezolana el pasado 11 de febrero colocaron en el tablero una oferta titulada “ Acuerdo
Nacional para la Transición”. Ya había sido promovida cuando aventuraron
en el pasado con las fracasadas e irresponsables iniciativas de “La Salida”, una
“Asamblea Nacional Constituyente” y de un “Congreso Ciudadano” como opciones
frente al gobierno autoritario y extendidamente ineficaz y corrupto de Maduro. (El
comentario es del analista, José Rafaél López Padrino 08/03/15, (distante de
sospechas de dobleces, ni de requiebros frente a grupos de intereses) y continua:
“El pliego encarna una iniciativa política intolerante y excluyente
frente a una coyuntura política que demanda una conducta firme y transparente.
El contenido de dicho documento está yeno de galimatías e imprecisiones sobre
los contenidos de una supuesta transición. Históricamente estos eventos se han
dado de dos maneras impuestos o negociados. Los impuestos implican la
participación obligatoria de la Fuerza Armada, mientras que las transiciones
negociadas responden a un dialogo “coercitivo” por las incidencias políticas
entre el gobierno y la oposición. Los pretendientes de este arreglo patriota
replican en el la misma trama de “La Salida” al no revelar como se alcanzaría
la referida transición. La que concluyó por cierto siendo una triste trampa
donde decenas de venezolanos fueron atropellados por los aparatos represivos del régimen y sus
catervas, los llamados colectivos,
centenas de detenidos, atormentados y sometidos a falseados sumarios
contenciosos a manos de magistrados quebrados en su dignidad.
En su sano juicio nadie puede negar la gravedad de la crisis económico-social, que sofoca a la República, con sus secuelas de corrupción
gubernamental, y, privada, de la escasez de alimentos y medicinas, de la ruina
del aparato productivo nacional, pero pensar
que el Presidente Maduro y su cáfila de iluminados va a renunciar al poder solo
porque un sector de inadvertidos ciudadanos se lo exija es una estrategia que
no da pie con bola, presuntuosa y fuera de contexto.
No más atajos inciertos, como el salto al vacío de 11 de abril 2002, no
más peroratas elites sin contenido social. Basta de las retóricas que
establecen imaginarias esperanzas y que constantemente acaban en cruentos
naufragios sociales”.
En días recientes una de las jefes del sector
de solicitantes de la renuncia al Presidente trata de explicarlo. No el camino
nuestro es el de la Constitución. El primer paso es una consigna que pronto
será nacional: Nicolás Maduro tiene que renunciar. En la Constitución hay un
mecanismo expedito, que es el de la renuncia. El artículo 233 es muy claro
quien asume a continuación, en este caso, es el Vicepresidente. No Diosdado
Cabello. O uno previamente acordado. Encargado de
llevar adelante un proceso de transición, tomar algunas decisiones, y llevar al
país a unas nuevas elecciones. Hay gente que te dice: “gran cosa, la renuncia
es voluntaria, pero si Maduro ni quiere renunciar, no lo hará”. La renuncia es
voluntaria, pero impuesta por las circunstancias.
Al inquirídsele
sobre como le parece el proceso de primarias producto de los oscuros y tradicionales acuerdos de la (MUD). Señaló
el país ha cambiado mucho, debemos entenderlo. La gente quiere ser tomada en
cuenta, defender las realidades de sus regiones. La celebración de primarias
generales le otorga enorme legitimidad a los candidatos, es movilizador,
empodera al ciudadano y los vacuna de atajos o terceras vías. Como fuerzas
democráticas, tenemos que ser coherentes. Nadie va a entender ver a los
partidos de la Mesa repartiéndose de cargos.
"Después recogimos estas notas aparecidas en su Twitter:
“Henrique, lamento que nunca hablaste conmigo sobre la Transición. Recuerda que
Antonio está preso y que más 100.000 ciudadanos firmaron".
Luego esquivando velar el pleito, la exdiputada acotó
que "El Acuerdo para la Transición está siendo discutido y enriquecido con
ciudadanos en todo el país. A la orden para hacerlo contigo, Capriles".
Igualmente recogimos
de este novel dirigente que intenta abrirse paso, en las procelosas aguas de la
oposición, Roderick Navarro: La única defensa que le queda al régimen es la (MUD),
y seguidamente añadió, estos son los actores que te
quieren sólo como voto y esperan que en otro nuevo teatro de falsos comicios,
puedan seguir perpetuándose como el sostén de la dictadura, esta nueva especie
muy caribeña de partido único Psuv-Mud se ha valido del vocablo “democracia”
para instaurar un régimen autocrático con fachada institucional.
