El término hidalgo (hijo de algo o
alguien) se usó en el pasado español y portugués para titular a personas cuyos
ancestros habían realizado acciones heroicas o de inmenso bien colectivo y
también para aquellos que contribuyeran en vida a cosas extraordinarias.
Tuvo el significado de nobleza y de
mérito aunque también aquellos que procreaban muchos hijos varones, de
inestimable valor para la guerra, podían ser hidalgos que el buen humor bautizó
como “hidalgos de bragueta”.
A pesar de su poca definición pero
buen prestigio casi todo el mundo quería ser hidalgo y con servicio directo al
Rey.
En opinión de este escribidor la
hidalguía se exportó a las provincias americanas y aunque el nombre ya se usa
poco su concepto y significado caló hasta los huesos en las nuevas sociedades latinas.
La inmensa burocracia que no deja de
crecer tiene, a nuestro parecer, el fermento de la hidalguía atada más que a la
lógica de prestar un servicio a la necesidad de tener poder y ser reconocido.
Un acto de hidalguía para el servidor público de cualquier nivel es usar la
“magnánima” fortaleza de su puesto para beneficiar a familiares o amigos o a sí mismo.
De esta forma las leyes, reglamentos y
procedimientos dependen mucho de la hidalguía del funcionario que maneja y
disfruta de su parcela de poder y busca el aplauso.
Lo anterior es el pecado venial de la
hidalguía, el pecado mortal y además su negación es la obtención de riqueza
fácil para encumbrarse sobre el común de sus paisanos y va desde la “ayudita”
que endulza al funcionario menor hasta las grandes comisiones por compras y
proyectos y obras. El porqué de este fenómeno bien lo decía Manuel Caballero
pues “es muy sabroso” enriquecerse sin trabajar y la hidalguía roja se instaló en esa grieta.
El chavismo implantó nuevas formas de
degradante hidalguía en Venezuela. Los que estaban con el proceso eran los
buenos y a los que no había que pulverizarlos. Esto infectó
fuertemente a las decisiones legales o de trabajo o de inversiones y creó una
casta de revolucionarios poderosos a los que todo se le perdonaba sin importar
el tamaño del delito.
Por otra parte la excusa de “ayudar al
pueblo” y distribuir la riqueza del País trajo a muchos ciudadanos la licencia
de disfrutar de poder general y, principalmente, de poder del reparto.
Es probable que
algo de hidalguía se mantenga para siempre en el pecho de nuestro generoso
pueblo, pero las marramuncias rojas de dividir al país, olvidarse del amor al
trabajo productivo y el robo descarado de los dineros de la Nación deben ser
eliminados.
Además los hidalgos
buenos son valientes y con tabaco en vejiga pero los malos hidalgos tapa
amarilla como estos, se la pasan desesperadamente lloriqueando porque les van a
dar un golpe o porque les piden la renuncia.
En el nuevo gobierno que ya
implacablemente se acerca esto debe ser un punto de mucha atención.
Falta poco. Viva Venezuela.
Eugenio Montoro
montoroe@yahoo.es
@yugemoto67
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