En pocas
palabras, el significado “democracia” jamás llegará a coronarse en su
significante, es decir, jamás se concretará en la realidad como una forma de
gobierno plural y libertario.
Y para cerrar
esta larga lista de opiniones que
tensionan al país en la oposición venezolana lo haremos con la visita al diario
Versión Final, de Claudio Fermín destacado dirigente
político quien se mostró en desacuerdo con el proceso que se plantea llevar
previo a las parlamentarias: “no me cansaré de recorrer el país, y por eso
estoy en Maracaibo; porque
protesto por el riesgo que se corre al desperdiciar una oportunidad de
cambio”.También hizo referencia al arreglo privado que han hecho tres partidos:
Acción Democrática (AD), Primero
Justicia (PJ) y Un Nuevo Tiempo (UNT). “Este arreglo a lo que
ellos llaman consenso no motiva a nadie, solo logra provocar una apatía
extendida que condena la posibilidad de un cambio. Habrán candidatos impuestos,
importados y los que no están familiarizados con la comunidad sino con las
lealtades con quienes hacen el arreglo”.
Ubicando algunas pistas…
Así que ¡cuidado! ¡Mucho
cuidado! con esos poco claros arreglos tras cortinas. “Ha llegado la hora en
que la oposición debe jugarse el pellejo en una apuesta esencial y definitiva
en una alerta radical sobre la indefensión de la soberanía, la corrupción, la
impunidad y la ausencia del Estado de derecho, en dos platos la crisis institucional
que nos sofoca. Eso implicara una propuesta doctrinal y programática para
transformar a Venezuela y transformarse a sí misma. El problema es saber si
este llamado lo precederá un acuerdo que cohesione al grueso del país y si el
“liderazgo democrático alternativo” como se autodenominan tiene el alma que
esta tarea exige”.
Pero continua difundida en algunos sectores en el país, la idea de
insistir en promover la renuncia del
Presidente Nicolás Maduro Moros, o convocar una jornada constituyente, que
podríamos considerar “premoderna”, concepción según la cual el soberano es
aquel que, saltando por encima de las leyes del Estado como el viejo Dios lo
hacia por encima de los códigos de la naturaleza para hacer milagros, según
decía Carl Schmitt, responde a una situación histórica inédita, con una
decisión excepcional que, aunque sea extrajurídica, se produce para
salvaguardar el derecho amenazado por esa contingencia extrema señalémoslo
claramente: el fin justifica los medios). La autoridad del soberano se reserva
en exclusiva decidir cuándo la situación es tan excepcional que exige
esa intervención, y también, por supuesto, la de considerar qué medidas
hay que tomar en ella para ejercer esa salvaguarda del derecho. Adolf Hitler, en la “noche de los cuchillos largos”, hizo
caso omiso del “marco constitucional”
Esto lo
señala, Carl Schmitt, lo que hizo Adolf Hitler en 1934, entre otras
circunstancias en la conocida como “noche de los cuchillos largos”, cuando las
fuerzas de las SS asesinaron a todos los miembros de su partido que se oponían
a sus planes, erigiéndose en autoridad judicial suprema del pueblo alemán, es
decir, saltándose a la torera las leyes vigentes y el “marco constitucional”.
Dejando
de lado las conocidas consecuencias que para Alemania tuvo esta decisión del
Führer, si cabe llamar “premoderna” a esta idea de la soberanía es, ante todo,
por razones jurídicas. Una decisión de este tipo (o sea, al margen de la ley)
solo puede tomarse “en nombre del pueblo” y, por tanto, considerando que el pueblo,
en tanto que soberano prejurídico sobre cuya voluntad se sostiene la
Constitución, tiene “derecho” (derecho natural, se entiende) a suspenderla
cuando así lo aconseje la gravedad de la situación, y a hacerlo a través de su
“líder natural” que, al afirmarse como juez supremo por encima de los tribunales
y de la Asamblea Nacional, muele la separación de poderes y concentra en su
persona “el ejercicio ilimitado, incompartible y exclusivo del poder público”.
Por
el contrario, lo que distingue a la noción moderna de soberanía de esta que
acabamos de evocar, añeja y preñada de perversidad, es algo que muchos tuvimos
el agrado o desagrado de escucharles decir en el debate constituyente (1999) a
revolucionarios constituyentitas, y a compiscuos republicanos defensores de
la democracia representativa, a
políticos de oficio del viejo aparato que en una imbecilidad cómplice salieron
a renegar su condición de tales y medrosos huyendo hacia adelante inscribían
sus opciones por iniciativa propia, avergonzados de su militancia en las
quebrantadas divisas en las que alcanzaron prestigio y ventajas, y que se
avejentaron producto de su errática conducción, (hoy baladronean y amenazan
como redivivos avatares volver a la Asamblea Nacional) a tejer con petulancia y
sabiduría un nuevo corpus constitucional. Y maculando su historia.
El Supremo Tribunal por vía de quien ejercía
su representación en un acto de cobardía absurda capituló y afincados en asesores
eufemísticamente bautizados “constitucionalistas” especialmente corrientes
especialmente del pensamiento español asesora a quines hoy detentan el poder. El
pueblo (con todos sus “derechos naturales” a la autodeterminación) precede a la Constitución, y no puede por
tanto suspenderla la voluntad de
caudillos naturales. Todas las Constituciones democráticas de nuestros días
incluyen alguna legislación a propósito del “estado de excepción”, pero en
ninguna de ellas esta la expresión que designa la total abolición del derecho y
el retorno al estado de naturaleza, que es lo que significa en su acepción primitiva.
Esto mismo
es lo que el propio Carl Schmitt reconocía en tiempos menos convulsos (1956),
cuando señalaba que, en la modernidad, la soberanía es un atributo del Estado y
ni siquiera merece la pena apellidar “moderno” a este Estado, porque en rigor
no hay ninguna otra institución anterior o exterior que pueda llamarse así
concebido, en palabras de Hobbes, como “imperio de la razón”.
En consecuencia,
el concepto moderno de política nace, en la Francia de la segunda
mitad del XVI, para definir el tipo de garantía de la seguridad, la paz y el
orden público que, mediante el derecho y la Constitución, se contrapone a las
formas de dominio eclesiásticas y feudales (llamadas entonces “bárbaras”) que,
con el inestimable apoyo de los teólogos y sus teorías de la “guerra justa” y
su legitimación del asesinato de los monarcas, mantuvieron a Europa en guerra
(entre católicos y protestantes) durante más de 100 años. La soberanía política
remite así (a diferencia de la soberanía “inhumana”) al hecho de que ninguna
autoridad “natural” (o, lo que a menudo es lo mismo, religiosa) puede estar por
encima de aquella la del Estado que no remite a ninguna fundación prepolítica o
suprapolítica, sino al pacto civil idealmente representado como pacto social.
Y solo en ese sentido puede hablarse
de soberanía como “ámbito exclusivo de decisión”, es decir, como ámbito del que
resultan excluidas esas otras “autoridades” pre o suprapolíticas que se sienten
de vez en cuando justificadas (en el hoy) por una “misión histórica” para
pisotear, en nombre de esa misión, el derecho al que dicen proteger. De esto es
de lo que se trata en la soberanía moderna, y en ella la legitimidad se
identifica con la legalidad. Como señalaba largamente Albert Camus, en política
son los medios los que justifican el fin, ahora bien,
obliga saber si, al sostener la hipótesis de que el concepto de soberanía ha
sido “superado” por las “profundas mutaciones en la historia de la humanidad”,
de sublevación unos derechos de los que ya disfrutamos desde 1961. Después de
escuchar a diario las lamentaciones por la “falta de liderazgo”, empiezo a
preguntarme si la “soberanía” que se declara en crisis no será la soberanía
política moderna.
Porque si así fuera, cosas tales como “el derecho a decidir”,
y a hacerlo al margen del “marco constitucional” y en nombre de las
“aspiraciones de una salida”, como las trompetas de la soberanía antigua,
aunque estas lleven ahora puesta la
sordina posmoderna de las “defensa de la democracias” en “sociedades complejas”.
Y todo ello resulta todavía más preocupante si tenemos en cuenta que, según el
grueso de teóricos concluyen, que todavía no hemos inventado nada con lo que
sustituir el Estado de derecho, que ya a Carl Schmitt le parecía en la década
de 1920 una momia peligrosa y totalmente pasada de moda.
Porque la idea de algunos sectores en el país de abandonar un
navío, aunque esté seriamente averiado, antes de tener otro medianamente seguro
al que subirnos, simplemente para lanzarnos a las aguas turbulentas de una aventura
sin límites sin un plan mínimo, sin un marco jurídico, solo resulta atractiva para
los aventureros del pretorianismo, entusiastas del estado de la excepción.
“El
tiempo pasa y el segundero avanza decapitando esperanzas”
Pedro R. Garcia M.
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